El apagón de luz que se produjo al mediodía de ayer agravó los efectos del temporal
A la 1,58 horas de ayer, las luces de los grandes centros comerciales madrileños vacilaron un instante. Seguidamente se apagaron. En un acto reflejo, las gentes miraron hacia las ventanas para buscar posibles relaciones entre la oscuridad y el temporal. Decenas de grupos electrógenos se activaron automáticamente en ciudades sanitarias, grandes almacenes y oficinas para compensar la brusca caída de tensión, pero los ascensores de las casas de vecinos se bloquearon, los semáforos se oscurecieron y, bajo la lluvia, los automovilistas comenzaron a pensar en un inminente caos. A las 14,45 horas, la normalidad pareció restablecerse, pero a las 15,02, y hasta las 15,12, la luz volvió a irse, y aún se iría por tercera vez desde las 15,50 hasta las 16,30.
La mañana había sido muy dura. El viento racheado y los golpes de lluvia comenzaron a derribar primero vallas publicitarias, luego árboles y más tarde cornisas y ornamentos de los grandes edificios. En la calle del Príncípe de Vergara, los automovilistas se agolpaban alrededor de una grúa, que había caído sobre la calzada. En la de Génova se desplomó un árbol y, junto a Cibeles, otro fue arrancado de cuajo. Unas 1.500 llamadas de socorro saturaron las líneas del número telefónico de la centralita del parque de bomberos. Los camiones motobomba, las grúas y los coches-escala se cruzaban continuamente en las puertas de los garajes de distrito.En el Corte Inglés de Princesa, varias decenas de clientes fueron sorprendidos por el apagón en el estacionamiento. Todos corrieron hacia las escalinatas y comenzaron a ascender hacia las plantas más próximas. Entretanto, centenares de compradores de regalos navideños y de ropa de invierno silbaron y protestaron, medio en broma, medio en serio, tal como hacían los espectadores en las viejas salas cinematográficas cuando la película comenzaba a arder. A las tres de la tarde, las cajas registradoras no funcionaban, las vendedoras estaban cruzadas de brazos, y la falta de música ambiental inspiraba como en todos los grandes almacenes y oficinas, una fuerte sensación de vacío.
A las 13,45 horas, el tendido eléctrico del metro sufrió una caída de tensión: en los cuadros de mando se detectaron rápidamente fallos en las luces de alumbrado, de señales y de tracción. Sin embargo, muchos puntos de la red ferroviaria estaban a oscuras desde muchos minutos antes. En el subsuelo de la Puerta del Sol, oficinistas, dependientes y ejecutivos, forzados a utilizar los servicios de transportes públicos por las restricciones municipales de tráfico en Navidad, comenzaron a ocupar los andenes: poco antes de las catorce horas, multitudes de personas se agolpaban al borde de los apeaderos en total oscuridad. Habían sufrido la pequeña alarma del primer corte de corriente: cuando se reanudó el suministro, pensaron que había vuelto la normalidad y todas las que habían dudado en tomar el metro y salían a la superficie, bajaron de nuevo. Al reproducirse el apagón, las linternas del equipo de vigilantes jurados las velas de reserva de que disponían en el gabinete y los encendedores de los viajeros eran, en el andén Sol-Banco de la línea 2 -Cuatro Caminos- Sol-Goya-Ventas-, la única posibilidad de orientarse.
Sol: pánico en el "metro"
Igual que en todos los otros an denes de la zona centro, los frus trados viajeros comenzaron a agitarse en los de la línea 2: los gritos de los que temían algún irreparable desequilibrio en sus horarios se sumaron a los brotes de histeria de los que interpretaban cualquier roce como un intento de abuso o de robo. En aquel momento, nueve convoyes circulaban por la línea de suburbano; veintidós, en la línea 1 del metro; catorce, en la 2; once, en la 3; catorce, en la 4; veinticuatro, en la 5; once, en la 6; siete, en la 7, y cuatro, en la 9. Los 116 trenes se habían detenido, y unos segundos después, 113 comenzaban a desplazarse lentamente hacia las estaciones. Pero los tres restantes permanecieron inmóviles: al parecer, no les llegaba fuerza de las unidades autónomas de alimentación.
