Los terroristas conocían la importancia de la central de Ríos Rosas y colocaron las cargas explosivas en sus puntos clave
En mil millones de pesetas se estiman los daños ocasionados por la explosión de seis bombas de carga plástica, con un total cercano a los 170 kilogramos de Goma 2, que un comando, al parecer de ETA militar, colocó en distintas plantas del edificio de la Compañía Telefónica de la calle de Ríos Rosas de Madrid. Las explosiones, prácticamente simultáneas, se registraron a las 3.34 de ayer, como marcaba un reloj que se encontró parado a esa hora, y no hubo víctimas, pese a que en ese momento se encontraban trece trabajadores en el edificio. Uno logró abandonarlo antes de las explosiones.
Los cinco terroristas lograron huir sin ser detenidos. 20.000 líneas y cerca de 700.000 teIéfonos de Madrid y otras zonas de España quedaron afectados. Los daños más considerables los sufrieron los servicios de comunicación interprovincial, interurbano e internacional, que tardarán días en ser plenamente restablecidos. Los terroristas colocaron las cargas para conseguir el objetivo de incomunicar telefónicamente a Madrid. El comando tenía un perfecto conocimiento de las instalaciones del centro y los lugares precisos para conseguir sus objetivos.El estado de excitación en que se encontraban horas después el vigilante jurado, Amadeo Villaescusa Fernández, de 47 años, y los conserjes Ricardo Elvira Granizo, de 55, y Manuel Andrés Alonso, de 52, que estaban de guardia en la madrugada del domingo, no concordaba con la sangre fría que manifestaron haber tenido frente a los terroristas. Según informaciones oficiales, uno de los objetivos del comando era la voladura de un depósito subterráneo de gasóleo de 50.000 litros. Las seis cargas de exógeno plástico -modalidad de goma-dos- que destruyeron el interior del principal edificio de la Telefónica, hubieran provocado entonces la destrucción de un buen número de fincas de la manzana formada por las calles de Ríos Rosas, Ponzano, Bretón de los Herreros y Santa Engracia. No obstante el objetivo de los terroristas era afectar gravemente a las comunicaciones de la capital y por ello colocaron las cargas en sitios estratégicos para culminar sus objetivos. La colocación de los explosivos, no ofrece dudas de que los terroristas pretendían sólo afectar a las comunicaciones telefónicas de manera grave y por eso habían escogido la central más importante de España.
Sólo la suerte propició que no hubiera víctimas mortales, porque nada más que uno de los catorce empleados que se encontraban en el edificio, Tomás Hernán López, logró abandonarlo antes de que se produjeran las explosiones. Según comentó otro de los empleados a EL PAIS, los terroristas no dieron tiempo suficiente para la evacuación. El comando ordenó a los empleados de la Compañía que sincronizaran sus relojes con los suyos para efectuar la evacuación en un plazo de quince minutos -primero- y que luego redujeron a cinco minutos. Los operarios se lanzaban a la calle despavoridos cuando los ruidos secos y fulminantes de las explosiones les dieron tiempo apenas de palparse para descubrirse vivos entre una lluvia torrencial de cascotes, hierros retorcidos, trozos de ordenadores y mobiliario de oficina. Las sábanas de los listados de los ordenadores quedaron esparcidas en las ramas de los árboles de las aceras de la calle Río Rosas.
Unos 170 kilos de explosivos, colocados en seis cargas, redujeron a escombros las ocho plantas, incluidos los tres sótanos. Las cargas fueron distribuidas como sigue: una de veinte kilogramos en el primer sótano, dos de treinta en la tercera planta, otras dos de treinta en la cuarta y una última, también de treinta, en la quinta.
