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Tribuna
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El túnel

La Monarquía parlamentaria tiene bajo sus cimientos una mina subterránea que trata de abrirse paso hasta que se convierta en una galería de gálibo suficiente para la colocación de unos explosivos que provoquen la voladura del edificio democrático. Este es un hecho que se deduce del más elemental análisis, no importa desde qué ángulo. Hay dos sectores minoritarios de nuestro espectro político que trabajan desde antagónicos puntos de partida en idéntico propósito. Con pico, pala y azadón perforan cada día y cada noche un nuevo trozo del oscuro laberinto para hacer saltar en pedazos la Constitución de la convivencia.Seamos claros y no nos perdamos en anfibologías ni en circunloquios. Hay dos grupos sociales perfectamente definidos y nominalmente identificados que no han asumido el sistema democrático que mayoritariamente ha aceptado y votado la población de España. Esos grupos saben perfectamente que por la vía de la expresión pacífica en unas elecciones nunca conseguirán porcentajes significativos ni suficientes para alcanzar el poder ni para ejercerlo legalmente. Su impotencia democrática les empuja a la violencia, a la clandestinidad, a la conspiración y al terrorismo. Aunque sus fanatismos sean enteramente diferentes, sus tácticas instrumentales son sustancialmente idénticas y hasta sus órganos externos de expresión se parecen. Idéntica deformación de los hechos. Parecida apelación a los ataques personales. Incitación semejante al atentado y al golpe. El mismo indisimulado júbilo ante cualquier contrariedad que encuentre el orden legal vigente. Los mismos ataques despiadados contra la clase política de la democracia, empleando el mismo lenguaje que las Brigadas Rojas en Italia o los neonazis en la República Federal de Alemania o en la V República Francesa.

¿Qué se proponen estos rebeldes subterráneos, marginados voluntariamente de la convivencia constitucional? Oportuno sería preguntarse por qué razones se han marginado. En realidad se trata de una secuela de la última guerra civil española, cuyo inmenso trauma ha sido felizmente superado en una gran parte. Pero en todo conflicto de tal envergadura existen focos residuales que mantienen latente y encendido el rescoldo del odio y de la lucha. Unos, porque se niegan a superar los abismales enconos del fratricidio. Otros, porque no se resignan a perder privilegios o parcelas de poder y sueñan con los fascismos sepultados y con los cuartelazos del Cono Sur. Los últimos, en fin, porque tratan de fomentar la destrucción del Estado para levantar, en un extremo de las ruinas humeantes, una utópica barraca tercermundista a medio camino entre Camboya y Yemen del Sur.

Se dice, eufemísticamente, que existen "coincidencias objetivas" entre lo que unos hacen y los otros preparan. Pienso que esas coincidencias pueden ser algo más concreto. A mi mente vienen aquellas litografías decimonónicas en que un puñado de trabajadores perforaba, con herramientas manuales, el paso ferroviario del San Gotardo a la luz de las lámparas de petróleo. Un día se oyeron más cerca los martillazos del barreno que avanzaba desde la otra boca del túnel camino del encuentro final. En aquella época no había precisiones totales en las explosiones de esta índole. Se marchaba por tanteos. Pero el grabado recordaba el momento en que al estallar la carga dejó abierto el boquete por el que unos y otros pudieron contemplarse, hacerse señales con las luces y hasta darse la mano. Los que trabajaban desde el Sur eran, en su mayoría, italianos. Los del Norte, suizos y alemanes. Hablaban lenguas distintas, pero celebraban el encuentro largamente esperado desde hacía diez años. ¡Un empujón más y el último montón de rocas quedaría allanado!

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Nuestro túnel nacional está a punto de terminarse. Unas cuantas provocaciones más y el edificio de la Monarquía constitucional, levantado durante seis años largos con infinita paciencia, renuncias mutuas, concesiones importantes, espíritu de tolerancia, firmeza en los propósitos y ejemplaridad en el nivel supremo, en el Rey, podría ser dinamitado conjuntamente para volver a la masacre generalizada. Si no nos damos cuenta y remediamos con urgencia lo que está ocurriendo bajo el suelo político que pisamos, nuestra inconsciencia y nuestra responsabilidad serán totales. Es hora de que demos la voz de alarma y hagamos un auténtico pacto nacional y militante contra los operarios de la trama incivil que no quieren sabotear precisamente el Mundial de Fútbol, sino robarnos la paz democrática que España tiene derecho a exigir.

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