Nicolai Hartmann: cien años de un realista ingenuo
Acaban de cumplirse cien años del nacimiento del filósofo alemán Nicolai Hartmann. De pequeña estatura y claros ojos azules, hablando alemán con acento ruso, era un hombre un poco raro que recorría Berlín en bicicleta para llegar al Seminario Filosófico, en la Doroteastrasse. Allí dictaba su clase con voz baja, apenas audible, y las lecciones no parecían sensacionales. Sin embargo, era uno de los más grandes sabios alemanes que el mundo ha conocido. El 20 de febrero de 1882 nace en Riga y cursa el bachillerato en San Petersburgo. Estudia medicina, filología clásica y filosofía en Marburgo, donde luego fue profesor de filosofía, y más tarde, en Colonia.En 1931 Hartmann se traslada a Berlín. Después de la segunda guerra mundial enseñó en Gotingen desde 1945 hasta 1950, en que falleció a consecuencia de un accidente.
El punto de partida de su filosofía es el mundo tal como está constituido, presencia radical y absoluta cuya verdad no exige una sumersión en la conciencia ni su puesta entre paréntesis, como exigía la fenomenología de Husserl. La verdad es la objetividad, no la subjetividad. Así como a Heidegger se le reprochó un subjetivismo parasitario, a Hartmann se le acusó de objetivismo o realismo ingenuo. Su realismo objetivo le enfrentó decididamente a todo el subjetivismo moderno, a sus meditaciones cartesianas, al afirmar Hartmann que "el conocimiento ingenuo y el científico están, ya de suyo, en una actitud ontológica". "La relación natural, la científica y la ontológica son una y la misma". Para ver el mundo hay que aguzar los sentidos, mirar con los ojos porque la visión es el punto de partida de la contemplación. "¿El Ser es el mundo?", se pregunta Hartmann. Sí y no, ya que está en todas partes y en ninguna. Sin embargo, no debemos desconfiar del mundo ni llevarlo a la conciencia para depurarlo y esencializarlo. Esta actitud reflexiva la llama Hartmann torsión, dar la espalda a la realidad objetiva. No hay que preocuparse u ocuparse por el sentido del Ser, como pide Heidegger, sino por el ente en cuanto ente, que exigía Aristóteles. Fiel a esta tradición aristotélica, Hartmann afirma que el Ser conviene a todos los entes, aunque es algo inasequible e indefinible.
"Ser ahí"
¿Cómo aprehenderlo, pues? Con la recta intención, sin desviar la vista ni mirar oblicuamente. "El ente en general es lo real, el Ser es la realidad" ¿Así de sencillo, claro y evidente? No; porque el Ser es múltiple en su unidad y único en su multiplicidad, y es también lo que no es, o sea, lo que no aparece. Hartmann es un realista completo, para quien lo real es lo visible y lo invisible a la vez. El misterio, la mística del universo existen como una evidencia cotidiana. Así lo comprendieron los pintores holandeses del siglo XVII. Una naturaleza muerta de Pieter Claez nos refleja la invisibilidad de todas las realidades reales y posibles.Asoma, pues, en el primer momento el ser ahí, que es lo que no está determinado, la existencia en sentido estricto. Luego aparece el ser así, realidad inevitable que no podemos modificar y debemos aceptar porque así es, aunque nos parezca lo contrario. Pero ambas esferas de lo real no se oponen, ya que "no hay ser así sin ser ahí, ni ser ahí sin ser así". De esta forma, para Hartmann, lo que es así (el Ser) determina, especifica, pluraliza y multiplica lo que está ahí, a todos los que son o existen. La Ontología, para Hartmann, es la ciencia de la realidad múltiple y diversa del ser: "El mundo en que vivimos está dotado de unidad, es decir, es un mundo que contiene en sí lo heterogéneo, ligado y enlazado múltiplemente entre sí". Sin embargo, esta Rätselhaftigkeit der Welt (el enigma del mundo) nos plantea una manera de darse el ser que llamanos existencia, ante la que estamos enfrentados los hombres.
El mundo como existencia
Si Heidegger nos encierra en nuestro mundo como auténtico y original, pero subjetivo, Hartmann nos propone, con la mano y con la vista unidas, abrirnos al mundo objetivo, el de todos. Por tanto, el mundo, como existencia, nos ocupa y preocupa. Hartmann piensa que nos ocupa sobre todo y que el trabajo es la esencia ontológica del hombre. Así renueva el concepto del trabajo, de Hegel y de Marx, como una actividad que el hombre realiza y, al mismo tiempo, lo crea. Por el trabajo, el hombre impone a las cosas su proyecto, su idea, "pero el hombre experimenta constantemente, en su trabajo, tanto a sí mismo como la cosa". En consecuencia, este realista ingenuo no pensó jamás que el hombre sea ajeno al tiempo y a la historia, ni que vive en un mundo subjetivo, para sí. "La guerra y la paz, la revolución y la reacción, la inflación y la falta de trabajo, todo le afecta, se adueña de su vida y lo determina", dice. Es indudable que Hartmann, al situar al hombre tan objetiva y radicalmente puede hacerle desaparecer, porque si nuestra existencia está inserta in ganzen des Sein (totalidad del Ser), de la naturaleza y de la historia, la significación del hombre es bien modesta. Por el contrario, el subjetivismo fenomenológico, si bien aprisionó al hombre en la conciencia, analizó esos objetos de la interioridad, como son las emociones, las pasiones, los sentimientos, y descubrió la cura, la angustia, la hipocrondría, la melancolía, la alegría, la catarsis del placer y la neurosis de la dicha. Hartmann rechazó la filosofía de la vida, el existencialismo y el ontologismo de Heidegger, y se condenó al aislamiento y al olvido.Su obra adquiere de nuevo actualidad por dos razones. La primera, porque Lukacs, en Ontología del Ser social, reivindica la concepción crítica y realista de la Ontología como análisis de la complejidad del mundo objetivo: "Todo análisis de la realidad", dice Lukacs, "debe partir del pensamiento de Hartmann". La segunda, porque se anticipó a la problemática actual al descubrir los nexos entre la filosofía y las ciencias positivas. La filosofía, por sí misma, es un conjunto de especulaciones ideales o hipótesis teóricas que necesitan una verificación práctica. El destino de la filosofía es, pues, llegar a la generalización de los distintos resultados de las ciencias experimentales.
No participó Hartmann del prejuicio romántico de Heidegger contra la ciencia y, por el contrario, descubrió la filosofía espontánea que subyace en toda fórmula científica, por más abstracta que ésta sea.
Obras de Nicolai Hartmann: Metafísica del conocimiento (1921), El problema del Ser espiritual (1933), Ontología (1935), Posibilidad y efectividad (1938), La construcción del mundo (1939), Estética (1953). Todas sus obras han sido publicadas por la Editorial Fondo de Cultura Económica y traducidas por José Gaos.
Babelia
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