Entre las 2.45 y las 3.00, según las distintas versiones, cinco personas llamaron a la puerta B del edificio. Uno de los conserjes les franqueó la puerta, ya que los integrantes del comando se presentaron como policías en misión especial de vigilancia, preguntaron por un inexistente teniente que estaba en la quinta planta y enseñaron un carné. Después de reducir al conserje, hicieron la misma operación con el vigilante jurado, si bien éste puso reparos, ya que no tenía conocimiento oficial de la misión. Los terroristas le indicaron que cómo no habían recibido una comunicación oficial de este servicio, ante el incremento de los atentados por el Mundial-82. Reducido y desarmado, fue recluido en un cuarto de servicio, junto a los conserjes. Las otras personas que trabajaban en el centro no lograron enterarse de lo sucedido hasta el mismo instante de las explosiones, porque, tras inmovilizar a los conserjes y al guarda, los terroristas actuaron a sus anchas y porque el edificio tiene 5.500 metros cuadrados construidos, superficie equivalente a tres campos de fútbol.
Un mendigo entre los heridos
También pilló de improviso el atentado a Juan Pedro Santiago Martínez, de sesenta años, mendigo, que se encontraba durmiendo, como otras muchas noches, en las escaleras del metro de Ríos Rosas. Tuvo que ser atendido de heridas leves en el albergue municipal de ancianos. Un joven de dieciocho años, Isidro Martínez Gil, que circulaba en un taxi frente al edificio, el bombero Antonio Curiel y los ya citados conserjes Elvira y Andrés completaron la nómina de los heridos, todos ellos leves.
El propietario del taxi, Mariano García, logró romper el cerco policial para presentarse ante el alcalde, Enrique Tierno (que con el gobernador civil, Mariano Nicolás; el presidente de la compañía, Salvador Sánchez Terán, y otras autoridades y técnicos se presentó en el lugar de los hechos) y lamentarse ante el alcalde de su mala suerte. Tierno, vestido con su impertérrito traje gris, que hubo de protegerse de la fuerte lluvia con un tabardo que le prestó un sargento de la Policía Municipal, prometió socorrerle y le dio cita pira hoy en la Casa de la Villa.
Aunque hasta el momento ningún grupo había reivindicado el atentado, a las 5.58 de ayer Gabriel García Gallego, Jefe Superior de la Policía de Madrid, 58 años, más de treinta en el Cuerpo, no tenía la más mínima duda de los autores del hecho cuando le daba la novedad por teléfono al ministro del Interior: "Señor ministro, ha sido ETA militar. Estamos seguros". A su lado, en la planta baja del edificio destinada a oficinas, el gobernador civil, Mariano Nicolás, y el director del centro, los tres de pie en torno a una mesa iluminada sólo por las linternas de dos bomberos. El suministro de luz para toda la zona se había cortado minutos después de la hora de las explosiones, las 3.34, en evitación de incendios.
Fracaso de la "Operación Menta"
La figura de García Gallego, apenas adivinada en la penumbra, embutida en una gabardina clara, no pudo ser apreciada cuando se deshacía en excusas ante su principal superior. En estos días estaba en marcha la llamada Operación Menta, en previsión de atentados similares al de Ríos Rosas, y, al parecer, ése era un edificio a vigilar. Los escasos testigos de la conversación no pudieron oir la pregunta del ministro, pero pudieron intuirla por la respuesta de García Gallego: "Es que los nuestros estaban vigilando en la otra esquina". Luego, el Jefe Superior fue muy conciso en las explicaciones a su principal superior, como si este interlocutor fuera tremendamente rápido en las preguntas: "Sí, señor ministro, cuatro o cinco personas, todos jóvenes. Creo que hay una mujer". "Sí, redujeron a los conserjes y al vigilante". "Sólo hay heridos leves". "Si, está controlado". "El vigilante jurado está muy nervioso y lo estamos interrogando en Jefatura".
A Mariano Nicolás sólo le dio tiempo a decir: "Yo sigo aquí, ministro, tú, tranquilo", antes de responder que "ya, ya le hemos dado aviso a Ballesteros (máximo responsable de la Brigada Contraterrorista), pero hasta ahora no liemos podido hablar con él, estamos insistiendo. A tus órdenes, ministro". Más reiterativo e interesado se mostraba Rosón al inquirirle al director del centro por el tiempo que tardarían en restablecerse todas las comunicaciones: "No sabemos, quizá dos días. Los daños han sido muy cuantiosos. Procuraremos hacerlo lo antes posible".
