Spleen de Madrid
Este periódico lleva unos diez días antetitulando mi columna Spleen de París, cuando yo llevo todo ese tiempo, ya, en Madrid, y así lo rotulo. Pero me hace ilusión esta imaginaria corresponsalía parisina, desde la cual veo la verdad española más verdadera y el spleen de Madrid más aclarado cuanto más oscuro.Lo último que runcula por el spleen madrileño/parisino es la crónica de una elección anunciada, la de Iñigo Cavero, como secretario de la ucedé. El previsto era Martín-Villa, pechero del duque de Suárez, más Leopoldo Calvo-Sotelo, que dice estar amarrando el centro al centro, confia ese cargo (o más bien se lo desconfía, dada su natural desconfianza) a un democristiano que tiene por «joya gótica» la Capilla del Obispo, en la madrileña plaza de la Paja, lo cual puede ser una errata arquitectónica en su cultura, pero supone una prueba de fe inmanente, ya que el hombre que todo lo ve gótico es que todo lo ve religioso. Esa ignorancia de Cavero, tanto como una errata es un estigma sagrado. De modo que los democristianos y nacionalcatólicos ganan la derecha desde la derecha, aunque yo diría que no ganan nada, pues que las abstenciones han sido más expresivas que las votaciones, en el escrutinio /Cavero, ya que son de todos los grupos y me recuerdan un título del socialrrealismo: «El descontento muerde la pipa». Hay descontento en la ucédé, y el bipresidente, que no fuma en pipa, muerde el piano del señor Hammond, pero va a unir el Partido/ Centro/ Gobierno mediante el desunido señor Cavero, que primero tiene que reunirse consigo mismo (en actitud gótica).
En cuanto a Jaime Lamo, una vez, en casa de Bardavío/Paloma (hoy la barra sobra, porque me parece que ya no une ni separa nada) me confesaba que había intentado hacer una novela y se le había acabado el material narrativo en cuarenta folios. Pot mala distribución de los elementos, claro. Ya se peinaba para ministro. La novela de la colza le ha salido un poco más larga, pero con final feliz, porque él se va a otro cargo, el de portavoz del rollo, que es algo así como el portaestandarte, una figura renacentista y decorativa que conservan todos los partidos, quizá por añoranza provenzal de las Cortes de Amor, cuando se trata en realidad de unos señores que no portan nada (como a su nivel los diplomáticos actuales), pues que los presidentes se entienden directamente de hombre a hombre, o de hombre a Arafat, como hizo Suárez, que su abrazo con el revolucionario árabe puso en pie a las cien familias o cien mil hijos de San Luis Gonzaga, y ahí empezó la caza de nuestro Lucien de Rubempré, que también vestía en malos sastres, comía castañas por la calle y tenía miedo de los porteros: cancerberos del Movimiento, en su caso, hasta que pudo cambiarlos a todos de portal o mandarles al paro. Pero esto ya no es la movida revolté que era, y los conserjes y sumilleres del suarismo y el martinvillismo se quedan incluso sin el puesto interino de portaestandartes de un Centro que no hay. Lamo de Espinosa, que me cae bien por amigo, o es/era amigo porque me cae bien, no puede metafísicamente, aunque pueda nominalmente, ser el portavoz del presidente, porque el presidente no tiene voz. Leopoldo Calvo Sotelo sólo tiene plegaria. Se ha creado un vacío en el vacío de poder, con las abstenciones a Cavero, y tantos vacíos son ya un lago donde el Gobierno puede ahogarse, como Natalie Wood.
Desde el París tipográfico donde me sitúa confortablemente este periódico, la crisis de Gobierno es una movida hacia la derecha que aspira incluso al voto de Blas Piñar, mientras va perdiendo marcha socialdemócrata por la izquierda y Carmela García Moreno (la Natalie de nuestra política) se afloja el cordón de su corpiño ante el electorado progre/83.
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