_
_
_
_

La población de Los Pozuelos de Calatrava, atemorizada por la actuación de un cabo de la Guardia Civil

Los vecinos de Los Pozuelos de Calatrava, un pequeño pueblo manchego, están indignados. Desde el mes de mayo es comandante del puesto de la Guardia Civil el cabo primero José García de la Torre, participante en el asalto al Congreso del 23 de febrero, y detenido con anterioridad a este hecho por su participación en unos incidentes provocados por ultras en Vitoria. Su actitud en el pueblo, calificada por muchos de permanente desafio, ha provocado una carta de queja al gobernador civil, y desencadenado la investigación de la Comandancia de Ciudad Real y de los parlamentarios socialistas de la provincia. Tanto el Gobierno Civil como la Comandancia mantienen absoluta reserva sobre la investigación.

Los Pozuelos de Calatrava era, hasta no hace mucho, un lugar tranquilo. Los ochocientos vecinos no tenían otras conversaciones que las que versan sobre el campo, el agua, el chico que se va a la mifi o los galgos, sobre todo los galgos. Esta pequeña sociedad está perdidamente enamorada de la caza, que es al propio tiempo diversión y refuerzo para la economía.Pero, de unos meses acá, el tema de conversación permanente, casi obsesivo, es otro: el cabo primero de la Guardia Civil, comandante del puesto: «No nos hubiera importado lo del asalto al Congreso si aquí se estuviese portando bien», comenta Cruz Ocaña, concejal de UCD, «pero es que su línea de actuación es un desastre».

José García de la Torre, a quien en el pueblo se le conoce por el Cabito o Tejero, participó en el asalto al Congreso, hecho que no parece abrumarle: «Vino por las fiestas de mayo a ver el pueblo, para incorporarse, y ya desde el primer día presumía de haber sido de los que estuvieron en el Congreso», cuenta el teniente de alcalde Angel Infantes, socialista. «No sé si le han mandado aquí como un destierro o un castigo, pero resulta que los castigados vamos a ser nosotros, sin comerlo ni beberlo».

El asalto al Congreso de los Diputados no fue el primer suceso por el que el cabo García de la Torre apareció en los periódicos. Antes, el domingo 2 de noviembre, había tomado parte en unos importantes incidentes en Vitoria. Ocurrió aquel día que Blas Píñár se propuso dar un mitin de Fuerza Nueva en el teatro Guridi. El acto no fue autorizado y los trescientos asistentes convocados se quedaron en la puerta. Entonces Blas Piñar, seguido por todos ellos, se dirigió al Gobierno Civil para hacer entrega al gobernador de un paquete que contenía cuatro rollos de papel higiénico. El gobernador rehusó el presente y ordenó que se disolviera el grupo. De entre los revoltosos salió algún disparo y resultó herido un joven que pasaba por allí cerca, ajeno a todo.

La nota oficial habló de siete detenciones, tres de ellas de hombres que pertenecían a los cuerpos y fuerzas de la Seguridad del Estado, aunque iban vestidos de paisano. Uno era José García de la Torre, cabo primero, con destino en el Parque de Automóviles de Madrid. Se le ocuparon el arma reglamentaria y una pistola del 7,65.

La caza, desencadenante

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Los incidentes entre el cabo José García y los vecinos de Los Pozuelos empezaron pronto, y siempre en torno a la caza. Aquí, el furtivismo es una práctica normal. La mayoría del pueblo caza en veda o en cotos privados, y nadie se recata en confesarlo. Parecen sentir el derecho a hacerlo, y aceptan con espíritu deportivo el riesgo de ser vistos y multados por hacerlo. «El Cabito tiene que denunciar al que pille cazando de furtivo», razona Eleazar Alcaraz, alcalde comunista , «pero no puede hacer las cosas que hace. Cuando coge a alguno, le maltrata, le desafía, le amenaza con la metralleta o incluso le dispara». ¿Dispara? «Sí, no hace mucho lo hizo», y llama a Miguel Freire, que relata su detención y la de Antonio León, uno de los hechos más comentados en el pueblo.«Estábamos cazando y nos vio el guarda jurado, que nos dijo que le diéramos las escopetas. Le dijimos que no teníamos por qué dárselas y que nos denunciara si quería. Entonces se fue, y, como nosotros sabíamos que iba a avisar al cabo, nos volvimos para el pueblo. Primero escondimos las escopetas.

Volvíamos los dos en una bici hasta que pasó en coche un vecino del pueblo y me subió a mí. Antonio seguía en la bici. Cuando llegábamos, vimos que venía el Land Rover del Cuerpo, con el Cabito y un número Enfiló hacia el coche en que yo estaba y lo hizo parar poniendo el morro del Land Reiver contra el coche, de modo que casi chocamos. Entonces se bajó, apuntándome, y me ordenó a gritos que me subiera al Land Rover, y me dio alguna patada y algún empujón. En eso llegó Antonio y le ordenó que se bajara de la bicicleta y que la tirara a la cuneta. Antonio le dijo que la iba a poner con cuidado en el suelo, y entonces él soltó un tiro con el subfusil, entre el hombro y la oreja de Antonio. Yo salté al suelo por que creí que lo había matado, y entonces giró, apuntó el sutifusil contra mi y me gritó que subiera. Cuando nos embarcó a los dos nos obligó a decirle dónde estaban las escopetas: fuimos allí, las recogió y regresamos al pueblo. Y entró en el pueblo tocando la bocina continuamente, como ufanándose de su hazaña».

