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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva estrategia sindical en Estados Unidos

LAS SEÑALES de recesión en la economía norteamericana continúan ensombreciendo el clima de optimismo creado en los comienzos de la Admininistración Reagan. El índice de producción industrial ha vuelto a caer en el pasado diciembre, con lo que su evolución negativa, iniciada en julio de 1981, dura ya cinco meses consecutivos. El resultado más impresionante es un crecimiento del paro que alcanza ya al 9% de la población en edad y disposición de trabajar. Aunque la economía de Estados Unidos marchó a un ritmo espectacularmente vivo durante la primera mitad del año pasado, los indicios de una rápida aceleración de la inflación obligaron a las autoridades a practicar una rigurosa política monetaria, materializada en un control estricto de la cantidad de dinero. La consecuencia de estas medidas fue que el choque de la demanda contra una oferta controlada originó unos elevados tipos de interés, que frenaron la actividad, con las correspondientes secuelas de costes sociales, pero también sirvieron para enfriar las expectativas inflacionistas de todos los agentes económicos.La economía estadounidense, hasta ahora paradigma de eficacia, está perdiendo terreno en el pulso de la competencia internacional con Japón precisamente en productos tan genuinamente americanos como los automóviles o las computadoras. El coste de un automóvil japonés es del orden de 1.200 a 1.500 dólares más barato que el modelo norteamericario equivalente. Una estrategia defensiva ante tal desafío podría ser la vuelta hacia el gran territorio interior de Estados Unidos y el regreso al proteccionismo, ya que no en vano el déficit comercial de Estados Unidos con Japón ascendió el año pasado a 18.000 millones de dólares. Pero la Administración Reagan tendría serias dificultades para justificar su neoproteccionismo ante sus aliados atlánticos, todavía menos competitivos que los norteamericanos en el mercado internacional. Esa estrategia defensiva implicaría, además, perder como punto de referencia al productor industrial más eficiente del planeta en estos momentos, es decir, el Japón.

El año 1982 servirá de marco temporal en Estados Unidos para una importante renovación de convenios colectivos, cuyos plazos de validez suelen pactarse para una media de tres años. Hasta ahora, los convenios se venían acordando con claúsulas de revisión en función de los incrementos futuros de los precios, incluso con algún punto por encima del aumento del coste de la vida, para mantener un ligero crecimiento del poder adquisitivo de los salarios. Algo, sin embargo, empieza a cambiar en la estrategia de los poderosos sindicatos norteamericanos. Por ejemplo, la recesión en el sector del automóvil ha forzado una negociación entre General Motors y el Sindicato Unificado de Trabajadores del Automóvil, que establece reducciones en los salarios nominales por hora con el propósito de rebajar los costes del trabajo y aproximarlos a los japoneses. Pero la revisión de las expectativas inflacionistas no afecta sólo a los trabajadores, sino que también concierne a la política global de General Motors. Los menores costes se traducirán asi en menores precios de venta al público, con la finalidad de reconquistar la cuota de mercado arrancada por los japoneses en los últimos tiempos gracias a su mayor productividad.

Algunos competidores de General Motors en la industria norteamericana del automóvil han puesto el grito en el cielo ante esa agresiva estrategia. Unos gritos que seguramente se convertirían en desgarradores alaridos si la compañía norteamericana ensayara en España una política de precios semejante en el inmediato futuro. Porque una estrategia de este corte sacudiría los cimientos de nuestro proteccionismo integral y permitiría comprobar el temple de nuestros empresarios ante el reto de una baja de precios en un sector como el del automóvil, mantenido por nuestra Administración pública durante largos años en un régimen de invernadero. La experiencia de General Motors en Estados Unidos enseña, en cualquier caso, que la lucha contra competidores internacionales más eficientes, a la que obliga la compleja interdependencia del mergado mundial, no puede limitarse, como es costumbre en nuestro país, a exigir a los trabajadores que aprieten los cinturones de sus salarios reales y acepten una pérdida de su capacidad adquisitiva. Los reajustes no pueden limitarse a uno de los factores de producción, sino que tienen que extenderse a la estructura organizativa entera de las empresas.

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