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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El retrato

Hay que haber admirado a distacia al gran pintor Antonio Quirós, durante diez años, noche a noche, como lo he hecho yo, hay que haber mirado sus cuadros, no sólo en las exposiciones y los museos, sino en los armarlos de las aristócratas que, cuando el Régimen, los compraban como inversión y los metían en un armario, detrás de los visones. la pintura contra el fondo, para que no se enterase ni el marido, porque en la pintura de Quirós había -hay- no sé qué de maldito, de secreto, de genial, de proscrito, de subversivo y atroz. De vez en cuando, una marquesa sacaba un cuadro de entre los visones y los armiños:-Mira, Umbral: un millón de pesetas.Un millón de pesetas de entonces. Ellas creían que lo hacían por la inversión, pero el alma de la mujer (marquesa o no, como diría Juan Ramón Jiménez) es más compleja: igual podrían haber invertido en Enrique Segura. No lo hacían por la inversión, sino por la subversión. Tener allí un Quirós era como tener un amante en el armario. Ahora, ese pintor difícil y solitario, de creación abroquelada y vago sueño, ha hecho un retrato oficial del rey don Juan Carlos. Como ha indicado este periódico, la Monarquía, así, no hace sino retomar su vieja y noble tradición de mecenazgo acertado e Ilustre, pues que para ella pintaron el Greco, Velázquez, Goya (ese imborrable Alfonso XIII juvenil de Anglada Camarasa). Pero creo que con este retrato del Rey se ha ido mucho más allá que con los del Museo del Prado, porque entonces la realeza apelaba a pintores clásicos o consagrados, o a pintores revolucionarios, como Goya, pero que se hacían cortesanos para sus cuadros de Corte. Lo que no había hecho nunca ninguna casa real es llamar a un «maldito» -«maldito» en cuanto solitario en obra y escuela-, precisamente por su desolada y depurada calídad.

Sólo Felipe II osó hacerle un primer encargo al Greco y no le gustó. El Greco estaba maldito de Bizancio y goticismo, como Quirós de expresionismo y Café Gijón. Esto que ha hecho nuestro Rey, posar para Quirós, es como si Isabel de Inglaterra posase para Bacon. Nunca aquel país de libertades se ha tomado libertad semejante. Juan Carlos I, sometiéndose al «control de calidad» de posar un mes para Quirós, y no para ningún pintor halagüeño y alabancioso, de los que pululan cócteles, nos ha dado una prueba más de cómo se va él entretejiendo en la vida española, de cómo se va entrezurciendo con su época y su gente, porque el retrato de Quirós (un pintor tan del expresionismo español, pasado por el europeo) es lo que mejor cose esta figura de rey a su reinado, a su tiempo, lo que le da una textura innectable de «segunda mitad del siglo XX». Sobre la valentía de la elección (hay que felicitar a los de la iniciativa), está la libertad interior/ exterior del Rey para aceptar y como consecuencia, este óleo en que confluye lo más acezado y logrado de la vanguardia española (vanguardia ya museal) con lo menos cortesano de una Corte soluble en democracia. La «parte del diablo» -Milton, Blake, Greco- se reencuentra así, una vez más, con la parte del ángel, con lo racional/ constitucional, como en los mejores momentos del humanismo europeo. Este retrato es la foto de carnet que acredita al Rey (si él no se hubiese acreditado suficientemente) como hombre de su tiempo, que es el nuestro.

Atrás queda el reino lóbrego de los ciervos mal pintados y luego fusilados. La atmósfera surreal de Zurbarán, los perfiles del Greco, estilizados por el horror, vienen a confluir en la abstracción/figuración del gran pintor santanderino. Todo ese mundo, que parecía submundo, se ha resuelto en un Rey, como la horda se resuelve en democracia. Ya pueden las marquesas sacar de los armarios sus Quirós.

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