Camino de servidumbre
Hace ya mucho tiempo, Marx actualizó una observación que resultaba evidente desde siempre. El aparato del Estado, a medida que se fue estructurando, se puso al servicio de la clase dominante. Durante siglos, estos servicios oficiales a la clase dominante fueron relativamente simples, porque las funciones estatales y el esqueleto burocrático también lo eran. Las clases que querían dominar tenían que asumir el poder político directamente. Las tiranías griegas antiguas, Julio César y tantos otros más recientes, serían: buenos ejemplos de gente que tomaba el poder con sus manos.A medida que el Estado fue absorbiendo una parte mayor de los recursos nacionales, sus funciones se hicieron más complejas y difíciles, pero también más eficaces, y fue preciso contratar administradores profesionales de la cosa pública.
Estos señores ejercían un poder cada día más potente por cuenta, eso sí, de la clase dominante. La situación convenía a todos: a la clase dominante, porque otros les lavaban la ropa sucia mientras ellos ganaban dinero, y a la burocracia, porque de la mesa política caían migas sustanciosas.
De esta forma se monta la burocracia actual, que hoy es absolutamente imprescindible a la vida moderna y que hace unos cien años describiera Max Weber.
Era inevitable que este grupo de servidores del Estado, día a día poderoso y cohesionado, con intereses no siempre coincidentes del todo con los de la clase dominante, llegara a no conformarse con su papel de intermediario y decidiera un día establecerse por su cuenta, constituyéndose en clase aparte que desde los mandos del Estado, y no más por cuenta ajena, sino por cuenta muy propia, pudiera dominar la sociedad.
Este fue el gran paso que dio Lenin con la creación de su partido comunista, vanguardia del proletariado.
Sobre esta línea, Stalin estableció la supremacía del partido y de la burocracia a sangre y fuego sobre el pueblo ruso (primer paso).
Pero la poderosa burocracia bolchevique así afianzada quiso y supo defenderse del embate alemán, y a partir de ahí se encontró con un imperio entre las manos que, por los motivos que sean, ha decidido consolidar y extender (segundo paso). Esta evolución histórica requirió cambios de planteamiento en dos etapas también.
Las fuerzas armadas, una clase aparte
La burocracia soviética necesitó de la policía secreta para meter en vereda a los rusos: primer paso. Para vencer en las contingencias internacionales, la policía no bastaba y fue preciso crear un ejército poderoso: segundo paso.
¿Es de extrañar que estos cuerpos militares, tan reconocidamente necesarios al partido y a la burocracia, constituidos éstos previamente en clase social autónoma, se sentaran un día a meditar y descubrieran que esa clase social dominante de relativo nuevo cuño, que es la burocracia inspirada en el partido, no podía subsistir sin, ellos y que, por tanto, lo más adecuado era repetir la operación que la burocracia había protagonizado antes, constituyéndose las fuerzas armadas en clase aparte, alzándose con el santo y la limosna?.
Así ha sido, y hoy día en la Unión Soviética manda el Ejército, sin disimular demasiado, detrás de un partido comunista totalmente petrificado.
Los recientes sucesos de Polonia han servido para poner en clara evidencia esta situación; por lo demás, cada vez más aparente.
Los militares dan el golpe en Polonia en beneficio de sus principios, y ya no se toman la molestia de aparecer como defensores del partido comunista o de la revolución, conceptos que venían utilizando mientras fueron útiles, pero que se abandonan en cuanto no hacen falta.
Se alzan contra la anarquía popular y sindical, y lo hacen además en un gesto patriótico, puesto que su toma autónoma del poder evitará la entrada en funciones del Ejército soviético, con el que, por otra parte, los militares polacos están concertados de forma más o menos clandestina. Los argumentos son orden y patria.
El Ejército ya no es rojo ni comunista. Actúa para salvaguardar a los polacos de los males ancestrales y en defensa de los valores eternos.
Mi tesis es que el desastre de Polonia demuestra que no hay teoría detrás de un movimiento militar: simples reflejos inexorables.
El mando es directo y sin matices, y se justifica por sí mismo. Sus objetivos son efectivamente eternos, como, por ejemplo, el mantenimiento del orden y la salvaguardia de la patria, pero también son claramente imprecisos e insuficientes, aunque necesarios, para orientar las sociedades industriales en libertad.
Hoy día, en el Este, el proletariado suprime revolucionanamente,la sociedad de clases, entronizando al proletariado como clase única; más tarde, el partido comunista asume la representación del proletariado y controla la burocracia.
Finalmente, el Ejército da el último paso, mandando sobre el partido y sobre el aparato del Estado, detrás de unas bambalinas que apenas disimulan el montaje.
Sólo se han escabullido de este proceso fatal y autogenerado unos pocos, muy pocos, países democráticos, que han conseguido que el mundo civil o, si se quiere, el sector privado sea tan fuerte que evite el ácido disolvente de la anarquía, de un lado, y pueda, del otro, encauzar constructiva y democráticamente a la quintaesencia de esa burocracia que hemos visto es el ejército.
Nuestra joven democracia debe saber que la estatificación, de un lado, y la anarquía, del otro, son caminos infalibles de servidumbre.
El pacifismo sin condiciones, el desarme unilateral, que tan en boga están estos días por Europa y que tanto recuerda a los claudicantes partidos socialistas (R. Mac Donald) y conservador (N. Chamberlain), que pusieron a la democracia de rodillas ante la bota nazi, sólo pueden facilitar las cosas a los que no saben, de buena fe incluso, de más soluciones que las de la fuerza.
La consolidación hábil, pero tenaz y valiente, de las instituciones democráticas durante años es la única esperanza.
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