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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fortaleza y debilidad de los comunistas españoles

LA "PURGA" desatada dentro del PCE contra los discrepantes, iniciada con la expulsión del sector mayoritario de los comunistas vascos, proseguida con la disolución del comité de Valladolid y continuada con la amenaza de, destitución de los concejales madrileños, simpatizantes con Lertxundi, amenaza rematar su escalada con una auténtica escabechina en todos los ámbitos y escalones de la organización. El clima de abierta discusión del X Congreso, celebrado el pasado mes de julio, había suscitado expectativas sobre la capacidad de los comunistas españoles para incorporar los hábitos de discrepancia y respeto a la opinión de las minorías, sin los cuales la democracia no puede existir. Los hechos parecen demostrar que la primavera. eurocomunista era frágil y provisional.La depuracion se apoya, sobre todo, en la justificación de que los expulsados o sancionados han conculcado determinados artículos de los estatutos del partido. Pero es curioso señalar que la "actividad fraccional", imputada a los discrepantes, también es practicada por la dirección en su apoyo al sector minoritario de Ramón Ormazábal frente a la mayoría del Comité Central. de los comunistas vascos o en su respaldo a la fracción carrillista del PSUC frente a las otras tendencias de los comunistas catalanes.

Cualquier observador podría, sin esfuerzo, dar la razón a los expulsados y sancionados cuando amparan sus comportamientos en las tesis defendidas por Santiago Carrillo en sus libros, artículos e informes de los últimos cinco años. Cabía una honesta esperanza de que el comunismo español alumbrara formas nuevas, hacia dentro y hacia fuera, compatibles con las formas democráticas. Hoy, sin embargo, parece más bien que todo el juego se inscribía en el deseo sempiterno de tantos políticos por asegurar su dominio a través de una legitimación democrática, pero también de sacríficar ésta, si es preciso, con tal de mantener aquél.

Ese fenómeno no se circunscribe a los comunistas, y es perceptible también en la involución hacia el pasado de los sectores conservadores de nuestra clase política hoy en el poder que participaron activamente con la dictadura.

La prueba de fuego de las convicciones democráticas no es ostentarlas de labios hacia afuera mientras no se corre el riesgo de perder el poder, sino serles fieles aunque esa actitud suponga la pérdida del dominio. Es de suponer que Santiago Carrillo creyó sinceramente que el eurocomunismo no sólo le reconciliaría con un país sediento de libertades, sino que además resultaba una posición inteligente para la implantación electoral y el aumento de militancia del PCE. Los comicios generales de junio de 1977 y marzo de 1979 darían, no obstante, una respuesta insatisfactoria a las expectativas electorales, cifradas tras la muerte de Franco en una votación superior a la del PSOE. El X Congreso del PCE se encargó además de mostrar que la doctrina eurocomunista también llevaba en su seno una carga democrática capaz de poner en jaque incluso el liderazgo de Santiago Carrillo.

Esta es, pues, en cierta medida la historia del alguacil alguacilado, y por eso la dirección trata ahora de echar por la borda a los militantes molestos. Sin embargo, sería injusto no reconocer la contribución que a la causa de la paz y la concordia nacional ha hecho Carrillo en el último lustro y el gran capital de credibilidad política, fruto de su lucha contra la dictadura, que los comunistas españoles han empleado, no sólo para asegurarse un lugar en la democracia española, sino para fortalecer ésta aun a costa de intereses menores o de grupo. En este panorama de desorientación es lamentable ver que el PCE puede también naufragar en la confusión y el personalismo de unos y de otros.

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