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El juancarlotercismo

Entre los monárquicos de cuando entonces, había los monárquicos alfonsinos de don Agustín de Foxá, conde de Foxá, que creían que don Juan Carlos I iba a entroncar con el Baile en capitanía; había los monárquicos franquistas, que creían que don Juan Carlos iba a entroncar con Franco, en una especie de usurpación de sí mismo, haciendo de dictador que hacía de rey o rey que hacía de dictador, y hasta había quienes estaban persuadidos de que con quien tenía que empalmar don Juan Carlos, racialmente, era con don Pelayo.A nadie se le había ocurrido pensar lo más fácil: que un rey joven, de finales del siglo XX, educado en el mundo (hijo de rey sin reino, liberal y ancheado, sabedor de que "vivir no importa, lo que importa es navegar"), y casado con princesa lampasada de Europas y bayonetas, un rey así, digo, no podía sino dar el salto atrás hacia adelante de su antepasado Carlos III, que por algo lleva el nombre. Carlos III venía de Europa a España, para europeizarla, y don Juan Carlos va de España a Europa, para lo mismo. Si abuela Isabel II fue metáfora castiza del liberalismo (la mujer siempre queda como metafórica), hay que recordar que también aquello levantaría muchos motines, pronunciamientos y asonadas, como el de ahora, todos mal hechos, aquéllos y éste, porque la chapuza nacional, de que habla Haro Tecglen, a veces condecora incluso los pechos más bizarros. El juancarlotercismo (que es en lo que estamos) se alza, frente a eso, como una construcción racional en piedra de Colmenar, una Ilustración ilustra.da por Churriguera, como la portalada del Hospicio, un siglo XVIII vestido de tervilor. Decía Oscar Wilde:

-Hay que verificar la crinolína de las sillas para saber que se está en un siglo de crinolina.

No hay que verificar las camisas, los nikys, las corbatas, las palabras y la conducta del Rey para saber que estamos en un siglo de democracia y que se acabaron las crinolinas de los nostálgicos; del interés compuesto. Manuel Tuñón de Lara saca uno de los últimos tomos de su catedralicia Historia de España: Dictadura, República, guerra civil. Esto es hacer historia nada mágica de España, ignorando la pegimentosa guitarra de Sergio y Estíbaliz. Por Tuñón vemos con acuidad cómo el error de la Monarquía fue mucho más que el breve "error Berenguer". Fue el error de siglo y medio: la confusión Monarquía/Ejército, que sólo se hace verdad cuando la Monarquía presenta una cerrada vocación militarista. He dicho siglo y medio. El hecho viene de mucho más; atrás, ya saben. Shakespeare consigna, y lo lleva al teatro, la negra suntuosidad de la Corte española, que se pone de moda en toda Europa. El primer intento de Monarquía civil, entre nosotros, modernamente, lo hace Carlos III. Estos intentos acaban siempre en el motín de Esquilache. Don Juan Carlos I, militar antes que nada, quiere para España una Monarquía civil, y, eso es lo que no acaba de enterider la mente cíelostilada de unos cuantos militares. Porque no pliede o porque no quiere entenderlo. Franco, que pagaba poco a los militares que le ayudaron a ganar la guerra, dedicó sus últimos años a monarquizar España. El juancarlotercismo, desde la Monarquía, consiste en civilizar, en hacer civiles los hombres, las ideas hasta las milicias españolas. Después de Carlos III y las dos Repúblicas, es éste de la transición el empeño más original y racional de nuestra modernidad. La Monarquía es la dea y el Ejército su panoplia. Pero, teniendo la panoplia tan a mano, a alguno le es más fácil sacar una espada que servir una idea.

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