Sobre las dos de la tarde, en el andén de Sol, el comerciante Luis Fragoso, que tenía una cita en Goya, escuchó voces indeterminadas, sufrió varios empellones y finalmente entendió que alguien pedía socorro. Empujado o desorientado por la falta de luz, un hombre había caído al andén. Llegaron corriendo los vigilantes y señalaron las vías con sus lintemas: entre las vías se vislumbraba, en efecto, la figura de un hombre de más de sesenta años. Luis Fragoso y varios de sus acompañantes extendieron los brazos para ayudar a los jurados. Cuando lograron izar al viajero, la impaciencia y la tensión de todos los demás eran insoportables. Un momento más tarde, los vigilantes sugirieron a la gente que abandonase las instalaciones: el importe de los billetes sería reintegrado en las taquillas.
Simultáneamente fueron evacuados los tres convoyes que permanecían aún en los túneles: detrás de las velas y linternas de los guías, los madrileños llegaban hasta la estación más próxima como aparecidos. A pesar del pánico inicial, casi todos mostraban un humor excelente aunque habían sido, los peor tratados por la suerte.
En el eje plaza de España-Callao, las cosas iban peor. Los bomberos de la dotación de tres coches-unidades de socorro habían tendido sus escaleras mecánicas hasta la cúpula del edificio de la Mutua Mercantil de Seguros. Bajo la acción prolongada de las rachas de viento, una sección del tejado de pizarra estaba a punto de desprenderse. A pesar de las complicaciones horarias, vencidos por la curiosidad, muchos automovilistas se detenían para presenciar las maniobras. En las paradas de los autobuses, la compungida clientela del metro trataba de resolver la emergencia mudándose a la EMT. Incapaces para cobijar a los centenares de refugiados, las marquesinas eran ahora una protección tercermundista, casi ridícula.
En la Gran Vía, las luces de los semáforos habían sido sustituidas por las lámparas giratorias de las ambulancias y los jeeps de la Policía Municipal, y el ruido de los motores, por el de las sirenas. A primeras horas de la tarde era imposible decidir si aquello era una tormenta, un apagón o simplemente la guerra.
Otra vez el gran atasco
El jefe del Gabinete de Prensa de la Jefatura Superior de Policía, Daniel Herrero, había tenido una mañana muy dura. Las preguntas de los periodistas sobre las intervenciones de la policía gubernativa en salidas de urgencia se sumaban ahora a nuevas llamadas sobre el presunto secuestro del padre de Julio Iglesias. Cuando se fue la luz, pensó que aquello no podía ser más que un cortocircuito. local, pero, siquiera por una vez, se equivocaba: era el apagón. En adelante, tuvo que responder a toda clase de interpelaciones y consultas en las que había que pasar de la electricidad a la cocaína.
Los grupos electrógenos entraron en funcionamiento sin novedad en las ciudades sanitarias oficiales, tal como lo harían en las clínicas particulares Covesa, Las Flores, Los Alamos, Los Nardos, Nuestra Señora del Rosario, La Milagrosa, Rúber, San Camilo y Virgen del Mar. En la de Nuestra Señora de Loreto los cirujanos pudieron completar sin novedad una difícil operación de cáncer. Luego, hicieron conjeturas sobre las razones del apagón, y decidieron que, como antaño en Nueva York, habría sido una rata incontrolada. En el hospital de San Francisco de Asís fue necesario interrumpir una diálisis durante unos pocos segundos, pero pudo reanudarse en seguida. En el de San José, la situación se agravó rápidamente: las reservas de la unidad autónoma se consumieron muy pronto; entonces, los médicos decidieron emplear los últimos voltios en la iluminación de quiráfano. Por tanto, y hasta que la luz volviese, no podrían hacer radiografias ni ecografias.
