Josep Lluis Sert, en el voladizo de hormigón
Es pequeño, lleva una pajarita roja en la nuez y anda muy tieso, marcando el a uno, dos, uno, dos, por las mullidas alfombras del Palace, entre bandadas de turistas que graznan como ocas. Tiene una cabeza de importante tamaño, las gafas de carey negro, va bien peinado de canas y su tez ha adquirido con el tiempo un color bostoniano, es decir, de maíz híbrido. Ahora se sienta en una butaca del salón y la luz cenital de una cúpula de vidrios lo dora totalmente. Un criado con golilla y pechera almidonada pasa la aspiradora por su jurisdicción, y Josep Lluis Sert parecería un jubilado de Oklahoma al que van a barrer del hotel, si no tuviera esa seguridad en sí mismo que da ser hijo de conde catalán, satinado por la Universidad de Harvard.-Yo pertenezco al mundo visual: soy hombre de imágenes, más que de palabras; por eso recuerdo tan bien la semana trágica de Barcelona, en 1909, cuando desde el tejado de una casa veía de noche las hogueras de la ciudad, el resplandor de las llamas en el cielo. A los doce años hice mi primer viaje a París. Estaba allí con mi madre en un balneario y una mañana vi en las fotografías del periódico el asesinato de Sarajevo mientras desayunaba en un velador del jardín. En seguida comenzó la guerra y volvimos a Barcelona. En casa éramos aliadófilos. La fábrica de textiles de mi padre estuvo muy activa en la cuestión de hacer mantas para las tropas, paños para los trajes de los militares del frente aliado, ¿verdad?, el caqui de los ingleses y el azul horizonte de los franceses. A causa de la guerra hubo en Cataluña una actividad muy grande, con mucha prosperidad. Y de París venían cosas muy interesantes, como la exposición de impresionistas, los mismos cuadros que hoy se exhiben en el Jeu de Pomme y que entonces estaban a la venta, aunque parezca imposible, Renoir, Degas, Monet, las primeras cosas de Cézanne. Creo que era en el año 1917. Después llegaron los ballets rusos de Diaghilev. En aquel tiempo yo pintaba. En realidad he llegado al campo de la arquitectura por la puerta de la pintura. José María Sert era tío mío, hermano menor de mi padre, y ser pintor consistía en viajar a París y llevar una vida de bohemia dorada, como él, una cosa de leyenda para mí. Yo estudiaba el bachillerato, y al mismo tiempo, iba a pintar al Círculo Artístico, pero en seguida llegó eso que te dice la familia a cierta edad: «Y tú, ¿qué vas a hacer?; tendrás que pensar en algo para ganarte la vida»'. Elegí arquitectura por su afinidad con las artes plásticas. Y aquello me apasionó de tal forma que dejé la pintura. Me había matriculado en la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona, que era superior únicamente porque estaba en un quinto piso; en lo demás dejaba mucho que desear. Allí se seguía el programa de la escuela francesa, que a un grupo de jóvenes nos parecía totalmente ajena a lo que estaba pasando alrededor nuestro. Se necesitaban viviendas de alquiler bajo, había que hacer cosas en la ciudad que no se hacían y, mientras tanto, en la escuela nos obligaban a estudiar, no sé, proyectos de panteón para sepulcros reales, entradas de cementerio, cúpulas de paraninfo. En aquel tiempo también viví como estudiante las luchas sindicales. Me había acostumbrado al tiroteo. Cuando oía silbar balas por arriba, me refugiaba en un bar y esperaba a que pararon, como quien espera que pare la lluvia.
En aquella época, Picasso estaba casado con Olga y vivía su etapa de burgués. Iba vestido de hombre de negocios, con un traje bien cortado, corbatín de mariposa y cadena de oro cruzando el chaleco por la barriga. Daba cenas con esmoquin a los vizcondes de Noailles, a los Beaumont, a Cocteau, a Arthur Rubinstein, a Stravinski, a Missia Sert, mujer del pintor, una polaca que reinó en las elegantes veladas de los años locos. Una no che, Picasso cogió el lápiz verde que Missia usaba para los párpados y pintó en la calva de Manuel de Falla una corona de laureles. En este ambiente recaló Josep Lluis Sert en su segundo viaje a París. En aguas de Barcelona, el general Martínez Anido tenía fondeado un barco lleno de obreros, un acuario de anarquistas, y, de cuando en cuando, tiraba de la trampilla; mientras París era una
Fiesta, Sert y Picasso le entraban a las ostras.
