Deterioro de la lengua
Sólo en muy contadas ocasiones se alza alguna voz para advertir del deterioro que a marchas forzadas está sufriendo nuestra lengua. Que precisamente en España este deterioro se produzca, con mayor acentuación que en otros países de habla hispana es, al menos, sonrojante; que profesionales de la pluma, en distintos ámbitos, maltraten el idioma como muchos lo hacen, sintomático; que maestros y profesores enseñen disparates, revelador; que no se tomen medidas por quien corresponda, bochornoso.Un ejemplo: en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua se lee: "Lo: acusativo del pronombre personal de tercera persona en género masculino o neutro y número singular". Pues bien, en numerosas escuelas de amplias zonas de nuestro país se enseña (y en no menos libros de texto oficiales se lee) que lo es exclusivamente neutro, con lo cual se convierte el dativo le en acusativo (que, como tal, se puede usar en determinadas circunstancias). Lo grave es que regiones que tradicionalmente han utilizado el lo con toda propiedad se estén pasando al leísmo bajo la influencia de la radio, la televisión, la Prensa escrita, el cine y un largo etcétera. Quizá por esnobismo o ignorancia o, como en el caso de Andalucía, por el complejo de hablar mal que en el fondo tantos andaluces tienen.
Muchos dicen que verle suena más fino que verlo, que es infinitamente más correcto. Y, claro, hay que ser fino. Por eso se oye dijistes, fuistes, o bien oyes, ves (imperativos), y hay quien coge un taxis para ir a Useras. Con muchas eses.
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Las concordancias, de risa. Desde el ministro que habla de veintiún mil pesetas por primer vez, hasta el arma mortífero que puede arrasar un área muy extenso.
Hay quien escribe impunemente herrar por errar, posiblemente bajo el influjo de su experiencia personal.
Del laismo no digo nada, porque es una plaga tan malsonante como ridícula. Pero sí de un fenómeno creciente al que asisto verdaderamente estupefacto: el loismo. Oí decir, refiriéndose a unos versos cuya integridad física corría inminente riesgo: "No los des, que les vas a romper". O sea, al revés. Y que un maestro diga: "¿Qué quieres que lo haga?", me resulta decididamente amargo.
Si los que se dedican a la noble tarea de la enseñanza aprendieran bien lo que tienen que enseñar, otro gallo nos cantaría. Y me parece que lo mínimamente exigible a las personas que, en mayor o menor medida, utilizan como herramienta de trabajo algo tan hermoso como nuestra lengua es que sepan servirse de ella al menos con decoro, y a las autoridades académicas que adopten medidas eficaces (empezando en algunos casos por ellos mismos)./
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