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Tribuna
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Misterios patrióticos

Fernando Savater

¿Recuerdan el viejo chiste? "No entiendo a estos franceses: bueno está que al pan le llamen pain y que al vino le llamen vin; pero, vamos, que llamen fromage a lo que se está viendo que es queso...". A mí me pasa un poco lo mismo con la palabra "patriotismo": no entiendo por qué algunos llaman así a lo que se está viendo que es afán inmoderado de poder o ganas de aprovecharse sin escrúpulos del prójimo, incluso a veces puro y simple impulso criminal. Tomemos el caso del conflicto entre Argentina y el Reino Unido por la soberanía de las humildes islas Malvinas. El general Galtieri y sus aláteres de la Junta Militar argentina mantienen dictatorial y policialmente esclavizados a sus desventurados compatriotas, tras haber hecho desaparecer criminalmente a miles de ellos, haber torturado a mansalva y forzado al exilio a numerosísimos de los más útiles y valiosos, mientras que su gestión económica del país es punto menos que catastrófica. Sin embargo, de su patriotismo no puede dudarse, y para probarlo han izado la bandera blanquiazul en unos pedruscos oceánicos que ningún argentino se ha molestado en pisar jamás, arriesgándose así a un conflicto armado con un país al que les unen importantes vínculos de cultura y comercio. No puede imaginarse hazaña más benemérita. Pero lo más prodigioso, lo que raya con el enigma en estado puro es que buena parte de esos ciudadanos a los que se niega el derecho a serlo, se les escamotea la libertad y se les amenaza de muerte si pretenden defender una alternativa democrática al despotismo reinante, esos mismos sufridosvasallos se han lanzado alegremente a la calle para vitorear el patriótico desplante de su verdugo. "Más allá de las diferencias políticas está el honor patrio", se nos informa a los boquiabiertos. Por lo visto, el honor patrio y su hermana doña dignidad nacional no tienen nada que ver con bajas cuestiones políticas como la justicia social, las libertades públicas o la gestión igualitaria de la comunidad por parte de los ciudadanos, sino que son más bien una especie de efusión mística que une al dictador y su víctima en un mismo espasmo de amor ante unos mendrugos de granito roídos por el Altántico. Pues yo, ¿qué quieren ustedes?, sigo sin entenderlo.

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La trampa del dictador

El colonialismo no cuenta demasiado con mis simpatías; descuiden: ni siquiera cuando es británico. Por otra parte, hoy ya sabemos cuáles son las auténticas formas modernas de colonialismo multinacional, y la verdad es que lo de las Malvinas es poca cosa a su lado. Además, me imagino a los pobres malvinitas, que contemplaban tan contentos las siniestras dictaduras del Cono Sur, diciéndose para su capote: "Vaya suerte; y yo inglés...". De pronto, zas, Galtieri y sus muchachos, dispuestos a convertir las islas en nuevos campos de concentración, versión agigantada de un Alcatraz porteño..., y todo, desde luego, en nombre del patriotismo. Por supuesto que también la puñalada narcisista al maltrecho león británico ha hecho montar algunas escenas de ópera bufa en la antaño pérfida Albión, la menor de las cuales no es esa flota priápica y retumbante recorriendo durante semanas (en la era de los vuelos ultrasónicos y los satélites) el ancho océano con el confuso propósito de vengar quién sabe cómo una ofensa que la Prensa ya habrá olvidado cuando llegue, a nada que una tormenta la retrase un poco. Ahora bien, precisamente ha sido en el Reino Unido donde se ha dado -y por quien debía darla- una muestra de ese patriotismo democrático que sí es digno de su nombre. Me refiero a la inmediata dimisión de lord Carrington, probablemente no más culpable que otros en esta cuestión, pero responsable (es decir, que se responsabiliza) ante los electores del pueblo soberano. Como vivo en un país en el que se ha dado un golpe de Estado, ha habido un gravísimo envenenamiento masivo de la población, mueren personas en la cárcel como resultado de las torturas sufridas, el Parlamento juega al billar con una malhadada ley de universidades que nadie respeta... y jamás dimiten ni los bedeles, pues todo el mundo se aferra patrióticamente a su puesto por pura vocación de servicio, ejemplos como el de lord Carrington me llenan los ojos de lágrimas.

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Parafraseando al reaccionario que imprecaba a la libertad, podríamos decir: "Patriotismo, honor..., ¡cuántos crímenes se cometen en vuestro nombre!". Nada tan aleccionador sobre cierta concepción odiosa del patriotismo como esa frase del excelentísimo señor asaltante del Congreso teniente coronel Tejero: "Queríamos meter en cintura al país". Qué bonito y qué español. Nada de sutilezas: patriota, según esto, es quien está decidido a ajustarle las cuentas a todos sus conciudadanos y a demoler sin contemplaciones las instituciones públicas de su patria en cuanto le lleven la contraria en sus preferencias políticas o simbólicas. Y tales patriotas tienen, claro está, una susceptibilidad de desollados vivos: ¿compararlos a ellos con terroristas, o pistoleros por el simple hecho de que aterrorizan, secuestran y dan recitales de pistola a vecinos desarmados? ¡Jamás de la vida! Ellos actúan por patriotismo...

Fernando Savater es filósofo

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