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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Las razones no autonómicas

Nos decía Luis Larroque, representante comunista en la Diputación Provincial de Madrid, en un artículo publicado en este periódico, que los madrileños carecen de conciencia autonómica, y nos explicaba las conveniencias de la consideración de un auténtico espíritu autónomo para dar libre cabida a cuestiones como la de gestión y servicios públicos, con la cual se obtendría una mayor eficacia y rapidez en la resolución de problemas administrativos; a razones de acercamiento a los políticos; a facilidades de cumplimientos constitucionales, y, en última instancia, a la cuestión que más se acerca al problema del bolsillo de cada uno, la de la transparencia del control fiscal. Más adelante Larroque nos exponía lo que este descontrol hizo de Madrid y de su provincia en los años del franquismo, y debemos deducir la completa razón que tiene en todos estos aspectos el vicepresidente de la Diputación. Ahora bien, Luis Larroque no profundiza en lo que es el cuadrado carácter madrileño, formado no sólo por la organización política y social que impuso en la provincia el régimen franquista, factor que no deja de ser de suma importancia, sino que además son otras muy diversas razones las que, a mi parecer, han generado este aspecto ideológico.Podemos partir de la andadura que tuvieron por Castilla las distintas cortes de los Austrias para explicar la formación del que llamaría espíritu castellano-español, y lo denomino así porque, efectivamente, ha sido el cariz de este espíritu el que ha influido en gran parte en la formación del actual compromiso autonómico.

Este espíritu castellano-español tiene su razón en la centralización del Gobierno y de la Administración en Valladolid, Toledo y Madrid principalmente, desde donde se ha gestado, durante más de trescientos años, una forma de ver lo español como castellano, y lo establecido en una región como establecido para el resto del país de forma puramente natural.

Faltan razones tradicionales

De esta manera, el castellano de la más pura clase popular no ha encontrado razones tradicionales que le empujen a reclamar unos derechos básicos de personalidad, simple y llanamente porque siempre los ha tenido, y podemos apreciar este aspecto en una cuestión primordial, la lingüística, sin ir más lejos. El idioma castellano es el oficial en España, y lo ha sido desde hace siglos. ¿Cómo puede afrontar este hecho el ciudadano o el campesino de la meseta, sino con la máxima naturalidad?, y ¿cómo puede reaccionar el vasco, el gallego o catalán, sino con el reproche más enfervorizado, puesto que se le niega una de sus funciones primarias, que es la de expresarse en su propia lengua?

Factor más peliagudo es el gubernamental -ya he mencionado su perpetua presencia en Castilla-, detalle que ha supuesto la centralización de la gestión política. Este hecho ha motivado un deterioro en las alcaldías, deterioro no demasiado acusado en la región central, pero sí de enorme gravedad en las regiones colindantes, que han visto en él una disminución de sus funciones, basadas en una gran caracterización del pensamiento popular de cada región, y lo han visto replegarse hacia connotaciones únicarnente folklóricas que han impedido la expresión de sus problemas ciudadanos, rurales y políticos.

Otra peculiaridad, la unificación administrativa que se ha dado en Madrid, ha impedido una función rápida y eficaz en la resolución de problemas regionales; en cambio, esta estructura administrativa no le ha sido tan desfavorable al castellano como a cualquier otro español del resto de la Península o a los habitantes de Canarias o Baleares.

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Por todas estas razones el castellano se siente más español que los demás pobladores de la nación, en los cuales ha surgido una mayor conciencia autonómica, basada en estos problemas capitales, y no debemos entender esta mayor conciencia española como representativa de valores inadecuados, propios de la etapa política anterior, sino como esa representación castellana abúlica contra la que se alzaron los escritores de la generación del 98, esa representación de la mentalidad castellana inamovible, encerrada en sí misma por el motivo de ver sus más embrionarios problemas solucionados; esa representación que, de conservarse, conduciría, y de hecho ha llegado, a una pérdida casi total del espíritu regional. Y si esta pérdida de conciencia se está llevando a cabo, la tarea de impedirlo, en bien de todos los objetivos que anuncia el señor Larroque, bien merece los esfuerzos de su artículo y los esfuerzos de todo tipo para conseguir la difícil creación de una responsabilidad autonómica común a todos los españoles de la región central, de la que ya hemos visto se ven carentes no sólo por motivos recientes, sino también por otros basados en diversas determinaciones históricas.

Miguel Angel de la Cruz Leiva es estudiante de la facultad de Ciencias de la Información.

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