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Inventario de Otoño

Faustino Cordón, el genio es la constancia

Manuel Vicent

Tiene en el rostro, arado en profundos surcos, un ojo seco que se llevó la dinamita y con el otro, tan risueño, te cala hasta el fondo. Faustino Cordón es un sabio, pero no responde a la imagen del sabio zumbado entre humeantes redomas, sino a la del director espiritual o confesor cálido, que conoce tu intimidad biológica hasta la última célula, te mira el conglomerado de tu ser desde la butaca y sonríe. Hijo mío, tú no eres más que un tinglado de físico-química y las potencias del alma se componen de fosfato, hierro, magnesio y calcio, algo que se hereda o se puede comprar en farmacias.-Yo he heredado de mi padre el sentido exagerado, apasionado de las cosas, el vivir en lo grande. Mi padre era abogado y terrateniente en Fuente de León, un pueblo al sur de Extremadura. Fue el primer hombre de su familia que hizo una carrera universitaria, realmente tenía una vocación enorme por la cultura y a mí me educó de una manera un poco insensata, como para lo más alto y sagrado. Era un hombre muy apasionado, yo qué sé, tenía unas reacciones tremendamente honestas; por ejemplo, el primer día de nuestra guerra civil en casa. El sindicato del pueblo, enterado de que se habían sublevado los militares, se negó a segar a los ricos, pero hizo una excepción con mi padre, a pesar de que había sido alcalde con Primo de Rivera. Mi padre era un terrateniente medio y necesitaba diez segadores. Aquel día, en su finca se presentaron doscientos. Le segaron la mies, se la dejaron en la era y se fueron sin cobrar. Yo que estaba en Madrid, me fui al pueblo a ver qué pasaba y al llegar me encontré a mi padre en la huerta emocionado. Entonces me dijo: «Esto no puede quedar así». Y a la mañana siguiente regaló la finca al sindicato. Sólo por un gesto de caballero que no podía admitir que nadie quedara por encima de él. Hecho esto se vino a Madrid y eso le salvó la piel. Aquel acto de generosidad insensata le colmó de felicidad, tomó postura apasionada por un bando y eso dio sentido a su existencia hasta que murió. A mí no me educó para ganarme la vida, qué sé yo para qué. Me enseñó a leer con Vidas paralelas, de Plutarco, y con eso ya está todo dicho. No había que hacer nada que no fuera grande. Ese carácter, en mí no se manifiesta de una forma tan espontánea porque yo estoy atemperado por la herencia equilibrada de mi madre.

Faustino Cordón nació en Madrid y aquel día no pasó nada. Era el primer hijo de un matrimonio burgués, no exactamente de esos que compran un tortel después de misa de doce, sino de la otra raza de liberales galdosianos que hacen gimnasia y sueñan con máquinas de vapor. En la biblioteca de su padre estaba Montesquieu, Rouseau y Renán. La madre venía de una familia catalana de químicos ilustres, alguno de ellos, como Magín Bonet, el mejor del siglo pasado. Ahora, Faustino sólo era un niño rico al que sacaban a pasear al Retiro con el biciclo y su trajecito de veinticuatro botones. Allí, en el parque, tuvo una impresión infantil que todavía no se le ha borrado, la congoja de ver a un mendigo, el primer encuentro con la miseria. Faustino Cordón aún recuerda su propia imagen refugiada en el regazo de su madre y al mendigo mirándole. -Mi madre tenía un carácter tranquilo y esforzado. Al final de la guerra desplegó una actividad increíble y se comportó de una manera heróica en el sentido de que salvó la vida de todos sus hijos menos de uno, que fusilaron en Córdoba. Estábamos todos los hermanos en la cárcel y entonces ella pidió prestada una cantidad de dinero y viajando en tercera fue de un extremo al otro del país, de cárcel en cárcel y luchó con losjueces para quitarnos los papeles hasta que consiguió sacarnos. Creíamos que era una mujer sin gracia especial, una persona grave, como parecen los catalanes para la gente del sur. Yo la recordaba muy robusta antes del 36 y ahora la estoy viendo entrar en el locutorio de la prisión de Alicante, de luto y envejecida. Recuerdo su esfuerzo denodado por hacerme reír. Hasta que lo consiguió. Mi abuelo era catedrático de química orgánica en Madrid, un hombre pudiente, mi madre tenía una procedencia social alta e imaginaria sola, vestida de negro en aquellos trenes borregueros de la posguerra, de cárcel en cárcel, es muy patético.