París y Le Corbusier
-Estuve en París el año 1926. Y en este viaje me hice cargo de muchas cosas. Para mí fue una revelación en el mundo de las artes : Me alojé en el hotel Meurice, donde vivía mi tío José María con su mujer Missia Sert. Ellos tenían relación con mucha gente, claro; así conocí al músico Ravel, al pintor Vuillard, al bailarín Diaghilev y, sobre todo, a Picasso, que entonces estaba casado con Olga. Iba de fiesta en fiesta. Picasso tenía una memoria increíble. La última vez que le vi, con Miró, pocos meses antes de morir, me dijo con mucha nostalgia: «Tú y yo nos conocimos el año 1926, en un restaurante de las afueras de París». Era exacto. Fuimos a comer a Ville d'Avray con mi tío José María y su mujer. Allí, en París, descubrí un día, paseando por la rue de Castiglione, entre la rue de Rivoli y la place Vendome, una librería que todavía existe y que tenía en el escaparate los libros de Le Corbusier. Yo no conocía ni sabía quien era Le Corbusier, pero me, intrigó ver aquellos libros. Entré y los compré todos. Los llevé a Barcelona y cayeron en aquel grupo descontento de la escuela. Fueron para nosotros una revolución. Al año siguiente vimos que Le Corbusier había aceptado dar una conferencia en el club Fémina, de Madrid, un club muy elegante, con poca gente que estaba al corriente de lo que pasaba en Europa. Le escribimos una carta para invitarle a Barcelona. Y aceptó. Reunimos algo de dinero entre amigos e industriales de la construcción para traerlo y fuimos a la estación a esperarle. No lo habíamos visto nunca y para nosotros era un ser mitológico. Lo paseamos; por la ciudad, le enseñamos lo que estábamos haciendo.. Al despedirse me dijo: «Hombre, si quieres venirte a trabajar a ni¡ estudio cuando termines la carrera, te recibiré encantado». Yo acabé los estudios en 1929. Entonces hicimos un viaje por todo el centro de Europa. Recuerdo que llevábamos a un profesor que no sabía lo que era la Bauhaus. Llegamos allí y, al verla, dijo: «Están ustedes equivocados; esto es una fábrica: ¿cómo puede ser una escuela de arquitectura?».. Así estaban las cosas. Después de ese viaje ya me fui a París a trabajar con Le
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Corbusier. Y estuve con él vanos años, pero yendo y viniendo en coche a Barcelona. Y, claro, en París conocí a mucha otra gente, a colegas míos en aquel estudio, arquitectos notables del Japón y de otras partes. La arquitectura moderna es como una mafia. Le Corbusier era algo seco en apariencia, un tipo duro que no simpatizaba fácilmente, aunque yo tuve con él una amistad toda la vida, hasta que murió en 1965. Nos vimos mucho en congresos internacionales y juntos hicimos algunos proyectos, como el Plan Regulador de Bogotá. Antes ya habíamos colaborado en el Plan Maciá, en Barcelona, que no se llevó a cabo. Fue su participación en aquel grupo, el GATCPAC, que se formó en Cataluña durante la República.
Parecía que se iban a atar los perros con longanizas, los ciegos de las esquinas cantaban el número de la niña bonita, una brisa de petunias había penetrado en los ministerios. La República fue confeccionada a la medida de una gente tan fina como Josep Lluis Sert. En abril de 1931 se hizo una argamasa de moralistas laicos, intelectuales con Hispano-Suiza, niños de familia con buenos sentimientos, obreros apacentados por catedráticos, artistas un poco calaveras y profesionales excursionistas. En Cataluña se había formado un grupo de arquitectos y técnicos para el. Progreso de la Arquitectura Contemporánea. Estaba en el hilo de la modernidad. Allí, Josep Lluis Sert comenzó a trabajarlos nuevos espacios:
-El mismo día en que se abrió el local de GATCPAC, en el paseo de Gracia, subían las banderas republicanas y venía la gente cantando por la calle, porque aquello -comenzó con toda paz y alegría. El GATCPAC se había inspirado en los congresos internacionales que se acababan de formar en Europa en 1928, aquel núcleo de arquitectos que dio origen al funcionalismo, al racionalismo, una manera de aprovechar las nuevas posibilidades, de aplicar la tecnología a la construcción y de adecuarse a los cambios políticos y sociales que la gran guerra había traído no sólo al campo de la arquitectura, sino del urbanismo. En Barcelona se celebró un congreso de CIAM y Fernando García Mercadal fue nuestro delegado. Después yo fui de segundo delegado al congreso de