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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La devaluación del franco belga

EL REFRENDO de la Comunidad a la decisión belga de devaluar su moneda un 8,5% significa algo más que la aceptación de un reajuste de paridades entre las divisas del sistema monetario europeo. Quizá estemos ante un nuevo principio de discordia que se exacerbe aún más los conflictos ya existentes entre los países miembros sobre la política agraria común y la financiación del presupuesto comunitario.Bélgica es un país con una economía muy abierta al comercio exterior, que ha practicado siempre una política de moneda fuerte (desde 1930 el franco belga sólo se ha devaluado en dos ocasiones) y cuya prosperidad ha sido la envidia de sus vecinos. Pero la época de las vacas gordas ha ido enflaqueciéndose paulatinamente y, como recordaba hace poco Le Monde, este singular país industrial se está convirtiendo, al igual que el imperio otomano antes de la Gran Guerra, en el hombre enfermo de Europa. El porcentaje de paro se elevaba en Bélgica al finalizar 1981 al 12,5% de la población activa, frente a una media del 9% en la CEE; y el déficit de su balanza de pagos equivale al 6% de su PNB, el doble de los países de la comunidad. Este déficit es consecuencia, en parte, del alza de los precios del petróleo, pero sobre todo es el resultado de la pérdida de competitividad de la hasta hace poco excelente industria exportadora belga. La economía de Bélgica se halla, además, prácticamente estancada, con un crecimiento negativo del 1,25% de su producción de bienes y servicios en 1981 y sin perspectivas positivas para el año actual. Los eventuales estímulos de reactivación por el lado de la demanda interior están bloqueados por el enorme déficit del sector público, que representa el 12% del PNB belga y que exige moderar los gastos e incrementar los impuestos. Dada la oscuridad del panorama interior, algo aliviado por el hecho de que el crecimiento de los precios se mantiene todavía en torno a un 8%, apenas cabía otra alternativa que no fuera la estrategia de conjugar la devaluación del franco belga, a fin de mejorar la competitividad exterior y la congelación de los salarios, con el objetivo de preservar los todavía buenos resultados de la lucha contra la inflación.

En octubre de 1981, Bélgica no participó en el reajuste de las monedas comunitarias, pero su pasividad se tradujo en una depreciación del franco belga frente al DM alemán y el florín holandés y, naturalmente, en una ligera apreciación respecto del franco francés y de la lira. El vacío gubernamental de octubre de 1981 aconsejó a la.s autoridades belgas no adoptar la decisión de devaluar, especialmente importante y significativa en un país cuya última experiencia de esta naturaleza se remontaba a 1949, pero el precio a pagar fue una altísima pérdida de reservas para el banco central.

Ahora Maertens, otra vez jefe del Gobierno, pero en esta ocasión al frente de una coalición de su propio partido -el cristianodemócrata- y de los conservadores líberales (es decir, con la exclusión de los socialistas por primera vez en los últimos siete años), ha cruzado el Rubicón con todo el equipaje y ha propuesto a los ministros de la Comunidad una devaluación del franco belga del 12%, finalmente limitada al 8,5%. Una devaluación de esta envergadura significa que la época en la que el franco belga era una moneda dura ha quedado relegada al olvido. El problema planteado por la devaluación belga se agravaría todavía mas si su ejemplo se extendiera por Europa como una mancha de aceite, ya que Francia sería el candidato inmediato para seguir los pasos de su vecino del Norte. El acuerdo monetario europeo se ha visto impotente para solucionar los desajustes fundamentales y los graves problemas internos de los países miembros. La devaluación del franco belga es, en definitiva, un reconocimiento de que los tipos de cambio han dejado de ser estables entre los países de la CEE. De añadidura, la amenaza de Bélgica de retirarse del Acuerdo Monetario si no se aceptaba su propuesta es una confirmación más de que los problemas particulares de los países miembros terminan por prevalecer sobre los intereses de la Comunidad Económica Europea.

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