Fuera de la zona centro, el tráfico rodado era muy desigual. Grupos de policías municipales socorrían a los sorprendidos conductores, en cuyas mentes los semáforos han creado hábito: la encrucijada García Noblejas-avenida de Aragón-Arturo Soria-Alcalá estaba muy bien atendida por varios agentes: a pesar del apagón y la lluvia, no hubo atascos o retenciones. La Castellana, en cambio, se atascó muy pronto: atravesar el tramo plaza de Castilla-Nuevos Ministerios era una verdadera odisea: bajo el paso elevado Joaquín Costa-Raimundo Fernández Villaverde, un gigantesco pulpo de coches trataba de escapar por las ca
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Por tres veces consecutivas la ciudad quedó a oscuras
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lles adyacentes. Sobre el ruido de bocinas, sólo se escuchaba, de vez en cuando, la imprecación de alguno de los conductores.
Llega Protección Civil
Después de los primeros minutos de confusión, alguien quiso conseguir los genuinos teléfonos de la Direción General de Protección Civil preguntando a las señoritas del 003. Una voz temblorosa respondió: "¿Cómo quiere usted que se los busque, si se nos ha ido la luz?". Poco después, alguien descolgaba el teléfono de la Dirección General de Protección Civil. "Los jefes se han marchado: ¿no ve usted que se ha ido la luz?". Era el ordenanza, y estaba equivocado. Los jefes se habían ido a remediar un poco aquel caos.
Desde la calle de Evaristo San Miguel, 8, un portavoz oficial de la Dirección explicaba las acciones de Proteción Civil en las últimas horas. "Nuestro papel es coordinar los recursos disponibles. Primero nos pusimos al habla con el gobernador civil de Madrid, que asumió el mando en la jefatura provincial de Riaza, 16. Luego, aplicamos el plan base de emergencia: estos planes prevén 52 o 53 situaciones, según de qué provincia se trate. A partir de nuestros primeros movimientos, intervinimos en la evacuación de los tres convoyes del metro. Sin embargo, la acción de mayor envergadura ha sido, hasta ahora, la evacuación de los salones de Juvenalia81, donde se habían congregado, a primera hora de la tarde, varios miles de personas. El recinto se quedó sin luz, y era preciso vaciarlo".
"En una operación coordinada, en la que intervinieron la Policía Nacional, la Municipal, la Cruz Roja y el servicio de orden del Palacio de Exposiciones, todos los visitantes fueron trasladados sin problemas al exterior. A las 4,30 horas, la operación había concluido totalmente. Por ahora sabemos que el apagón ha afectado a nueve sectores de la ciudad, y que la corriente ya ha sido reconducida, así que la luz volverá gradualmente hasta una situación de normalidad completa". A última hora de la tarde, noticias procedentes de casi todos los barrios madrileños indicaban que la luz había vuelto, y que la normalidad era por ese lado, absoluta. Sólo un vecino de la plaza de Santa Bárbara comunicaba que allí todavía continuaba el apagón, A pesar de las buenas perspectivas, Madrid era una ciudad llena de árboles caídos, cascotes, restos de vallas publicitarias, hierros no identificados, trozos de cristal y de madrileños que se habían sentido transportados, por arte de magia, a Nueva York, años sesenta.
Insultos al alcalde del hijo del comandante Sáenz de Ynestrillas Ricardo Sáenz de Ynestrillas Pérez, de dieciséis años, hijo del comandante de Infantería del mismo nombre implicado en la Operación Galaxia, fue detenido ayer como presunto autor de un delito de desacato (insultos) al alcalde de Madrid, Enrique Tierno, según informa la agencia EFE.
El citado joven, acompañado de un hermano, se acercó al alcalde de Madrid cuando éste salía de un comercio de la Avenida del Manzanares, afectado por las inundaciones.
Este joven fue detenido por la Policía Municipal y puesto posteriormente a disposición del juez, que acordó su puesta en libertad, sin perjuicio de la instrucción de las correspondientes dilengias.
Ricardo Sáenz de Ynestrillas fue detenido por la policía junto a su padre y un hermano en relación con una supuesta intentona golpista el pasado 23 de junio. En aquella ocasión le fue aplicada a su padre, el comandante Sáenz de Ynestrillas, la ley antiterrorista. Más tarde fue puesto a disposición del juez militar y, posteriormente, el caso pasó a la jurisdicción civil, que finalmente decidió su puesta en libertad.
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