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Jornada de 39 horas semanales y 7 días más de vacaciones para los trabajadores franceses

Los quince millones de asalariados franceses, desde ahora ya, trabajarán 39 horas y cobrarán las cuarenta que constituían su labor semanal hasta el presente. Y, a partir del año en curso, disfrutarán de una quinta semana de vacaciones. Estas medidas, que el Gobierno del presidente François Mitterrand ha promulgado por decreto, se inscriben en su política de reparto del trabajo para crear empleos. La aplicación de las 39 horas revela cierta impreparación por parte de las autoridades y provoca conflictos en cadena en los diversos sectores laborales.

Anteayer el presidente Mitterrand y ayer el primer ministro, Pierre Mauroy, tuvieron que intervenir personalmente para intentar ordenar el apasionado y confuso debate que se desarrolla en este país a causa de la reducción del tiempo de trabajo. El asunto es de una importancia esencial. De hecho, la polémica gira en torno a la disminución de sesenta minutos de trabajo, pero de lo que se trata es del inicio de un proceso que conducirá a las 35 horas semanales en 1985, según se lo ha propuesto el poder mitterrandista. Y esto ya es serio, tanto para los asalariados como para las empresas. En pocas palabras, la problemática es la siguiente: al reducir el tiempo de trabajo se pone en juego la competitividad de la economía francesa y, a la postre, el empleo.Hoy, en Francia, hay dos millones de parados. Y todo el mundo está de acuerdo en un punto clave: para que haya puestos de trabajo, a todos los niveles de la jerarquía salarial, hay que construir fábricas y máquinas, y vender los productos en el mercado interior e internacional. Es decir, se trata de conseguir la realización de una ley simple de la economía de mercado: producir mejor y menos caro que la competencia. A partir de este planteamiento, común a todas las fuerzas vivas del país -políticas, económicas y sindicales-, el problema se complica al querer conciliar la mejora del empleo y la competitividad. En la práctica, este problema los socialistas piensan que van a resolverlo con la fórmula que ahora ponen en práctica: hay que repartir el trabajo, es decir, más trabajo para todos y un poco menos para cada uno. De momento, empiezan reduciendo a 39 horas la semana de cuarenta y, progresivamente, piensan llegar a la de 35 horas en 1985. A partir de ese postulado surge la cuestión delicada: ¿Cuánto va a costar la reducción del tiempo de trabajo?

Tanto el decreto gubernamental como el ministro de Trabajo, Jean Auroux, y el primer ministro, Mauroy, hasta que intervino Mitterrand públicamente anteayer, se manifestaron confusos. Y se creyó que la disminución de una hora de labor podría conllevar un recorte salarial. Esto desencadenó conflictos en todo el país entre los sindicatos, los obreros y la patronal.

Trabajar 39 y cobrar 40

El presidente, por fin, zanjó rotundamente: "De ninguna manera puede lesionarse el poder adquisitivo del obrero", es decir, que las 39 horas serán pagadas como si fuesen cuarenta. Y, por lo que se refiere a la quinta semana de vacaciones anuales, el primer ministro, ayer, no dejó lugar a dudas: "Desde este año, el decreto se convertirá en realidad".El asunto de las 39 horas es un decreto, pero su publicación resultará conflictiva, porque a pesar de la clarificación de Mitterrand en lo que toca a su precio (el de las cuarenta horas), el texto es ambiguo. En efecto, invocando razones de democracia social, el Gobierno se lava las manos e invita a los sindicatos y a los empresarios de cada ramo a que negocien la realización de las 39 horas. En este punto, la filosofía de la patronal es unánime: pagar cuarenta horas por 39 de trabajo está muy bien, pero ¿con qué dinero crearán nuevos empleos las empresas?

El Gobierno tranquiliza al empresariado asegurando que, en las próximas etapas (cuando se pase de 39 a 38, 37, 36 y 35 horas) el reparto del trabajo irá acompañado de un reparto de salarios, es decir, que los empleados trabajarán menos y cobrarán menos.

Ayer, el vicepresidente del Centro Nacional de la Patronal Francesa (CNPF), Yvon Chotard, analizó esa política gubernamental en los términos siguientes: "Hay que afrontar la verdad. Si la reducción del tiempo de trabajo tiene por objeto luchar contra el paro, no debe traducirse en un aumento de costos para la empresa. O bien, se trata, simplemente, de mejorar la situación de los que trabajan y, la empresa sufre nuevas cargas. Y esta medida no favorece la creación de empleos, sino que es un freno". A modo de conclusión, Chotard estima que el decreto del Gobierno "crea un clima de desorden y de agitación perjudicial para el esfuerzo económico".

Los sindicatos se manifiestan satisfechos. Los observdores de diversas tendencias no excluyen que la intervención de Mitterrand, para garantizar el cobro íntegro de esta primera hora de reducción del trabajo, ha sido oportuna por razones electorales.

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