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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Felicidad y socialismo

La ponencia política aprobada en el último congreso del PSOE comienza afirmando que "el socialismo es un proyecto de felicidad para el hombre". No es la primera vez que se une el concepto de felicidad a una ideología política, pero en 150 años de socialismo europeo esta vinculación no ha sido frecuente, a pesar de la enorme diversidad de los fines propuestos, desde "la realización del hombre total en la sociedad comunista" hasta aumentar la libertad real sobre la base de una sociedad más igual y solidaria. Definir al socialismo como "un proyecto de felicidad para el hombre" tiene, por lo pronto, que sorprendernos, y si lo analizamos con algún detenimiento, tal vez hasta nos revele riesgos considerables.El resurgir del socialismo en la Europa de nuestros días se debe en gran parte a su capacidad de desprenderse de la hojarasca ideológica decimonónica. En las últimas décadas, la izquierda europea ha logrado escapar del callejón sin salida que representa el marxismo en sus dos vertientes, leninista y socialdemócrata, bien recuperando a Marx, más allá de cualquier ortodoxia, bien atreviéndose a pensar como nuevos los nuevos problemas planteados.

Desde el 27º congreso, los socialistas españoles han avanzado a paso de gigante en este proceso de depuración ideológica, entre nosotros tanto más necesario y urgente cuanto que cuarenta años de franquismo habían mantenido las ideas de hibernación. Uno de los méritos, difícilmente discutible, del socialismo renovado español es haberse librado, en muy poco tiempo, de los residuos ideológicos inservibles, sin abandonar por ello el socialismo como objetivo final. Lo decisivo, en todo caso, es que este concepto había adquirido un contenido preciso al identificarse con el de democratización. El socialismo consistiría en la democratización

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real y continuada de la sociedad y del Estado.

No es que el concepto socialista de "democracia verdadera" sea menos utópico que el de una felicidad generalizada. Sin una dimensión utópica, el socialismo degeneraría en simple política de poder. No reprochamos a este "mundo feliz" su carácter utópico -decimos que la utopía es consustancial con el socialismo-, sino, en rigor, el no cofistituir una utopía, en el sentido preciso que este concepto va adquiriendo a partir del Renacimiento. Cualquier deseo humano, profundamente sentido y dificilmente alcanzable, no puede llamarse, sin más, utópico. La utopía es un modelo que sirve para criticar la sociedad establecida, mostrando lo que debiera ser frente a lo que lamentablemente es. De la constatación de que el hombre no es feliz y que aspira a la felicidad pueden surgir, y de hecho han surgido, religiones y éticas, pero en ningún caso un programa político.

La depuración ideológica que ha fortalecido al socialismo en estos últimos decenios consiste justamente en su renuncia a fundamentarse en una cosmovisión totalizadora, reconociendo el pluralismo filosófico que configura, tal vez con carácter definitivo, el mundo moderno. Distinguir entre la esfera religiosa, la ética-filosófica y la específicamente política es lo que permite que en el partido socialista confluyan gentes con creencias religiosas o sin ellas, con posiciones filosóficas muy distintas y aun con diferentes nociones de lo que debe ser el socialismo, pero que coinciden en el afán de llevar a cabo Una acción conjunta y ordenada para avanzar en el proceso de cambio que propugnan. Mantener esta distinción, sin mezclar lo religioso con lo político ni las cuestiones eminentemente éticas con las políticas, es el requisito mínimo para no caer de nuevo en una ideología totalizadora, que se caracteriza por su ineficacia, si es que no cristaliza en regímenes de pretensión totalitaria.

La felicidad es una categoría fundamental de la existencia humana, pero no es una política. Desempeña un papel básico en la fundamentación de una ética, pero el que ética y política estén estrechamente relacionadas no implica que quepa reducir la política a la ética ni mucho menos la ética a la política. La polítización de las distintas realidades humanas en el sentido de subrayar únicamente su contenido político marca el camino hacia la tiranía, cuando no es ya expresión de su establecimiento. Todo lo politiza el poder; la disolución del poder o democratización crea ámbitos de libertad, en los que se consigue una verdadera despolitización. Democratizar quiere decir también despolitizar. Una sociedad socialista, con una mucho mayor participación real en todas las esferas de la actividad humana, será necesariamente una sociedad mucho menos politizada, es decir, en mucho menor medida vertebrada en torno a las estructuras de poder.

En el siglo XVIII, la burguesía ascendente solía mencionar la felicidad en sus programas políticos. Con una idea todavía universalmente compartida deja razón y de la naturaleza humana, la burguesla europea pudo creer en la universalidad de su mensaje. En cambio, en nuestro tiempo hacemos bien en mirar con recelo al que nos vende categorías morales, como si fueran políticas. Qué difícil resulta ya aguantar la cantilena de la "reconstrucción moral", como forma de conseguir un mundo más justo. Cuando se han derrumbado incluso estos valores y el ciudadano medio, desilusionado de la cosa pública, se encierra en el pequeño círculo de sus amistades, qué tentador resulta el hablarle de algo tan íntimo y personal como la felicidad. Un concepto tan irreductiblemente personal ofrece, además, la ventaja de difuminar las diferencias de clase, al unificarnos a todos en un mismo afán de felicidad, que luego cada cual entiende de distinta manera.

Si la apelación al miedo, prometiendo seguridad, es el leitmotiv de la derecha, saltar sobre las diferencias y contradicciones de clase, apelando a una misma ansia de felicidad, ha sido el leitmotiv de los distintos populismos. Como botón de muestra, un ejemplo. En el catecismo político, que con el tí tulo El justicialismo, doctrina y realidad peronista publicó, en Buenos Aires, Raúl Mende en 1950, el peronismo termina por definirse como Ia doctrina cuyo objeto es la felicidad del hombre en la sociedad humana..." (sic).

La coincidencia es significativa, aunque conviene no exagerar, desacreditando todo un programa político por una sola frase desafortunada. Lo que ya parece más alarmante es que la referencia a la felicidad que encabeza la ponencia política se aprueba en el mismo congreso en el que el líder es elegido con el 1000% de los votos. El culto al líder es el rasgo definitorio de cualquier populismo. Dos síntomas no configuran un síndrome, como dos golondrinas no hacen verano, pero bastan para inquietarnos.

Ignacio Sotelo es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín.

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