El romanticismo en economía
Ultimamente he visto aplicado el calificativo de romántico a algunos personajes de nuestra vida económica. De entrada hay unas ciertas dudas sobre si la calificación es insultante o, por el contrario, es un elogio. Personalmente llegué a la conclusión de que depende de la mentalidad de la persona que lo utiliza y, sobre todo, de la persona que lo escucha o lee. Pero me pareció, en todo caso, que el tema merecía unos comentarios escritos.Romántico tiene unas equivalencias en el lenguaje vulgar, según el diccionario: sentimental, generoso, soñador. Cabe preguntarse hasta qué punto la economía moderna es compatible con los sentimientos, con la generosidad o con los sueños.
Sí tenemos en cuenta el principio de la economía capitalista en la que el máximo beneficio es la única motivación del empresario, difícilmente podemos aceptar el mínimo romanticismo en un hombre de empresa competente. La generosidad, la influencia de los sentimientos sobre las decisiones y la posibilidad de perseguir un sueño a través de una labor gerencial no son conceptos válidos a la hora de aumentar los beneficios
Los americanos son, quizá, los mayores defensores de un capitalismo puro y duro. Aunque tampoco se puede decir que lo apliquen totalmente. Quienes sí lo hicieron fueron los patriarcas de las finanzas y de la industria americana a mediados del siglo pasado y principios del actual. Los Rockefeller, los Morgan, etcétera, eran de ese calibre. Sus herederos tienen otro estilo, debido a las imposiciones de una sociedad democrática que da aún una extraordinaria importancia a las iniciativas individuales, pero que limita las posibilidades de explotación al hombre por el hombre. Una parte de las riquezas acumuladas de aquella forma están invertidas, en la actualidad, en fundaciones con elevadas y altruistas motivaciones.
Economía y sociedad
Economía y sociedad son dos realidades que se complementan y que no pueden mantener posiciones incompatibles. La economía debe aceptar unos condicionantes impuestos por la estructura social en la que se desarrolla, y la sociedad debe, a su vez, aceptar unas leyes económicas. El político y el hombre de empresa deben perseguir objetivos distintos, pero su influencia es mutua. El empresario está al servicio de una cuenta de explotación, pero sabe que hay muchas limitaciones para la búsqueda del beneficio puro. El político, en cambio, está obligado a sentirse romántico -pendiente del sentimiento de sus electores, generoso y persiguiendo los ideales de su partido-, pero debe aceptar leyes económicas tan básicas como el presupuesto equilibrado y el de un desarrollo político condicionado por el económico.
A un empresario que demuestre un interés especial en alcanzar objetivos no estrictamente económicos es posible que se le aplique el calificativo de romántico. A la inversa, a aquel político que haga continuas referencias a las también continuas limitaciones económicas se le podría tildar -y se le tilda- de tecnócrata. Y me parece indudable que los políticos necesitan de conocimientos técnicos y los empresarios deben contar con un bagaje suficiente de espíritu de servicio a los demás.
Este espíritu de servicio los empresarios pueden manifestarlo de dos formas bien distintas. Para unos es a través de los beneficios obtenidos por la empresa. Para otros es a través de la misma empresa. La distinción es importante.
Para los primeros es válido el criterio del beneficio máximo, partiendo de la base de que la empresa es una entidad estrictamente económica y que toda inclusión de criterios sentimentales no es válida. Los sentimientos deben manifestarse después con el producto de los beneficios obtenidos. Si alguna concesión debe hacerse será por imposición de las leyes escritas o de los hábitos sociales, pero siempre pensando en la cuenta de explotación. De esta forma se asegura la continuidad de la empresa.
Para otros empresarios, en cambio, es la propia empresa en su actividad normal la que debe hacer compatible beneficio -por tanto, continuidad- y servicio a la sociedad que le permite, precisamente, aquel beneficio. Desaparece aquí la motivación del beneficio máximo y es sustituida por la del beneficio necesario. La empresa es en sí misma una persona jurídica, responsable directa frente a la sociedad.
Tendemos a veces -es mi criterio- a considerar a las empresas como máquinas sin sentimiento alguno. Y el calificativo es elogioso a nivel popular. Los periodistas deportivos han dicho recientemente que el Fútbol Club Barcelona era "una máquina de hacer goles", mientras que otro comentarista nos decía en televisión que el tenista McEnroe jugaba "como una máquina". A mí me parece todo lo contrario, de un elogio, al margen del hecho que el tenista americano expresaba claros sentimientos de rabia cuando fallaba un golpe, y el delantero Simonsen del Barça jugaba afectado por una desgracia familiar. Todo ello muy poco mecánico.
Al fin y al cabo cada uno se quedará con su criterio. Pero como he dicho al principio, al referirme a la expresión romántico aplicada a un empresario, todo depende del criterio del receptor. Para unos significaría que es un empresario que olvida sus mandamientos básicos; para otros, que piensa utilizar a la empresa no como patrimonio personal, sino como patrimonio colectivo, que debe actuar pensando en sus beneficios, pero también en un servicio directo a su comunidad.
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