Es ese tipo de hombre que en invierno se ducha con agua fría sin tiritar y tiene el cuerpo sometido a una especie de santidad laica. Hay algo mineral, una robustez escarpada en su planta. Las piernas altas, la correa cuatro dedos por debajo de la pretina del pantalón, el torso que le crece hacia una cabeza rocosa, el pelo blanco encrespado y la piel rayada y oscura como de tronco de encina. Faustino Cordón habla suavemente, sonriendo. A veces, una descarga de energía le echa la espalda al fondo de la butaca.

-Me eduqué con mi abuelo catedrático en Madrid, hice el bachillerato en su casa. Luego me iba los veranos a Fuente de León con mi padre donde trabajaba de verdad. El verano para mí era el verdadero estudio. Mi padre no era mi abuelo. Me ponía unas lecciones durísimas. Luego empecé la carrera tarde porque al terminar el bachillerato me dio por estudiar arte y me fui un año a París. Estuve a punto de hacer un contrato con un marchand muy importante y allí, en Montparnasse, conocí a Picasso. Me causó una gran impresión porque ante un joven entusiasta como yo quiso borrar su personalidad y eso lo noté, no se dio importancia. Pero de aquella vida de artista me apartó en seguida el prejuicio político. Yo me radicalicé, políticamente, el año 1928, me hice marxista y me dediqué apasionadamente al proselitismo. El arte me parecía una cosa pueril frente a la revolución de la humanidad. Regresé al pueblo y le dije a mi padre que quería dedicarme a la ciencia. El se alegró. Entonces me hice farmacéutico, que era la única carrera que podía estudiar en el campo. Como soy tan exagerado como mi padre, decidí compensarle económicamente el tiempo que estuve en París no gastándo nada en absoluto, y en los dos años que tardé en terminar por libre la carrera, por mi mano no pasó un céntimo. Mí padre me daba un duro y yo le devolvía el duro. Vivía en la finca. Trabajaba doce horas, de sol a sol. Arboricé toda la región y aún recuerdo perfectamente la forma de determinadas encinas y la imágen de ciertos animales domésticos que me acompañaron en la juventud. Viví con intensidad aquella parte de la sierra de Aracena, a la que no he vuelto desde el 36. Y no pienso volver, a causa de tan malos recuerdos que llegaron después. Antes siempre decía que era extremeño. Ahora ya no lo digo. Allí me radicalicé. En mí influyó un arquitecto venezolano, Aurelio Fortoul, que trabajaba con Le Corbusier y llegó por aquel paraje. Durante toda una noche se peleó conmigo y borró todos mis prejuicios, qué noche tan terrible y tan hermosa; después de diez horas de discusión me venció. Me hice marxista. Le debo mucho. Yo me quedé en la finca dos años más preparando cátedra de química orgánica y luego me fui a Madrid a trabajar en el laboratorio de la Institución Libre de Enseñanza, en la Residencia de Estudiantes. Allí me encontré con un clima de gran libertad en el sentido más profundo. Algunos nos movilizábamos contra Primo de Rivera y el director, Alberto Jiménez, nos decía: «No hagan nada, por Dios, que nos van a cerrar la residencia». Y nosotros echábamos, por ejemplo, un cubo de agua al embajador de Inglaterra para protestar por algo que nos parecía mal y jamás nos amenazó con una represalia. Había un respeto muy grande. Tenían aquellos hombres una gran amplitud de perspectivas. Por la residencia pasó Einstein, madame Curie, Bergson, Paul Valery, Paul Claudel, convivían con nosotros y no le dábamos importancia, nos parecía normal. Pero no, no, entre los alumnos el ambiente no era elitista. Una de las primeras cosas que se enseñaba allí era a ducharse con agua fría. Había gente que no se había duchado nunca. La vida era austera. Y estando allí comenzó

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la guerra civil y yo me quedé sin doctorado y sin oposición a cátedra. La guerra cambió el curso de mi vida, en bien, en bien.

Ironía de su propia adversidad

Faustino Cordón hace ironía de la propia adversidad. Es un estoico del Sur para quien uii gran cataclismo puede ser sólo un episodio que agita levemente los visillos de su cuarto de trabajo sin conmover un ápice el eje de acero sobre el que gira su ideal. Si fuera lego de convento dirías que es santa resignación. Como es un sabio laico piensas que ha sabido aprovechar los embates del destino para crecerse. La cumbre está ahí. Hay que escalarla.Esta clase de humildes tienen una resistencia extrema. Te hacen echar el bofe.

