El viaje africano del Papa
JUAN PABLO II ha sido acogido en los países africanos visitados, en el viaje que ayer concluyó, con el entusiasmo que se debe a un líder moral de una institución antigua y extendida como la Iglesia católica y como el símbolo más visible del mundo occidental, gracias al cual muchos de estos pueblos han tomado contacto con una civilización industrialmente más moderna. Por más que el Papa insista en el carácter misionero de estos grandes periplos internacionales, los pueblos y Gobiernos que le reciben esperan de él una palabra que contribuya a la integraciónde sus pueblos en la civilización del progreso, y no pierden ocasión de dirigirse a él para recordar al mundo el lado colonialista, represor muchas veces de las idiosincrasias nacionales que ha acompañado la presencia del blanco en estos países.El Papa romano, consciente de estas expectativas, se ha convertido en un embajador internacional de los derechos humanos, que condena la opresión de los pueblos, alienta el desarrollo económico y la promoción cultural.
Más difícil resulta asumir los valores culturales de pueblos tan distintos de los que históricamente se han forjado en estrecha relación con el cristianismo. No deja de ser sintomático que el presidente de Nigeria, cuyo caluroso recibimiento estuvo a la altura de los demás Gobiernos, se permitiera señalar al Papa que la Iglesia Católica debía aprender a respetar los fundamentos y los principios éticos de Africa y sus pueblos. Y no se refería a aspectos anecdóticos que revelan las dificultades del catolicismo para deseuropeizarse, tales como esa gran misa celebrada en el corazón de Nigeria en latín, con cantos gregorianos y el Ave María de Lourdes. El meollo de la queja iba más bien a la valoración de instituciones tan fundamentales en la cultura africana como la familia y su correspondiente moral familiar. La relación intrínseca entre sexualidad, procreación y matrimonio, típicas de la moral católica clásica, no resulta enteramente transportable a un continente donde la familia está concebida como un largo proceso donde la convivencia y los hijos preceden a la sanción social de la cohabitación como matrimonio. Sin entrar en temas más complicados, como la valoración que allí se hace de la poligamia, considerada por muchos pueblos africanos como un valor cultural y que no puede enjuiciarse desde los supuestos cartesianos europeos. Las palabras de Juan Pablo II, reivindicando el carácter natural de la monogamia e insistiendo en la moral católica tradicional, no supondrán así un avance en el diálogo intercultural que requieren este tipo de problemas.
Como recuerda la última comisión permanente de los obispos españoles, Juan Pablo II es un hombre caracterizado por la firmeza de sus convicciones, cuya contundencia no facilita siempre el diálogo. Ya tuvo dificultades ecuménicas con los ortodoxos en su viaje a Turquía y con un sector de la Iglesia luterana en Alemania. Tampoco esta vez ha sido posible -pese a los buenos deseos del Pontífice- el encuentro con representantes islámicos, religión mayoritaria en los países visitados, debido esta vez a los desacuerdos internos y las desavenencias entre los propios interlocutores.
Más paradójico, pero igualmente significativo de la originalidad del mundo africano, fue el intercambio de discursos con el Estado de Benin, marxista-leninista según su presidente, donde la soflama revolucionaria del líder Mahien Kereku concluyó con un viva al Papa puño en alto. El Papa le respondió, dirigiéndose a los obispos, "que fortalecieran su fe para poder llevar a buen puerto la confrontación con la ideología atea".
La técnica moderna ha facilitado este tipo de grandes viajes, vieja tradición del catolicismo, lo que no significa que sea hoy más fácil que ayer lograr la integración cultural ansiada con otros mundos. El encuentro del cristianismo original, judío, con el mundo griego, luego el romano, el latino y el americano, supuso profundas convulsiones, de las que no parecen dispensados quienes se aventuren a encontrarse con el mundo africano.
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