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Reportaje:El invierno polaco / 3

La Iglesia aparece como la única institución capaz de mediar en la crisis de Polonia

La iglesia de la Santa Cruz, construida por los misioneros de San Vicente de Paúl a finales del siglo XVII, está abarrotada el domingo a las nueve de la mañana. La solemne misa cantada que se celebra en ella se transmite por radio, desde hace poco más de un año, a todo el país. Fue una de las exigencias de los huelguistas de Gdansk en el verano de 1980, y el Estado, después de 35 años de régimen comunista, tuvo que acceder.Los cestillos de la colecta rebosan dinero. Es prácticamente imposible encontrar a alguien que no contribuya al mantenimiento de esta Iglesia de Varsovia donde está enterrado Federico Chopin. La mayoría de los fieles son jóvenes. Polonia es un país extremadamente joven, y el 60% de su población tiene menos de treinta años.

No muy lejos de esta iglesia se encuentra la de Santa Ana, donde suelen acudir los estudiantes de la Universidad de Varsovia. El templo está también siempre lleno.

Desde que en el año 966 Polonia surgiera como nación, la Iglesia católica ha sido una institución esencial en la atormentada vida del país, que sufrió varias particiones en el siglo XVIII, desapareció del mapa durante todo el XIX y fue nuevamente repartido por sus vecinos (Alemania y la URSS) en la segunda guerra mundial. Perseguida con frecuencia por protestantes y ortodoxos, la Iglesia católica polaca ha sido el símbolo y el refugio de quienes luchaban por una Polonia independiente.

Las relaciones entre el Estado socialista y la Iglesia están reguladas en el artículo 82 de la Constitución, que reconoce la libertad de culto y la separación entre las dos instituciones. Hay 18.000 iglesias en Polonia y cerca de 20.000 sacerdotes. La escuela es laica y el catecismo se enseña en las iglesias.

En la plaza de la Victoria, en pleno centro de Varsovia, una cruz de ramas y flores de unos tres metros de largo puede verse en el suelo, en el mismo lugar donde se celebró el funeral del primado de Polonia, Stefan Wyszynski, fallecido el año pasado. Con frecuencia hay junto a la cruz velitas encendidas y retratos del líder de la Iglesia polaca desaparecido. Su sucesor al frente de la iglesia polaca, el arzobispo Jozef Glemp, de 53 años, es una de las figuras clave en la actual crisis que vive Polonia.

Glemp, como la Conferencia Episcopal polaca, ha condenado la ley marcial y ha pedido la liberación de los detenidos. Su actitud prudente, destinada, según sus palabras, a evitar cualquier derramamiento de sangre, le ha valido amargas críticas en sectores simpatizantes de Solidaridad.

El primado polaco estuvo presente en la histórica reunión celebrada en Varsovia el 4 de noviembre pasado, a la que asistieron también el primer ministro y primer secretario del POUP, general Wojciech Jaruzelski, y el presidente del sindicato Solidaridad, Lech Walesa.

Durante los dos meses y medio que dura ya el Estado de guerra, Glemp ha mantenido únicamente una entrevista con el general Jaruzelski, el pasado 9 de enero, sin que haya podido apreciarse algún tipo de resultado positivo. El primado tiene una posición difícil, no sólo frente al Estado, sino también de cara a la Iglesia polaca, que parece dividida respecto a qué actitud adoptar en este crítico momento.

Colectas en las iglesias

Algunos sacerdotes han tomado abiertamente partido contra el régimen militar. Hace unas semanas, en una iglesia de Cracovia, se habló desde el púlpito contra "esos nuevos Herodes que han venido a Polonia y, armados de pistolas, detienen a sus mejores hijos". Numerosas colectas para internados y detenidos se han efectuado en iglesias de todo el país.

Dentro de la jerarquía eclesiástica, el cardenal Franciszek Macharski y el arzobispo de Wroclaw, Henryk Gulbinowicz, además del obispo de Przemysl, Tokarczuk, aparecen como los más decididos a que la Iglesia juegue un papel más activo en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos cometidas por la Junta Militar y en la petición de que se restablezca el sindicalismo independiente.

El cardenal Macharski, que sucedió a Karol Wojtyla en el arzobispado de Cracovia cuando éste fue elegido Papa, y el arzobispo Gulbinowicz acompañaron al primado Glemp en su única visita al Vaticano desde la imposición de la ley marcial. Realizada a mediados de febrero, la visita a Roma duró una semana y los representantes del episcopado polaco no dieron ningún detalle de lo tratado con Juan Pablo II.

El Pontífice habló por esas fechas a favor del sindicato Solidaridad y Glemp pronunció un sermón en la iglesia polaca de Roma, en el que dijo que los polacos estaban siendo empujados al enfrentamiento, que Solidaridad tendría que ocupar un lugar en la sociedad polaca y que los problemas de este país enfermo deberían resolverse mediante el diálogo.