-Entonces comenzó la guerra y mi padre dijo: «Este acontecimiento hay que vivirlo en Madrid». Regaló la finca a losjornaleros y en el último tren que partía de Extremadura trasladó la familia a la capital. Sólo uno de mis hermanos quiso quedarse en el pueblo, y lo fusilaron los nacionales. Durante la guerra. civil me dediqué a la industria del armamento. Fui voluntario. Me llamó el famoso comandante Carlos, ese italianó del que se habla en los romances del Quinto Regimiento, y al enterarse de que yo era químico, me preguntó estas cosas terribles: «¿Sabes envenenar aguas, hacer bombas, obuses, fabricar gases?». Le contesté: «¿Aquí sabe alguien?». «No». «Pues sé». Esa fue mi investidura de jefe en el Quinto Regimiento en Madrid. Luego me rodeé de profesionales y tuvimos. la responsabilidad de la ciudad sitiada. De modo que no era una broma. Lo hicimos bien, con arreglo a la ley, honestamente. Nunca he tenido una denuncia por esto. Yo hacía bombas. Y traté con muchos inventores espontáneos, que era una especie de plaga, gente divertidísima. Recuerdo a uno que vino empujando una coraza tremenda con dos ruedas y decía que aquello era ideal para defenderse y tomar trincheras. Le dije: «Es imposible. Usted llegará cansado y le darán en la cabeza. Vamos a perfeccionarlo». Entonces, entre los dos, lo perfeccionamos y descubrimos el escudo romano y el tanque. Fue una época emocionante. La guerra es una brutalidad, un retroceso en el progreso humano, pero también exalta las facultades morales y excita la capacidad creadora de un pueblo. Vivíamos con un idealismo extraordinario. En.aquel grupo de armamento estaba el hijo de Tomás Meabe, que también era químico. Un día teníamos un enorme dolor de cabeza. La dinamita es un vaso dilatador, a veces se inhala y produce unas neuralgias terribles. Recuerdo el entusiasmo de aquel muchacho por su dolor de cabeza que ofrecía como compensación por no poder estar en el frente. León Meabe murió de una explosión, porque jugar con dinamita no es una tontería. Igual acabó un norteamericano, y en la misma estampida yo perdí este ojo. Al final de la guerra pensé en exiliarme, pero me cogieron en el puerto de Alicante cuando iba a subir al último barco. Si me largo hubiera sido peor para mí. Soy un hombre de obra superior a mi capacidad, he tenido suerte, he pasado las necesidades justas, he luchado contra la corriente de una manera positiva. Una de esas suertes fue que me encerrarán en la cárcel. Aquel tiempo de prisión resultó utilísimo para mí. Ya sabía alemán, pero en los, dieciocho meses de encierro aprendí inglés por casualidad, porque encontré tirada en el puerto de Alicante una. gramática inglesa, la cogí, partí el libro con un compañero y aprendí el idioma. Traduje la Historia de Roma, de Mommsen; hice dos cursos de ciencias exactas;. luego me aprendí del alemán un tratado de anatomía, fisiología y embriología comparadas, todo eso en el último rincón de la cárcel, en medio de 4.000 tíos, sin que nadie me: viera, de una manera agradable. Aquel fue el único momento de mi vida en que he tenido respeto social, en el sentido de que todos estábamos igual, todos en cueros, sin una perra, y cuando me tocaba barrer, siempre había alguien que me decía: «No, no; dame la escoba y tú estudia». Y yo no me dejaba, porque entónces hubiera perdido el respeto. La posguerra fue muy instructiva. Yo siempre digo que me sacaron de la cárcel antes de tiempo; si me hubieran dejado un año más habría completado mi formación. Imagínese,'todo el día para uno.

Carpetas con cuartillas escritas, con letra picuda

Desde el protoplasma al hombre hecho y derecho, de la ameba al señor ya compuesto dentro de un traje gris, esa es la montaña de biología evolucionista que Faustino Cordón está escalando. En una estantería del despacho hay cincuenta carpetas rebosantes de cuartillas escritas con letra picuda. Este hombre solitario y tímido ha pasado cuarenta años dándole al yunque en la empresa privada. Una hormiga laboriosa llevando fichas al granero hasta levantar un mundo sin darse cuenta, he aquí un destino desmesurado, que gobierna los avatares de la vida.

