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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Television Española: 25 años

LOS FESTEJOS conmemorativos del 25º aniversario de la fundación de Televisión Española fueron planeados cuando Fernando Castedo ocupaba la Dirección General de RTVE y están siendo perpetrados mientras Carlos Robles Piquer aterriza en su cargo. Así pues, el ejercicio de autocomplacencia y la exhibición de sensibilidad hortera con la que Televisión está castigando a los españoles desde el pasado lunes se hallan al margen de los vaivenes de los nombramientos políticos y deben ser endosados a los directivos, sedicentemente profesionales, que lo han engendrado.Resulta incomprensible que la primera cadena del monopolio estatal dé televisión suspenda durante una semana los espacios habituales de su programación de noche para dedicar esas dos horas y media diarias- -de lunes a sábado- a aburrir monográficamente con el relato de su autolaudatoria pequeña historia institucional. Mientras Televisión aduce obstáculos y pretextos sin cuento para no transmitir debates parlamentarios, en directo -como la moción de censura- o en diferido -como las sesiones de la colza y de la OTAN-, y para restringir al máximo los espacios culturales y educativos, los directivos de Prado del Rey no reparan en gastos ni en tiempo para ensalzar su imagen. Pero ocurre además que las funciones teatrales de las asociaciones de antiguos alumnos de los colegios de bachillerato o las astracanadas de los pasos del ecuador universitario suelen tener más dignidad y hasta más ingenio que ese museo visual abierto esta semana en Televisión Española.

Estos veinticinco años de Televisión Española se asemejan a aquellos veinticinco años de paz que organizó el Ministerio de Información y, Turismo, en los tiempos de Fraga, por su propósito de transformar la historia real en leyenda apologética, de ocluir cualquier posibilidad de revisión crítica y veraz del pasado y de envolver entre encajes de nostalgia frívola cinco lustros repletos de conflictos, sufrimientos y problemas.

La historia veraz de Televisión Española no se puede escribir sin integrar en el relato la línea central de su argumento: que durante esos cinco lustros -de los que habría que descontar quizá los últimos meses- el monopolio estatal ha sido fundamentalmente un instrumento al servicio del poder y ha incumplido clamorosamente las tareas que un servicio público debe realizar para beneficio de la sociedad. Los veinticinco años ahora impúdicamente festejados fueron un espacio temporal densamente ocupado por la propaganda de la dictadura, primero, y por la manipulación informativa de los sucesivos Gobiernos de Adolfo Suárez, después. De añadidura, las escandalosas revelaciones de la auditoría de Hacienda se hallan en manos de un juzgado, sin que hasta el presente se haya cerrado el cajón ni disipado la sospecha de corrupción.

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La falta de credibilidad de ese monopolio, teóricamente estatal y de hecho gubernativo, lo hizo inservible para la labor de elevar el nivel de conocimientos y fomentar la autonomía de juicio de la sociedad española. Al no ser un medio de comunicación social, sino un instrumento de adoctrinamiento gubernativo, Televisión situó en el último lugar de sus prioridades la satisfacción de las necesidades de los espectadores. La despreocupación genérica por la cultura marchó en paralelo con la baja calidad de los espacios dedicados al ocio o al entretenimiento y con el implacable funcionamiento de listas negras.

Televisión Española ha pretendido, sin duda, presentarse, con los triunfalistas festejos de su cumpleaños, como una institución ajena a los acontecimientos políticos, corno si fuera un gigantesco teatro de la Latina al que no pudiera salpicar lo que suceda extramuros de sus puertas.

Pero lo que ocurre, para desgracia de todos, es que ese monopolio estatal nació y se desenvolvió como un juguete del Gobierno, tanto para controlar la información como para poner al servicio de las sectas religiosas o ideológicas, las fuerzas sociales y los centros de decisión favorables al poder los criterios orientadores de los espacios culturales, recreativos, de opinión o cinematográficos de la programación ordinaria. Por esa razón, la autocomplacencia de algunos profesionales de Prado del Rey revela no sólo una absurda vanidad, sino también una peligrosa inconsciencia sobe el papel que han desempeñado en el pasado y que acaso se les trata de asignar para el futuro.

En unos momentos en los que el Estatuto de RTVE se halla seriamente amenazado por la voluntad del Gobierno de instrumentalizar su funcionamiento, las esperanzas de que Televisión acceda a la autonomía e independencia y cumpla el mandato constitucional de reflejar el pluralismo de la sociedad española están fundamentalmente en manos de los profesionales del medio. Pero si la reflexión de esos profesionales sobre su pasado se reflejara adecuadamente en estos tristemente fastuosos programas del 25º aniversario, sólo un arbitrario optimismo justificaría apostar en favor suyo.

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