El compromiso de la Corona
LAS PALABRAS pronunciadas por el Rey con motivo de los actos del centenario de la Academia Militar de Zaragoza no deben pasar inadvertidas ni por el lugar y auditorio en que se enmarcaron ni, sobre todo, por el momento especialísimo en que vivimos. Mientras los acusados de rebelión militar ante el consejo de guerra que tiene lugar en Madrid se empeñan una y otra vez en escudar las graves responsabilidades que se les reclaman en la creencia, la acusación o la suposición de que el soberano estaba detrás del golpe, tratando de refutar con palabras lo que los hechos demostraron sobradamente, don Juan Carlos ha hecho muestra del valor y la claridad necesaria para hablar a los Ejércitos sin ambigüedades ni adulaciones, con el cariño de quien se siente el primer soldado de este país y con la tranquilidad de quien se sabe también y sobre todo el primer ciudadano y defensor de la democracia. Su expresión tajante de que no ha habido error en la elección política hecha por el pueblo español a la hora de darse un sistema como el de las naciones libres de Occidente, su abierto compromiso refrendado ayer con el régimen de libertades y con la Constitución vigente, su llamada a la disciplina hecha a las Fuerzas Armadas, no hacen sino poner de relieve que un año después de la intentona golpista no se ha modificado en absoluto ni la voluntad ni elánimo del Rey en cuanto a la defensa de los principios constitucionales. Este país nuestro, tan acostumbrado al secreto, la maquinación y el oscuraritismo, tiene ya la prueba fehaciente, a través de las declaraciones sumariales de los implicados en el 23-F, de que, si no mienten todos, al menos alguno miente. Pero los hechos s on testarudos. Mientras los golpistas especulaban, comerciaban, se equivocaban, urdían, trastabillaban con el nombre del Rey en la noche infame del 23 de febrero pasado, el Rey mismo comparecía en televisión garantizando el mantenimiento del orden constitucional y anunciando que había instruído las órdenes precisas al efecto. Un hecho poco difundido, aunque suficientemente comprobado, es la intención que sectores leales del Ejército tuvieron en la noche del golpe de asumir el poder para tratar de solucionar la situación a un tiempo macabra y ridícula planteada por los guardias civiles que asaltaron el Congreso de los Diputados -no pocos de los cuales continúan por cierto ordenando el tráfico de las carreteras españolas-. Estos jefes militares, no comprometidos con el golpe, pensaron equivocadamente, que si se instauraba un poder militar provisional la solución del problema y el rescate de los diputados secuestrados podría ser más fácil. El Rey optó, sin embargo, y de manera decisiva, por el mantenimiento del poder civil en manos de la Junta de subsecretarios, y no de forma anticonstitucional, como los portavoces de la ultraderecha -en un ataque de constitucionalismo agudo y sorprendente- malévolamente sugieren, pues la Constitución, si no prevé el hecho, tampoco lo prohibe, como prohibe expresamente en cambio, de consuno con las leyes, la acción de los golpistas."El pueblo español confía en sus Fuerzas Armadas; seamos siempre dignos de esa confianza", dijo el soberano también en su discurso de ayer. Nunca como hoy resultan tan oportunas la aseveración y el llamamiento. Porque el juicio que ahora se desarrolla en Madrid ha de servir precisamente para soldar y ahondar esa confianza mutua, para alejar fantasmas, dudas y preocupaciones, y para que la imagen y la realidad del Ejército salgan renovadamente fortalecidas y entrañadas con los deseos y los destinos del pueblo del que vienen y al que ineludiblemente han de servir. Pueblo que expresa su voluntad soberana a través de las urnas y la ejerce en el respeto de las leyes y el disfrute de las libertades.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.