-Gané una beca para Estados Unidos y me la vetaron. Un contrato para cuatro años en Puerto Rico se frustró. Tuve suerte: de lo contrario me hubiera desviado de mi camino. En el tiempo de Puerto Rico eché las bases de mi pensamiento actual, hace catorce años, porque yo soy un científico tardío, aquí donde usted me ve, soy un novato. He terminado el primer tomo de mi obra, estoy escribiendo el segundo y me faltan dos. Esto es el fruto de una vida entera, con un desarrollo lento, con una idea exagerada que se la debo a mi padre: jugarme el todo por el todo. Estoy trabajando en un libro muy extenso, en cuatro volúmenes, que se llama Origen, naturaleza y evolución del protoplasma. De la célula. Del animal. Y del hombre. Lucho contra reloj por mi edad; ya no tengo tiempo que perder. Capítulo por capítulo, en miles de notas, está la obra estructurada en esa masa de carpetas que usted ve. Se trata de una biología heterodoxa, pero ya se ha traducido el primer, tomo al inglés y al ruso, y es raro porque hoy existe, como nunca, una repulsión conservadora hacia todo pensa miento nuevo.

Yáque está Faustino Cordón delante, esta es una magnífica ocasión para saber lo que es la vida. El sabio va embutido en un traje incoloro, lleva el robusto pescuezo atado con una corbata anónima. Este hombre co nstituye una imagen de pasajero medio que pasaría inadvertido en cualquier autobús, pero, he aquí que en sus sienes palpitan problemas trascendentales. Podrías tropezarte con él en una acera y después de un minuto, si se exceptúa ese ojo muerto por un ideal, no recordarías otra nota característica. Pero está ahí sentado y sientes que de este ser un poco campesino emana un aura de bulbos primigenios y alrededor de su cabeza vuelan células locas. Sin duda, es un buen momento para saber en qué consiste la vida.

-La vida es un foco unitario de acción y experiencia, es decir, lo que distingue a un ser vivo de una máquina electrónica es algo que toma noticia del entorno, lo percibe y ejerce una acción sobre ese entorno; toma noticia de esa acción y vuelve a ejercer otra acción corrigiéndola. Esa cadena de acciones y experiencias es lo que distingue al ser vivo, desde el protoplasma al animal. Difieren unos de otros profundamente en lo que consiste esa acción y esa experiencia. Explicar cómo sucede esto es mi tema, qué son esos focos, lo que implica entender el universo, porque eso es su última consecuencia, Yo soy materialista y, por tanto, creo que eso es una. consecuencia de la evolución conjunta de la realidad. Este problema no está visto, en la ciencia actual, nadie se preocupa de eso y a mí me parece que es el tema más importante. Ultimamente estoy muy apasionado tratando de entender la naturaleza fisica del organismo de la célula, cómo dentro de ella se verifica la conciencia del hombre. En fin, aproximadamente usted y yo somos eso.

Atrás han quedado las enzimas, la insulina, los trabajos sobre inmunológía, los 7.000 cobayos sacrificados en los laboratorios. Ahora está solo ante su cerebro y la historia y en medio las fichas, la catarata de cuartillas, en horario de mañana y tarde, como un oficinista sobrecargado. Dos horas para leer, una para hablar con los colaboradores y siete para reflexionar.

-Nunca he estado solo. Durante bastantes años tuve el apoyo de Juan Huarte, que vino espontáneamente a mí y fue muy generoso. Ahora hemos hecho una pequeña fundación en base. a un pequeño legado de la viuda de aquel norteamericano, Loo Fleishman, del que te hablé. Esta mujer, al morir, me, dejó sus bienes, y con una ayuda de la caja de ahorros hemos establecido unas becas para. estudiantes. Yo ahora vivo de mi jubilación de la industria privada; a mis 72 años no tengo ningún riesgo de corromperme ni de morir de inanición. Cuatro personas colaboran conmigo y los viernes hay un seminario donde acuden sociólogos, biólogos y expertos en ciencias de la comunicación. He tenido una atención pública que no me esperaba. La labor experimental que he hecho con mis colaboradores está en los tres volúmenes de esa estantería. Pero desde hace mucho tiempo tengo la cabeza muy polarizada en la obra de biologla evolucionista. Llevo un diario científico muy riguroso. Cuando voy a casa andando, o en el metro, o en el autobús, siempre estoy pensando. Y luego tomo notas. Es un hábito adquirido desde los dieciocho años de consignar mis reflexionespor escrito. Lo sigo haciendo, de modo que he reunido miles de cuartillas a lo largo de toda una vida.

Es como la gota de agua que acaba por perforar el brocal. El genio no es más que una tenacidad. Faustino Cordón está decidido a meter su gran cabeza enuna célula, y puedes estar seguro de que lo va a conseguir. La ley de la gravedad, a su lado, es una loca.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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