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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Las manos

Las manos, sí, otra vez mis manos, como hace años, que no son las manos de Eurídice, pero que, dentro de la mitología corporal de uno, pueden llegar a serlo. El médico, el ilustre doctor Carreño, me dice que tengo las manos rotas de escribir.Si hubiese escrito siempre a mano, tendría destruida la derecha; como escribo a máquina, tengo destruidas las dos. Soy la Venus de Milo en columnista y con testiculario. Un modesto mito de letra impresa sin manos. Ya pueden vivir tranquilos los gacetilleros/gatilleros culturales (acabarán apretando algún gatillo), que a lo mejor un día tengo que dejarlo por las manos. A los yermos les inquieta mi fecundidad, que no es sino fe ciega (no sé si progresista o pequeño-burguesa) en el trabajo. Lo que me parece (uno entiende siempre mejor lo general por lo particular) es que también la democracia española está como sin manos, peor que maniatada, con las manos doloridas, rotas por dentro, y quizá a eso es a lo que se llama una democracia vigilada/vigilante. Como mi caos (y todo caos humano) es sagrado, ya lo dijo Rimbaud, el único y mejor beneficio de mi dolor de manos es que he vuelto a la olivética roja, francesa, a la Valentine ("la valentina", dicen los estentóreos mecánicos que a veces vienen a calafatear mi flota de máquinas de escribir) que en día lejano/cercano me regalase una amiga. Bendita seas, dondequiera que estés, porque tu máquina suave, ligera, aleve (francesa), me permite escribir con menos dolor de manos. Así es como el amor ido, remoto, pone aún un bálsamo, de cuando en cuando, en el corazón de pianola o en las manos rotas. Esto, a más de la delicada técnica francesa, que construyó una máquina de escribir como un arpa. La Valentine hace otro cuerpo de letra, más menudo y femenino, lo cual me obliga a replantear las dimensiones de esta columna, por adaptarme a la cibernética/informática de este periódico. El gato y yo nos hemos pasado la mañana echando cuentas y ya sabemos lo que tengo que escribir para que esto equivalga, en espacios o matrices, a lo otro.

Pero no importan mis manos, sino las manos que he dicho de la democracia, que se está quedando sin mano gestora, y no sólo por la vigilancia que ejerce o soporta, sino porque incluso entre los partidos practican un suicidio colectivo como el de la Guayana, escindiéndose a derecha e izquierda (Sartorius, el dandy rojo, acaba de explicarlo muy bien en este períódico). Los partidos se reforman desde dentro, no marchándose, no escindiéndose. La escisión es siempre una brecha que se le ofrece a la moral económica dominante para tomar la fortaleza de la democracia y el progreso. Sartorius ha podido, así, señalar curiosas y sin duda involuntarias coincidencias entre el proyecto prosoviético -qué palabra- y el proyecto de la patronal. El que se va de un partido, por modesta que sea su militancia, deja sin manos a ese partido, y el que deja sin manos a los partidos deja sin manos a la democracia. Pablo Castellano, al que tanto admiro como maudit y marginal del socialismo español, acaba de escribir un artículo en este periódico donde parece que explica lúcidamente esto. Crítica o autocrítica no es escisión. Escisión es bajar el puente levadizo (lo que modernamente, con el mal gusto de la modernidad, se llama bajarse los pantalones).

Mi respetado y entrañable Carreño, uno de los mejores traumatólogos de España, me recomienda, para mis manos, descanso, ortopedias, medicinas novísimas de las que es el primero en desconfiar, más los viejos remedios de la abuela (meter mucho las manos en agua hirviendo) y la posibilidad remota, innecesaria, de las infiltraciones, que hoy se puede restaurar un esqueleto vivo como en el Rastro restauran una Virgen gótica y preñada de las que yo compro. (Ni Miguel Fisac ni Otero Besteiro creen que sea gótica de verdad, porque los conocedores son hombres de poca fe). Pero, más que mis manos rotas, contento de críticos, me preocupan las manos de la democracia, que son los partidos, y están rotas, para jolgorio de la basca soez retrofranquista.

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