Minutos antes, sobre las 5.30, Sánchez Terán, Nicolás y directivos de Telefónica, además de cinco periodistas de este diario, giraron una detenida visita a la plaiita baja y a las cuatro superiores. Una nutrida brigada de técnicos en desactivación de explosivos (TEDAX) del Cuerpo Superior de llolicía, treinta bomberos al mando del jefe de zona, numerosos efectivos de la Policía Nacional, al mindo de un comandante, y de la Policía Municipal, al mando de su inspector general, teniente coronel Lobo, se habían asegurado de que no existían más explosivos y que no había nuevos riesgos. Las ambulancias del Ayuntamiento fueron las primeras en acudir al lugar. Tiemo, quien se mantuvo aislado en el centro de la calzada la mayor parte del tiempo, apenas tuvo contacto con el resto de las autoridades allí presentes, aunque recibía la novedad continuamente por los mandos de la Policía Municipal y los bomberos, y finalmente, decidió no visitar el edificio.
Durante la visita, realizada en la total oscuridad -sólo mitigada por alguna linterna de los bomberos y de los empleados de mantenimiento de la compañía- y por en medio de frecuentes inundaciones de agua desprendida de los sistemas anti-incendios y de las mangueras de los propios bomberos, Sánchez Terán se mostró un tanto más preocupado por la presencia de los escasos periodistas que seguían la comitiva que por las explicaciones que le daban técnicos de la compañía. Su actitud contrastó con las que dieron a los periodistas las Policías Nacional y Municipal, así como los bomberos.
Las plantas primera y segunda fueron las menos dañadas. En las mismas se hallan las oficinas, entre ellas las del director regional. La tercera, donde se encuentra la red especial de trasmisiones de datos, quedó totalmente destruida, así como la cuarta, donde está instalada la red automática interurbana. La quinta, salida de comunicaciones nacionales, recibió también los efectos de la onda expansiva. La zona de comunicaciones urbanas, instalada en el primer sótano sufrió daños menores.
Las explosiones provocaron la paralización. de todos los grupos y generadores del centro, con la excepción de uno, situado en el último sótano, destinado a refrigerar los ordenadores.
En la inspección ocular que realizaron las autoridades, el gran reloj que preside el vestíbulo de la tercera planta se paró a las 3.33 horas. Otros relojes de otras plantas marcaban distintas horas entre la citada y las 3.45.
La versión policial
La versión policial llegó a última hora de la mañana de ayer. Según la misma, a las 3.00 llamaron a la puerta cinco individuos de unos treinta años, diciendo ser policías, por lo que les fue franqueada la puerta de entrada por los ordenanzas Ricardo Elvira Granizo y Manuel Andrés Alonso. Los terroristas redujeron a los ordenanzas e introdujeron a Manuel Andrés en los servicios, tras lo cual tres de ellos, acompañados de Ricardo Elvira, fueron al lugar donde se encuentra el control de seguridad. Allí fueron recibidos por el vigilante jurado Amadeo Villaescusa Fernández, de 47 años, al que también dijeron que eran policías y enseñaron un carné. Les dijeron que iban a montar un control de seguridad durante un mes, a lo que el vigilante alegó que no tenía conocimiento oficial de tal control, momento en que fue encañonado, reducido y desarmado de su revólver reglamentario, un llama del 38.
El ordenanza y el vigilante jurado fueron conducidos al cuarto de servicio de la llamada Puerta B, donde ya se encontraba el otro ordenanza, quedando los tres vigilados por un miembro del comando, mientras el resto se distribuía por el edificio y colocaba las cargas explosivas. Sin especificar la hora, la versión policial que distribuyeron las agencias informativas señala que posteriormente fue bajado a los servicios el empleado Tomás Hernán López, diciéndole los integrantes del grupo terrorista -sobre las 3.30- que en cinco minutos abandonasen el edificio.
La primera llamada recibida en el 091 se produjo a las 3.35. A esa misma hora una voz anónima llamó a EL PAIS para anunciar que se iba a producir la explosión y pedir que se desalojase el edificio.
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