Los intelectuales y la derecha
En los días pasados he tenido constancia personal de dos hechos. Primero, el de que está empezando ya la campaña electoral de la derecha, ¡la pobre!, y por eso considera intolerable cualquier critica, ni siquiera la que, de siempre, le importó menos, la de su (falta de) dedicación intelectual. Y, en segundo lugar, la de que sin duda son fiables las estadísticas según las cuales los españoles leen muy poco los periódicos y casi ningún libro, pero, en cambio, casi todos ellos ven la televisión, ya que varios pretendidos intelectuales se han sorprendido y hasta escandalizado de una opinión mía reiteradamente expuesta, con el debido desarrollo, en la Prensa, y recogida luego en el comienzo mismo y hasta en el título del libro El oficio de intelectual y la crítica de la crítica. Ricardo de la Cierva (por muchos amigos míos "lo siento, pero a mí me cae bien", independientemente de su apellido), tan supuestamente puntual cronista de la vida española contemporánea, tras calificar de comunista a Ricardo Cid, mi entrevistador en el programa Esta noche, y atribuirle, equivocadamente, me parece, una pregunta que salió de los labios -y no del pensamiento- de Carmen Maura, supone que "toda la entrevista parecía montada para una frase, esa frase", malignamente provocada por el productor Tola: Es imposible un intelectual de derechas.
Y ninguno de esos supuestos es exacto: ni que Ricardo Cid sea comunista, menos aún althursseriano; ni que Tola hubiera montado maquiavélicamente nada; y ni tan siquiera que Carmen Maura me preguntase lo que yo entiendo por intelectual, sino qué es para mí un hombre inteligente. Fui yo quien, por entender que la pregunta era demasiado abstracta o, si se prefiere, demasiado precisa, en su imprecisión, y más para hecha a un psicólogo positivo que a mí, la desvié, respondiendo lo que es un intelectual. (Y no todos los intelectuales son, por desgracia, necesariamente inteligentes.)
Y, repito, mi juicio puede compartirse o no, pero desde hace años estaba formulado ya. Acepto, como punto de partida para el diálogo, la definición orteguiana que da Cierva: "El intelectual es el profesional de la cultura con dimensión política". De acuerdo con su segunda parte quedan eo ipso excluidos todos los "historiadores, eruditos, escritores" y también pensadores, filósofos (Xavier Zubiri, por ejemplo, es para mí un muy gran filósofo, pero no un intelectual, y Emilio García Gómez, citado por alguno de mis contradictores, es gran arabista y escritor de muy buena pluma, pero tampoco intelectual), así como pintores y escultores, músicos, etcétera, que sean nada más -y nada menos- que historiadores, eruditos, escritores, etcétera. Hasta aquí parece que Ricardo de la Cierva y yo estamos de acuerdo. Indudablemente, el oficio de intelectual es de invención francesa. En Alemania e Inglaterra no ha acabado de arraigar esta planta -recordemos, sin embargo, a Bertrand Russell-; en Estados Unidos, sólo recientemente y por importación; en la URSS, ni se da ni puede darse, y, por el contrario, el clima de Italia y el de España parece favorecerle.
La discrepancia comienza en la distinción que yo hice, comentando un libro del malogrado socíólogo Juan F. Marsal (y, repito, todo esto puede verse en la obra antes citada) entre intelectuales en sentido sociológico e intelectuales en sentido moral. Los primeros son todos los creadores y distribuidores de cultura, y particularmente los ideólogos. Yo entiendo por ideólogo algo sumamente próximo a lo que Gramsci entendía por intelectuales, bien tradicionales, bien orgánicos, es decir, en mi sentido (no-) intelectuales al servicio del poder, bien establecido, bien por establecer. Con esta afirmación espero tranquilizar al desafortunado semieditorialista de Ya, que me reviste "con la capa de la nueva inquisición civil", y tariibién tranquilizar al colaborador de Diario 16, porque mi herejía no lleva camino de ser "fomentada desde las instancias del Estado". Al contrario: yo sospeclio que mis contradictores saben esto muy bien y que al denunciarme ante el inquisidor general de RTVE esperan que sea excluido de ella. Lo que al parecer no advierten es que si sigo aceptando las invitaciones para hablar desde Prado del Rey, es con el fin exclusivo de protestar contra la inquisición, contra cualquier inquisición.
Y para aclarar lo que quiero decir echando una ojeada al censo cervino: Jovellanos puede parecer hoy, y hasta ayer, hombre de derechas, pero en su época, tachado de jansenista y encerrado en el castillo de Bellver, no fue, ciertamente, considerado tal. Donoso Cortés, como sus tradicionalistas maestros franceses, renegaba por principio del intelecto, de la razón, aunque -aquí si que cabe hablar de paradoja- se sirviera instrumentalmente bien del intelecto. Cánovas habría podido ser intelectual, pero prefirió ser político. Maura fue político y retórico pero, aunque independiente, reverenciaba demasiado al poder para ser intelectual. Menéndez Pelayo, Balmes y el Maeztu maduro fueron intelectuales orgánico-tradicionales. (¿Por qué oponer un tipo al otro cuando, pese a Gramsci, en cuanto a su estructura mental, aun cuando no en la causa a la que sirven, se parecen tanto?). Y en fin, Ortega, el Morente anterior a su conversión y Marañón, hoy pueden parecernos conservadores, pero a los jesuitas que nos educaron a Ricardo de la Cierva y antes, bastante antes, a mí, ambos les hemos tenido que oír muchas veces prevenirnos de lo peligrosamente intelectuales que eran. Sí, en la historia se da una perspectiva de arte Op o, si se prefiere, trompe-l'oeil. quienes en su época parecieron -y fueron- heterodoxos, con el paso del tiempo y la capacidad de adaptación -nunca de creación, de invención y de riesgo- de la derecha, se tornaron conservadores y con ello, en mi sentido, no-intelectuales. Aparte de que también se puede haber sido intelectual y no serlo ya, haberlo dejado de ser: los intelectuales, con frecuencia, y con el paso del tiempo, decaen y, en otras ocasiones, se compran y se venden, no tanto por dinero como por honores y vanidad.
En resumen, intelectual, para mí, es quien, culturalmente acreditado, adopta una postura política comprometida pero, a la vez, libre, independiente o, como escribí, inorgánica, de oposición al poder establecido, cualquiera que éste sea, porque nunca será perfecto y siempre perfectible. La crítica de la ortodoxia y la propuesta, más o menos utópica, de nuevos modelos de sociedad, son las funciones primordiales de su oficio. Al conservador le parece bien lo que existe -y si es reaccionario, mejor lo que dejó de existir-. Por eso, cuando nostálgico, puede ser arcádico, nunca utópico. Y es claro que, puesta esta afirmación, mi escandalosa conclusión no es más que, peyorativamente considerada, un simple círculo vicioso; vista con ojos neutrales, mera tautología, y mirada con buenos ojos, un juicio analítico. Nada más. Mas como quiera que sea, es claro que las gentes de la derecha, por lo menos cuando ya dan por comenzada la campaña electoral, lo quieren todo y eso es demasiado. Reconozco que en el sentido usual de la palabra son buenos políticos realistas, maniobran bien. (Ricardo de la Cierva, impulsivo y hasta irascible, lo es menos, dicho sea en su honor.) Tienen, por supuesto, de su parte, el poder militar, el poder financiero, el poder eclesiástico. Siguen teniendo el poder político. Pero el inerme, el casi fantasmagórico pero auténtico poder intelectual, que no se hagan ilusiones, ése nunca lo tendrán.
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