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Tribuna
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José Hierro

«Subía entonces a tu casa / la juventud / para qué apuras / el vino, entraban por las puertas / luminosas las criaturas / del paraíso del instante / las enigmáticas volutas / del azul / las bocas candentes / del trigo, el germen de la música / lo eternamente luminoso / sobre la tierra o las espumas».Le han dado un premio oficial, estatal, real, principal. Yo lo descubría, años cincuenta, en los suplementos dominicales, con dibujos de Viera Esparza. Este es el poeta, me dije, el poeta de ahora mismo, Machado y Juan Ramón, el Romancero y Rubén, el eneasílabo y la poesía social, éste es el poeta. Joven calvoprusiano (esas calvas picudas que parecen un casco), cara de tigre salvaje que se le ha escapado a Kipling para siempre, un algo legionario/ legendario en su descamisamiento, su bigote beligerante, manos de cavador (acabaría comprándose un terreno, Nayagua, para cavarlo a diario) y urgencia de sí mismo: consiste en su fugacidad, como el perro cuando caza. «Subía entonces a tu casa la juventud». Yo le llamaba a mis provincias lentas y él acudía con prisa y decía sus versos o explicaba la poesía en castellano como nadie, con un plano que tiene de explicarla, dibujado por él, que al llegar a Juan Ramón se hace amarillo, y de ahí ya nace todo, lo moderno, el 27, España. El me trajo a Madrid, al Ateneo, a leer unos cuentos en su aula (que era casi prohibida, porque leían Blas de Otero y Celaya), por quiníentas pesetas con descuentos que todavía me duran, pues decidí quedarme y un «menéndez pelayo» era una pasta.

Hombre de la República y la cárcel, los estáticos han criticado su dinamismo por llegar, cuando a donde quería ir, junramoníanamente, era «a sí mismo». Han criticado su silencio -no se es genial de balde-, y ahora de pronto ha ha blado, en el momento justo, cua renta años callado, para decir lo justo: con esta Monarquía de mocrática Carrillo puede decir lo que ahora dice y Bias Piñar puede seguir diciendo lo de siempre. «Para qué apuras el vino», Pepe. Es el que, si le separan de su azadón y su finca, pega el azadonazo, como ahora, y dice la verdad entera, como está ya en sus versos, más la música, Me lo explicó una vez Jesús Aguirre, duque de Alba, en Liria:

-Pepe, primero coge la música, el ritmo, y luego escribe el poema.

No podía ser de otro modo. Ya Valéry lo dijo: «El poema es esa larga vacilación entre el sonido y el sentido». Entre sonido y sentido, de ida y vuelta, José Hierro no se perdió en el sinsentido de los que hacían prosa/denuncia hi en su sinsonido de realistas. Larga vacilación de «poeta en tiempos de miseria», como Heidegger dijo de Rilke, vacilación que acabaría en el silencio de veinte años. Su última obra, Libro de las alucinaciones, le abría a un lirismo nuevo, pero se resolvió en silencio. Le ha dado un premio el Príncipe de Asturias en el Principado. No he podido acudir (no soy un puente aéreo), y ya estará de vuelta, en la radio, donde trabaja, haciendo el pino en una silla, por las mañanas, para estar en forma, antes de empezar. «Entraban por las puertas luminosas las criaturas del paraíso del instante». Pero yo le visitaba en puertas oscuras de oscuras oficinas y el instante duró cuarenta años, que tenía muchos hijos y esto no daba un duro.

«Las enigmáticas volutas del azul, las bocas candentes del trigo, el germen de la música». Fraga, cuando ministro, le echó de todas partes. Cuarenta años callado, pero cuando habla el poeta, ladrón de fuego, dueño de las palabras de la tribu, dice justo lo justo. «Lo eternamente jubiloso sobre la tierra o las espumas». Y se pone un botón en el ojo, de monóculo, y me recibe con la broma de siempre: «¿Qué tal, duque?».

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