Francfort y allí conocí a Walter Gropius. Entonces yo era ya muy amigo de Joan Miró. Nos había presentado Joan Prats, aquel tipo tan simpático, pintor de vocación, que tenía una sombrerería antigua en la calle de Fernando. Era un mecenas de las artes, un mecenas sin dinero, claro está, lo que resulta un caso insólito. Nosotros formábamos un grupo de arquitectos modernos y Prats aglutinaba otro grupo de artistas e intelectuales que se reunía en el café Colón, en la plaza de Cataluña; allí iban Miró, Sebastián Guasch, Casañ, que eran críticos; Dalí, a veces; los, de la Gacela de las Artes, de Sitges, y Angel Ferrant. Nos reuníamos los lunes para discutir y empezamos a funcionar todos juntos como grupo que se llamó Amics de l'Art Nou. Así se enlazaron el GATCPAC y el ADLAN. Organizamos exposiciones, trajimos a Picasso, dábamos conferencias y el sombrerero Prats era nuestro embajador, una persona extraordinaria que estaba al corriente de cualquier acto o revista. Cuando alguien interesante llegaba a Barcelona, él lo llevaba y traía de acá para allá. Después trasladó la sombrerería a la rambla de Cataluña. Hoy es una galería de arte que lleva su nombre. El no la llegó a conocer. Yo la primera vez que voté en mi vida, voté republicano con aquellos amigos. Mi familia era monárquica. Mi padre era el conde de Sert, y por el lado de mi madre venía de la nobleza de España. A mí me tomaron por la oveja negra, pero la verdad es que la República fue muy emocionante y nos abrió un nuevo mundo, se iban a levantar 22.000 escuelas, había medios de construcción fabricados en serie, éramos gente joven con iniciativa. Nos pusimos de acuerdo con Indalecio Prieto y en el Ministerio de Obras Públicas montamos una exposición muy buena de escuelas modernas, que antes se había exhibido en Suiza. Ibamos a emprender el Plan Regulador de Barcelona.
Y en eso comenzaron a sonar cornetas y vino la machada. En medio de aquel chafarrinón de 1936, la gente como Josep Lluis Sert, liberal, con pátina europea, republica, nos que habían tenido niñera inglesa y que sabían manejar sutilmente los cubiertos de plata para el pescado, estuvieron en su puesto. Un arquitecto está hecho para construir, pero alrededor de Josep Lluis Sert, al son de los tambores, comenzaron a desplomarse las casas. La guerra también es antiarquitectura.
La guerra
-Yo era del comité antifascista que se había formado durante la invasión de Abisinia y tenía relaciones con el Ateneo Enciclopédico Popular ' donde había personas interesadas en el mejoramiento de nuestro país. También pertenecía a la comisión que organizaba una olimpiada popular como protesta a la olimpiada de HitIer de 1936. Estábamos en contacto con gente de Francia, con Casou, Aragón, Paul Eluard y otros miembros del Front Populaire, poetas y artistas que daban conferencias. Justamente el 18 de julio, a la misma hora en que comenzó la guerra, todo estaba preparado para que Pau Casals dirigiera la Novena sinfonía de Beethoven en el teatro abierto de Montjuich.
A mí me tocó ir a decirle a Casals que esa tarde no habría reunión ni sinfonía porque las tropas ya estaban en la calle. El Gobierno de la Generalidad me encargó que fuera en su representación, al Congreso de la Paz, en Bruselas. De vuelta estuve en París y allí me puse a trabajar a las órdenes del embajador Araquistain, que había organizado un centro de propaganda para clarificar la posición de la República. Fuera se tenía la idea de que en un proceso de desintegración los republicanos -estaban incendiando el país, lo que no era verdad. Allí trabajé con Buñuel y Bergamín. Hice algunos viajes a Barcelona; en uno de ellos me sorprendió la rebelión del POUM con todos los cañones en la calles; después vine a recoger materiales para la construcción de nuestro pabellón para la Exposición Internacional de 1937, en París.
Josep Lluis Sert vive en Cambridge, Massachusetts, cerca de Boston, junto a la Universidad de Harvard, de la que ha sido decano durante dieciséis años. Al Guernica, de Picasso, lo acaban de internar en una UVI antibala y Josep Lluis Sert ha sido invitado por el Gobierno a la ceremonia. Por las alfombras del hotel Palace, tamizadas por los vitrales, van bandadas de turistas graznando a coger un autobús. Los salones se quedan ahora en silencio. Sentado en la butaca, Josep Lluis Sert es como un fino catalán de antes con un injerto yanqui en la pajarita.
