Pitarch
Lo dice el verso de René Char: «Rehenes de los pájaros: fuentes». Las fuentes, sí, son los rehenes de los pájaros, y el capitán José Luis Pitarch es el rehén de los militares entre los civiles, de los civiles entre los militares. Sin que su caso haya llegado a convertirse en el tumultuario caso Dreyfus, Pitarch es la más delicada referencia, el más sutil rehén de unos y otros, ahora que se dialoga tanto sobre la necesidad de dialogar entre militares y civiles: ya estamos dialogando. Pero a Pitarch le han salido catorce días.Pitarch en la Bobia del Rastro, explicándome técnicamente por qué no habría golpe tres días antes del golpe. Pitarch en el café Gades, mostrándome el original del libro que luego ha publicado, y que le aconsejé pasar más por el corazón, o sea, recordar, en el sentido de hacerlo más íntimo, de entrar más en su caso: no en su caso jurídico sino metafísico. Pitarch consultándome por carta, lleno de nobles curiosidades, cosas del castellano y sus arrabales. Si es posible, si no ha delinquido demasiado, consideremos la condición perdonadiza y frágil de Pitarch, rehén de los pájaros, como una fuente de ingenuidad y buena voluntad. Capitán de Caballería, ha sido sancionado con catorce días de arresto domiciliario por haberse desplazado a dar una conferencia en Santiago sin autorización superior. Parece que Pitarch hizo el viaje en tiempo libre de servicio. El autor de Diario abierto de un militar constitucionalista había informado de esta conferencia con un mes de antelación a sus superiores, volviendo a anunciar el viaje el día anterior a éste.
Según cuenta Anxel Vence, de este periódico, Pitarch dijo en su conferencia que Europa y España están vacunadas contra experiencias como la griega y la portuguesa, de carácter autoritario, ya superadas. Ha diagnosticado Pitarch la falta de incardinación Ejército/ sociedad, en España, y ya en el verbo incardinar, de tanta resonancia teológica, reconozco al buen amigo, hombre humilde y errante, con su formación humanista, que a veces él quisiera cambiar a la baja por un buen dialecto cheli.
Pitarch, amigo de tardes inocentes, de llamadas frecuentes, Pitarch, barba rubia y ojos limpios, un coche descuidado y viejo, es, en este momento delicado de la incardinación, como él dice, el rehén más quebradizo de unos y otros, el hombre que no sé si ha cumplido o ha incumplido, ni entro en ello, pero está hecho de un vidrio moral, de una porcelana viril que a mí me hace pensar en Pitarch con más impaciencia que en todo ese problema de la incardinación Ejército/sociedad. Mejor que las grandes palabras y los grandes hombres y los grandes nombres, empecemos por entender a Pitarch, los civiles, y por entendernos todos en torno de Pitarch, fábula de fuentes, rehén de los pájaros, hombre, dicho de manera más vulgar, con la cabeza a pájaros, a sublimes pájaros que chían en latín. De la gravedad o levedad de la situación española, de la gracia o desgracia del momento, yo juzgo por la suerte de Pitarch, arrestado catorce días en su domicilio, él, que es tan domiciliario, tan hombre de su casa; él, que vive siempre como bajo arresto de humildad, ni demasiado alto ni demasiado altivo, sino todo lo contrario. Su libro, sencillo y bueno, que se ha editado a sí mismo, o poco menos, con una estética grácilmente arcaizante, no es el libro que hubiera escrito Villacampa, sino el de un humanista a caballo, breve de estatura como los buenos jinetes.
No entro en la cuestión. Escribo al hombre. Pitarch, amigo, capitán, muchacho, cuánta tu fe en la fe, cuánto tu militar en la milicia. Qué gran cosa para ti el Ejército, descabalgado de la oficina del caballo. Pitarch no es Dreyfus ni Piñar ni Villacampa. Pitarch es un soldado que gusta de decir incardinar. El delicado equilibrio en que vivimos, que no se quiebre, pido, por Pitarch.
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