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Bon Nadal

Juan Cruz

Lo más llamativo del graderío inmenso y coloreado del campo del Fútbol Club Barcelona no fueron, el pasado domingo, los abucheos que recibió el cuadro merengue al entrar en el terreno de juego ni las broncas unánimes de que era objetivo impertérrito el jugador Juanito cada vez que osaba situarse en la posición del córner para poner en vilo la seguridad vulnerable del arquero Artola.Lo más llamativo era el anuncio, reproducido en una pantalla electrónica, que proponía un deseo bilingüe: "Bon Nadal y mucha paz mental". Otros eslóganes publicitarios -"Del 80 al 2000, zapatos San Martín", "Popeye, rey del comic, en carne y hueso y espinacas"- se perdían entre los globos de color azulgrana y además no tuvieron influencia alguna en el resultado.

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Fue un partido de mucha paz mental y una excelente ocasión para que los barcelonistas se felicitaran las Pascuas, porque para algo el equipo se ha proclamado, de modo casi incruento, campeón de invierno. Aunque en este partido de la máxima discordia disimulada sí se derramó alguna gota de sangre. Artola recibió un rasguño en un ojo, sangró, se dolió y la consternación fue enorme cuando Angel, Mur corrió la banda para auxiliar al héroe, batido ya por la eficacia silenciosa de Juanito.

Pero esos ejercicios con el árbol dolido no tienen parangón con los desvaríos que produce en la hinchada azulgrana un contratiempo de Quini.

El goleador asturiano sufrió el domingo una leve lesión que le mantuvo apartado del campo durante tres minutos. Su regreso fue acogido con el entusiasmo masivo que para sí quieren los dictadores cuando convocan sus referendos. A Quini le recibe el calor de una afición insaciable que es más que una afición: es la mueca unánime de un país blaugrana que tiene en el Barça la expresión balompédica que en otros terrenos tienen, por ejemplo, Antoni Tàpies, Salvador Espríu o el cantante Raimon, a quien, por cierto, encontré en los urinarios del estadio, tocado con la boina que se reserva para el anonimato del aficionado y dotado de un puro que le había sido alquilado por Manuel Vázquez Montalbán.

Fue un partido jugado con mucha paz mental, algo así como la ceremonia de la concordia entre dos enemigos cuyo armisticio ha sido firmado por extranjeros. Lattek y Boskov se dirigieron mutuos elogios al término del encuentro. El alemán de Barcelona dijo que Boskov es un buen chico y el yugoslavo de Madrid afirmó que era una suerte tener a Lattek en España.

Es una suerte para la paz mental del Barcelona, que ha abandonado la riña callejera de otros tiempos y se ha dedicado a jugar al fútbol con eficacia y salud mental suficientes como para que los goles entren en el santuario enemigo. Las que hablan ahora son las botas de Simonsen, al que el público llama Simonet, y cuya sombra breve de enano nórdico hizo olvidar el domingo pasado la alargada sombra del alemán Schuster, ciprés caído que recibió en Colonia la crónica exuberante de la victoria de este equipo, que parece haber olvidado su antiguo hábito de rendir las armas antes del comienzo del combate.

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