Montserrat Caballé demostró su valía y que es toda una diva
Por fin volvió la diva. Después de la supensión de diversas actuaciones españolas y extranjeras, después de la gran trifulca y siguiente éxito en la Scala de Milán, después de tantas entrevistas, comentarios y declaraciones, Montserrat Caballé cantó anoche en Madrid la Leonor de La fuerza del sino, de Verdi.
La expectación era grande y, hasta el mismo momento de iniciarse el preludio, los fans de la ópera se preguntaban, casi a modo de saludo: ¿cantará Montserrat o nos dejará colgados otra vez? Porque, el gran cuerpo de aficionados a la ópera que forman en la acociación de sus amigos y en las colas de los abonos, aún cuando dé por válidas las razones de la suspensión por enfermedad, el día de El árbol de Diana, y cualquier otro día, tiene siempre su temor razonado y su miedo de que le estropeen la función.Son cosas de los divos. Hubo un tiempo que en Madrid una misma persona desempeñaba en los diarios la crítica musical y la taurina. Basta recordar los nombres ilustres de Luís Carmena y Millán y de Antonio Peña y Goñi. De la plaza, situada en la hoy avenida Felipe Il al Real y del Real a la plaza. La cosa, en el fondo, era bastante menos absurda de lo que parece a primera vista pues la ópera vivía, sobre todo, de los divos y de la comparación entre ellos, exactamente como sucedía en el mundo taurino.
Hoy, cuando la ópera conoce una revitalización extraordinaria, los divos juegan su papel e, incluso figuras ya míticas como María Callas, la Tebaldi, Victoria de los Angeles o Montserrat Caballé, contribuyeron al nuevo gusto y sorpresivo auge de un género al que no pocos negaban viabilidad.
El combate diario del mundo de la música
Ahora bien, el mundo de los divos, la industria y comercio de las voces, el combate diario de la propaganda, el reportaje indiscreto y el escándalo que, en ocasiones, parece sutilmente organizado, pueden perjudicar el normal crecimiento y el proceso de recuperación de la ópera. Esta se considera actualmente una manifestación de la cultura, una expresión tanto teatral como musical que no debe ser puesta exclusivamente al servicio de los divos.Estas y otras observaciones se escuchaban anoche en los corrillos durante los tres descansos de la representación de La fuerza del destino, pues es sabido que en Madrid, por limitaciones del Teatro de la Zarzuela, las óperas se ven interrumpidas con bastantes más descansos que en Berlín, Ginebra o Viena.
El teatro se llenó
Un público que llenó hasta rebosar el coliseo de la calle de Jovellanos recibió a Montserrat Caballé con absoluta frialdad. Luego, la soprano catalana cantó excelentemente, como la consumada y personal artista que es, pero parecio un tanto reservada hasta el punto que no llegó a levantar las oleadas de entusiasmo de otras veces ni siquiera en las intervenciones más lucidas que Verdi encomendara a la soprano en La fuerza del destino, como son el aria del primer acto, gran parte del segundo y el cuarto.Con Montserrat Caballé colaboró un reparto de primera categoría: el tenor Nunzio Todisco, el barítono Juan Pons (revelación de las últimas temporadas de la Scala), la mezzosoprano Jean Berbie, el barítono Alfredo Marlotti y el bajo cubano Justino Díaz.
Presentación, bailes, coro y orquesta funcionaron con naturalidad y dentro de un buen tono por lo que merecieron aplausos los directores escénico y musical, Luis Balaguer y Daniel Lipton. Y al final, todos contentos: por fin había llegado la Caballé para acallar rumores y dudas. Ahí estaba la diva para demostrar su valía. Pero también estaba la ópera. En el escenario y en la sala.
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