-Fue una decisión de la República que España participara, a pe5ar de la guerra, en la Exposición Internacional de París. Sé cogió uno de los últimos solares, que quedaban, pequeño e irregular, donde además no se podía tocar ningún árbol porque todos eran ejemplares. Hicimos el proyecto del pabellón Luis Lacasa y yo, con José Antonio Bonet. Trabajamos a marchas forzadas, ya que la muestra debía abrirse a los pocos meses. Buscamos colaboraciones. El presupuesto era muy restringido. Prolongamos la planta baja con un patio cubierto con un' toldo accionado eléctricamente y allí se daban representaciones de teatro, bailes populares, conciertos y cine. Enla planta baja se eligió el lugar para que Picasso colocara el Guernica. A Picasso yo entonces lo veía casi todas las noches en el café de Flore, con Miró ,y otros amigos, Juan Larrea, Max Aub, Paul Eluard, Aragon, Chagall, Calder y Braque. En el café de al lado, en el Deux Magots, el escritor Breton capitaneaba otro grupo. Entre ellos se peleban por el local en que había que sentarse. Se divertían como niños. Pero Picasso estableció su cuartel general en el café de Flore. En Francia, en las tertulias no se ponen todos juntos, sino en pequeñas me sas separadas para poderse criticar unos a otros. De ahí su éxito. Allí se forjaron ideas y planes. Picasso aceptó el encargo de la República, casi tomó la iniciativa, y tuvimos la suerte de contar en nuestro pabellón tan pequeño con los mejores artistas del momento. Picasso, Miró, Alberto, Julio González y Calder. Un día se recibió un telegrama del presidente Negrín en que se nos decía que por cuestiones de política internacional había que dar importancia a la posible ocupación de las minas de mercurio de Almadén por las tropas franquistas. El mercurio era entonces un material estratégico, se utilizaba para baterías antiaéreas. En Es paña estaba la famosa fuente de mercurio de la exposición, en el parque de María Luisa, en Sevilla, que era de piedra artificial con una cascada de mineral mediante un sistema de bombeo. El mercurio es carísimo y pesadísimo. Se trasladó con un camión a París con la orden expresa de Negrín de que había que darle prioridad en el pabellón. Sobre esa fuente trabajó Calder. Realizó una cascada de mercurio con formas abstractas y las pintó con alquitran para que resaltara el relumbre de plata. Bajaba el mercurio y movía una varilla con el nombre de Almadén. Todas las mañanas, por el mercurio pasábamos el plumero, la gente echaba monedas y flotaban. Alberto hizo una escultura de once metros de alto que sobrepasaba el pabellón. Todo se devolvió a Valencia, excepto el Guernica, que reclamó Picasso para custodiarlo unos años. A Picasso se le pagaron, como a todos, sólo los colores, las telas, los bastidores, los marcos, el transporte, cantidades mínimas. El trabajan sí fue un regalo, se hizo como un donativo del artista, porque todos se habían ofrecido a colaborar con la República.. Hay una carta de Max Aub muy clarificadora en este Sentido. No existen recibos. Sólo está la factura de las fotografías que Dora Maar, amiga de Picasso, iba haciendo del cuadro y que pasaba al cobro. Y allí pone tantas fotos a tantos francos cada una, suma 250 fracasos, 9 cosa así. Eso es lo único que consta como pago del Guernica. Nunca hubo contrato. Allí todo el mundo trabajaba por la causa. Renau era director general de Bellas Artes y lo veías con un mono de mecánico dibujando. carteles, dirigiendo los textos que luego los mejores literatos franceses, Aragon, Eluard, Tzara, rivalizaban en corregir.
Urbanismo a la medida del hombre
Durante el exilio en Norteamérica comenzó propiamente la gran carrera profesional de Josep Lluis Sert. Tiene un estudio en Nueva York. hasta el año 1953. Realiza proyectos en Brasil, Colombia y Perú. Sucede a Gropius como decano en la Universidad de Harvard. Hace la. Fundación Miró en Barcelona y la de Maeght en Saint Paul de Vance. Construye la Embajada de Estados Unidos en Bagdad. Urbaniza Roosevelt Island en 1974.
-Mi principal interés siempre ha sido el problema de la habitación y su relación con los servicios sociales, escuelas, guarderías, campos de deporte, esto es, crear un ambiente urbano a la medida del hombre. Eso y mi gran devoción por los museos.
Pero, a parte de los problemas de urbanismo, hoy todo es un Guernica en Madrid. El asta del toro expresionista sale por todas las chimeneas de la ciudad. Josep Lluis Sert se ríe sin abrir la boca, haciendo vibrar levemente el moflete.
-Si en el café de Flore, en París, en plena guerra, no hubieran dicho que el Guernica volvería a España con una monarquía, con un presidente del Gobierno que se llamaría Calvo Sotelo, con un cura como director del Museo del Prado, con la Guardia Civil custodiando el cuadro y con Dolores Ibárrurii, Pasionaria, presente en los actos de la inauguración, hubiéramos creído que se trataba de otra broma surrealista de Luis Buñuel.
Pues aquí está, en la cueva neolítica del Casón, como una pintura rupestre internada en la UVI.
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