Carta al gobernador civil

El alcalde ha incluido el relato de este incidente en una carta de queja que ha enviado al gobernador civil de la provincia, con copia para el brigada comandante del puesto de Corral de Calatrava, superior inmediato de José García: «El día que trajo a éstos casi tenemos un drama, porque se concentró mucha gente a la puerta del cuartelillo, gritando que si es que la vida de un conejo vale más que la de un hombre. Menos mal que les soltó pronto, si no, tenemos aquí una desgracia».Incidentes parecidos han sido frecuentes. Eustaquio Romero cuenta cómo a sus hijos les hizo bajar del coche y poner las manos sobre el techo del mismo, mientras les apuntaba con el sublusil. No encontró las escopetas, pero uno de los hijos de Eustaquio no salió con bien de la aventura, porque cuando ha tenido que renovar la licencia le ha sido negada por el informe negativo del cabo. El padre ha presentado recurso: «No hay motivo legal para que se la nieguen: tiene todo en regla».

En más de una ocasión ha negado licencia de armas, y siempre ha coincidido en personas de la izquierda. La izquierda domina en este pueblo, cuyo Ayuntamiento está formado por dos comunistas, dos socialistas y tres centristas. «Aquí a nadie le hace gracia que este hombre vaya repartiendo llaveros de Tejero», insiste el alcalde, «y la verdad es que no tiene casi ningún amigo. Se junta con tres o cuatro personas que vienen de fuera, aunque yo creo que está haciendo nacer a Fuerza Nueva aquí. Antes no había ninguno, y ahorayo creo que ya los hay. Por cierto que lo primero que hizo fue interesarse por las ideas políticas de cada uno».

La paliza a Basilio

Otro de los hechos que se le imputan en la carta dirigida-al gobernador civil fue la paliza propinada a Basilio Paraja hace dos domingos, a la salida del fútbol. Habían jugado Los Pozuelos y el Malagón. Al final del partido, Basilio, que estaba totalmente ebrio, se acercó al coche de José García. Según éste explicó más tarde, le había insultado gravemente. Entonces, el cabo le golpeó repetidas veces, le tiró al suelo y, una vez allí, le pateó.Después se fue al cuartelillo para coger las esposas para entonces ya estaban junto a él varios vecinos que trataban de llevarle a casa, pero el cabo le volvió a pegar y cayó de nuevo al suelo. Al fin, los presentes le convencieron de que no podía tratar así a un hombre embriagado, y accedió a no detenerle.

Basilio asegura que no se acuerda de nada, que estaba tan borracho que no sabe lo que pasó, «pero me han dicho que me pegó». Al día siguiente del incidente fue llamado al cuartelillo. Al salir rechazó la asistencia del médico, que ese día tenía visita en el pueblo, y comenzó a decir que no se acordaba de nada, en lo que insiste hoy, aunque agrega: «Si me llama otra vez al cuartefillo», no iré, por lo menos solo». Pero Antonio Romero, uno de los varíos vecinos que vieron la paliza, no tiene inconveniente alguno en describir lo que recuerda. La noche del 29 llegó a Los Pozuelos un capitán de la Guardia Civil de Ciudad Real para recabar informes sobre el cabo, y Antonio Romero le describió los hechos como se los describiría no mucho más tarde a EL PAÍS.

Antonio Romero se queja de que no cumple con sus obligaciones reales: «A mí me asaltaron la casa y se llevaron dinero, y todavía no ha encontrado a quien lo hizo. A los tres días del hecho llamó a mi mujer y le dijo que había aparecido el dinero y que nos lo podría devolver después de un trámite que habla que hacer; pero mi mujer dijo que no quería sólo el dinero, sino saber quién había sido el culpable. Pocos días después nos dijo que había sido un error y que el dinero no estaba recuperado».

Las octavillas "rojas"

El alcalde también se queja de otro asunto no aclarado: «Hicimos unas octavillas contra el ingreso de España en la OTAN y las repartimos por el pueblo. Nos enviaron muchas de ellas al Ayuntamiento con una inscripcion por detrás que ponía: "Rojos hijos de puta: iros del pueblo u os matamos". Le dije que había que encontrar a quien lo había hecho, y nada».Eleazar Alcaraz y sus concejales están dispuestos a cualquier cosa para evitar que continúe esta situación; incluso han pensado reunir a todos los vecinos que puedan e ir a Ciudad Real a manifestarse ante el Gobierno Civil si su queja por carta no es atendida. El PSOE ha tenido conocimiento de la cuestión, y un senador y un diputado de este partido visitaron el pueblo para conocer de cerca los hechos. La Comandancia de Ciudad Real, como ya queda contado más arriba, también ha comenzado la investigación, aunque el jefe de la misma, teniente coronel Rodríguez Castaño, prefirió no hacer manifestación alguna a EL PAÍS sobre esta cuestión ni facilitar la localización de José García.

El alcalde recuerda ahora con cariño al anterior cabo, Basilio Castillo: «Aquí nunca nos hemos llevado mal con la Guardia Civil, pero con este hombre, que desafía a cualquiera, que apunta a cada momento con el sutifusil y que hace lo que quiere, no podemos convivir».

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_