Críticas al clero

En vísperas de la celebración del séptimo pleno del Comité Central del POUP, en la última semana de febrero, Radio Varsovia lanzó un duro ataque contra los "últimos escalones" del clero, a los que acusó de actividades "desleales e irresponsables". Para algunos observadores occidentales se trató de la crítica más dura de instancias oficiales a la Iglesia en la última década. El diario alemán occidental Frankfürter Algemeine Zeitung informó un día después que las fuerzas de seguridad polacas estaban preparadas para proceder a arrestos masivos de sacerdotes en todo el país.

De hecho, sólo un sacerdote ha sido hasta ahora conducido ante un tribunal militar, bajo la acusación de haber difundido calumnias contra el Estado y el general Jaruzelski. El cura, identificado como padre JewuIski, de la provincia de Koszalin, en el noroeste del país, pronunció un sermón poco después del golpe de Estado del 13 de diciembre, en el que, según la acusación, "atacó de forma calumniosa a las autoridades estatales y al primer ministro".

En círculos próximos a Solidaridad se da como inevitable el enfrentamiento entre el Consejo Militar de Salvación Nacional y la Iglesia. Si todavía no se ha producido, añaden las mismas fuentes, es porque el Gobierno confía en lograr un compromiso, no porque tema la reacción popular. "La Iglesia puede ser un enemigo difícil para el régimen, pero no más que Solidaridad", aseguran miembros del sindicato suspendido, que pronostican próximas y numerosas detenciones entre el clero.

Por supuesto que hay un sector de la Iglesia dispuesto a alinearse con el régimen o, al menos, a respaldar salidas de la crisis favorables para el poder. Los radicales de Solidaridad denominaban como "la banda de los cuatro" a los principales miembros de esta corriente conciliadora dentro de la Iglesia: el obispo Dabrowski, secretario del Episcopado; el portavoz del mismo, padre Orszulik; el obispo de Gdansk, Kaczmarek, y el arzobispo de Poznan, Stroba. El portavoz del Episcopado rehusó una entrevista con el enviado especial de EL PAIS hace unos días. "La Iglesia no puede hacer declaraciones en estos momentos tan delicados", se nos dijo.

La mediación entre el Gobierno y Solidaridad y la ayuda a detenidos e internados son los campos principales de actividad de la Iglesia polaca en estos momentos. Una comisión episcopal se encarga de la distribución de ropas, alimentos y medicinas a las cárceles y campos de reclusión. Los párrocos locales informan a la jerarquía sobre los casos de detenciones o internamientos en sus pueblos y se han organizado sistemas de ayuda económica para las familias que han perdido sus ingresos como consecuencia de la detención de sus parientes. La grave crisis económica que sufre Polonia hace que varias organizaciones eclesiásticas se encarguen también de la distribución de la ayuda humanitaria que llega del extranjero.

La importancia y amplitud de la mediación eclesiástica en la búsqueda de soluciones para la crisis polaca dependerán tanto de la propia estrategia de la Iglesia -presumiblemente acordada en Roma durante la visita al Papa efectuada por Glemp, Macharski y Gulbinowicz- como de los resultados de la lucha que se libra en el seno del POUP entre dogmáticos y liberales.

Aniversario en Czestochowa

Una prueba decisiva para las relaciones entre Iglesia y Estado será la celebración del 600º aniversario de la Virgen de Czestochowa, la popular Virgen negra, ampliamente venerada en el país y cuya imagen siempre lleva Lech Walesa en la solapa. Juan Pablo II ha expresado su deseo de asistir a esta celebración, que tendrá lugar en agosto, en el santuario de Jasna Gora, unos doscientos kilómetros al sur de Varsovia, lo que ha creado un serio problema al Gobierno.

La primera visita papal a Polonia, en junio de 1979, movilizó a millones de católicos. Uno de cada cuatro polacos fue a ver directamente al primer Papa eslavo, y juntos veneraron al mártir san Estanislao, un obispo que fue asesinado por un rey polaco en el siglo XI, y que es el patrón de Polonia. Las autoridades civiles observaron con recelo esas demostraciones populares de fervor religioso, pero no se produjeron incidentes ni hubo críticas. del Papa o de la Iglesia polaca hacia el Gobierno o el partido comunista.

Ahora, el régimen militar se encuentra ante el dilema de autorizar o no esta segunda visita de Juan Pablo II. Negar a un Papa polaco que visite el santuario más importante de su país sería un escándalo internacional y podría provocar incluso disturbios en el interior. Por otra parte, las concentraciones multitudinarias que se producirán -se estima que dos millones de personas peregrinarán a Jasna Gora- podrían ser aprovechadas para realizar actos de protesta o de desafío al régimen, a pesar de las previsibles llamadas a la calma que hará el Pontífice. De aquí al verano, el Gobierno y la Iglesia polaca tendrán que negociar este asunto tan delicado. Por otra parte, ¿aceptaría el papa Wojtyla visitar Polonia si todavía continúa en vigor la ley marcial?

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