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Tribuna:El éxodo del campo /2
Tribuna
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El adiós a Heidi

Obviando al máximo el uso de cifras, datos y porcentajes, resaltaré otro aspecto de las corrientes migratorias, de la creciente despoblación de la mayor parte del territorio nacional (más del 81% de nuestro suelo pierde población) que pasa siempre inadvertido.Soledad y desiertos

Me refiero al abandono progresivo de las tierras altas -sean éstas de alta montaña o de páramos de las altas mesetas- y la creciente ubicación poblacional en nuestras costas o en los valles por los que discurren nuestros principales ríos: así los casos clarísimos de aumento de población en el curso del Guadalquivir, del Ebro y aun del Sil y del Miño.

Los hechos, que se desprenden de las estadísticas poblacionales por municipios, hace llegar a la conclusión de que tanto la alta montaña como la alta meseta septentrional de España que avena el río Duero -el de más alto curso de la Península-, en cuya cuenca se encuentran encerradas todas las provincias castellanoviejas y las leonesas, así como las provincias que caen bajo el influjo cercano de todo el macizo Ibérico -es decir, la cuna de la histórica Celtiberia, formada por tierras de Soria, Cuenca, Guadalajara y Teruel-, constituyen hoy la España más desertizada y deprimida. Son ya tierras cuyo corazón casi ha dejado de latir, de pulso débil, arritmico, de imposible recuperación.

¿Sabían ustedes que hay provincias que en nuestros días, en 1982, tienen menos población que cuando se inició este siglo? Pues eso le ocurre a cinco de las nueve provincias castellanoviejas y leonesas: Soria, Segovia, Avila, Zamora y Palencia. Y otras dos, Burgos y Salamanca, a duras penas tienen unos pocos habitantes más que en el año 1900. Y aún es de apuntar que el declive de Leon es en picado. Tal es el triste panorama de la alta meseta duriense, extrema en todo. Guadalajara y Cuenca, en La Mancha, y Huesca y Teruel, en Aragón, completan tan triste cuadro, al que, año tras año, y pese a sus densidades de población, todavía altas, se van acercando todas las zonas interiores de Galicia. Lo que confirma la huida de las montañas que venimos contemplando.

A nivel internacional se considera que un territorio está prácticamente desertizado cuando no sobrepasa los veinticinco habitantes por kilómetro cuadrado. Pues bien, Soria no llega a los diez habitantes por kilómetro cuadrado; Guadalajara y Teruel rozan los once; Cuenca, los trece, y Huesca, los catorce. Son las más desertizadas. Pero no es mucho mejor la situación de Cáceres, con veintiún habitantes por kilómetro cuadrado; de Segovia, Zamora y Ciudad Real, con veintidós, y de Avila y Palencia, con veintitrés. Poco mejor, Burgos y Ciudad Real, con veinticuatro.

Durante lustros, la presión de la población sobre la tierra hizo que en nuestro país se cultivaran millares de hectáreas absolutamente marginales, que apenas si daban frutos para el autoconsumo del labrador o de sus ganados. Sembrados y viñedos escalaban las montañas o el arado surcaba campos que eran auténticos eriales por esas tierras de la meseta septentrional, estéril de árboles y rica en páramos abrasados de soles y quemados por las heladas.

Guarida de lobos

Lo cierto es que España -por encima de artificiales. polos de desarrollo de cuantiosas inversiones y escasos resultados- buscó espontáneamente unos ejes naturales de desarrollo y asentamiento poblacional tanto en sus litorales atlántico, cantábrico y mediterráneo como a lo largo del curso de sus ríos y de sus vegas. (El caso atípico de Madrid tiene unas componentes y especificidades políticas y artificiales que para nada invalidan, sino al contrario, a lo aquí expuesto.)

Por encima de los 1.000 y los 1.200 metros de altitud, los cultivos, aun los más modestos y resistentes cereales, como el centeno, son prácticamente imposibles; las comunicaciones, más deficientes -si las hay-, y la escolaridad, problemática. Todo tipo de asistencia pública, sanitaria o administrativa, poco menos que inexistente. Hasta las iglesias de altos pueblos han sido dejadas de la mano del hombre.

Lo cierto y verdad es que cuando uno se ve en la obligación profesional de hacer un informe, un reportaje o un pequeño estudio de territorios como Soria, Teruel, Guadalajara, Cuenca, Zamora, Avila, Segovia, etcétera, se falta gravemente a la verdad al despachar el tema anotando que son. zonas subdesarrolladas o tierras pobres y miserables. La verdad es que, sobre todo las tierras bajo el pernicioso influjo del Sisterna o Macizo Ibérico, ya no se puede: hablar en términos humanos de miseria o de pobreza, porque la realidad es que no hay nadie. Centenares de pequeños núcleos de población han desaparecido literalmente del mapa. Restando las capitales y dos o tres pueblecillos, la densidad por kilómetro cuadrado de estas provincias no supera en la mayoría de sus comarcas entre el 0,5 y los 2 habitantes. Son tierras que sólo sirven para parques naturales o para que Icona siga agrandando sus dominios.

Sí. El corazón de Celtiberia ha dejado de latir, y los escasos habitantes que todavía resisten sobre sus frías tierras han iniciado la cuenta atrás sobre su próxirria y definitiva muerte.

A mí me recuerdan aquel soldado japonés -encontrado hace: escasos años en una perdida isla del Pacífico- que aún seguía en guerra, sin haberse enterado de que la segunda guerra mundial había terminado.

Si la alta meseta duriense, donde se encierran las nueve provincias castellanoviejas y leonesas, hace muchos años que están dentro de un callejón sin salida al tener cegada su salida al mar y cayeron, como decía el regeneracionista Julio Senador, en una trampa de lobos, las tierras del Macizo Ibérico no son trampas para lobos, sino su guarida.

Eduardo Barrenechea es periodista

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