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El "no importa" de los españoles

A mediados del siglo XVII diose a la luz en Madrid, compuesto por el costumbrista Francisco Santos, un librito titulado El no importa de España, del que poseo un ejemplar de la primera edición. Tal primoroso libro, preparado a base de buen humor crítico, de muy sutiles chanzas y con un excelente conocimiento de las riquezas y las carencias del hispano modo de ser, constituye una visión algo cruenta de nuestra común indiferencia por los problemas fundamentales de España.La aprobación eclesiástica del libro por el examinador synodal del Arzobispado de Toledo es ya una simpática introducción al talento de la obra. En ella hay esta punzante frase abridera: "En sus estrenas se perdió el mundo por un no importa", refiriéndose al que, para su caletre, hubiéronse de decir Eva y Adán, cuando en la holganza paradisiaca no les importó la amenaza de muerte por la simple comida de la manzana. Termina el aprobatur diciendo que tampoco importa que los envidiosos quieran afear las pulidas y aseadas tareas del ingenio del autor del libro, pues nada en él se opone a las verdades y costumbres de la fe. Netamente cristiana del principio al fin, la obra está llena de amonestaciones al buen sentido, aunque sea a costa de ridiculizar el asenderado sentido común.

El autor inicia el libro comentando haber visto, en el duermevela producido al apagarse una lamparilla en las alas de una mariposa quemada, a un hombre "descompuesto de acciones y adorno a modo de loco" que corría seguido por las gentes. Preguntó a uno de los ancianos que le acompañaban quién era aquel y recibió esta respuesta: "A este le llaman «El no importa», y si quisiera pasar un buen rato véngase tras él y verá buenas cosas". Pero le advirtió de una condición no eludible: que lo haría en la obligación de levantar la voz cuando procediera para decir no importa.

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Las 270 páginas están distribuidas en doce capítulos, y cada uno de éstos, en ocho o diez apartados, tan sorprendentes por su titulación como atinados en su contenido: "La cárcel del no importa", "La poca constancia del mortal", "El no importa común", "Lición para príncipes", "El no importa del pobre", "Hospital para enfermos del no importa", "Mercader de verdades", "El no importa que más importa", "El envidioso", "El logrero", "El loco cuerdo", etcétera. De la simpatía que el libro inspiraes exponente aleccionador el último apartado, "Lamentaciones de poderosos enfermos", cuya crítica de fondo nos traslada a cosas que todavía ahora, a finales del siglo XX, se siguen viendo y oyendo. Relata las numerosas anécdotas ocurridas en doce horas sucesivas del sueño del autor, describiendo y registrando la innumerable serie de no importa que el autor acostumbra a sentir y a decir en muchos de los aparentemente ilusos e impremeditados momentos de su vida. Abarca desde las intimidades de la vida privada y de los vaivenes del trato social hasta los gestos del desdén o del vividorismo político. En casi todos los capítulos se dan explicaciones del no importa, y de todos trasciende una aguda y sarcástica crítica de un estilo vital que con tan terca frecuencia se refugia en la indiferencia.

Este libro fue comentado por don Ramón Menéndez Pidal en el prólogo a la Gran historia de España, por él dirigida, en una parte que dedica a la apatía, y dice que los españoles, siempre entre dos extremos, "animosos frente a los trabajos no importa; desanimados ante el trabajo no me importa". Y agrega: "La apathia estoica para unas cosas, y la vulgar apatía para otras". El profesor Rodríguez Puértolas hizo una buena edición crítica de la obra, que yo desgraciadamente no conozco. Del mismo Francisco Santos es un conjunto de obritas picarescas dedicadas al Madrid de entonces, conocidas de los estudiosos. Pero la obra satírica que comento puede ser actualizada, ya que su lectura haría felices a muchos que, con sanidad mental, están dispuestos a reconocer, con la conformidad de que habla Menéndez Pidal, esa predisposición racial al no importa. Es decir, a que nos resbalen acontecimientos que quizá habrían podido ser, si nos hubieran interesado, éxitos en el desarrollo de nuestra nación, y a que, por razones opuestas, al español no le importe, cuando llega el caso, jugarse la vida. Quizá por esto Napoleón tenía más miedo al no importa de los españoles que a los generales de nuestro Ejército, según dice Sbarbi en su Gran diccionario de refranes.

Don Américo Castro, que con tanto acierto y con tan arisca acogida por algunos historiadores estudió los condicionamientos que condujeron a la delimitación del ser español, no se detuvo en el aspecto crítico de este libro, que tuvo que conocer aunque no lo cite en las bibliografias ni en los índices de sus grandes obras, a pesar de su enorme interés por la picaresca hispana. Cierto que el autor no fue de los más afortunados genios de ésta, pero en las páginas de este libro se traslucen muchas de las aseveraciones que don Américo intuyó. De Castro

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Francisco Vega Díaz eminente cardiólogo, perteneció al grupo de la Revista de Occidente.

El "no importa" de los españoles

Viene de la página 9

son, por ejemplo, estas palabras: "El español necesita aprender en la experiencia de su propia historia el motivo del constante hiato entre la ley escrita y su no observancia". Y bien, ese motivo puede ser, entre otros, el no importa.

El español del siglo XVII disfrutaba ya de ese especial y ciego estoicismo, preñado de desconsuelo, amargura, pesimismo, sorna y sarcasmo que son las claves de la picaresca según Castro; mezcla que le permite esa inconsciente proclividad hacia el semidesprecio o no importa, como ridícula disculpa de su inoperancia. En Mateo Alemán, el Lazarillo, Quevedo y Cervantes hay demostraciones del hecho. Este no importa de Francisco Santos (que en el argot contemporáneo vale por un me importa un comino, o me importa un pito, o me importa un bledo), acentuado por las decepciones consecutivas a nuestras guerras civiles, explica sobradamente las actitudes de ese constructo piso-orgánico que es el homo hispanicus. La negativa de la colectividad nacional a saberse enferma y el ir a la contra no importando adónde se va, despistes muy bien vistos por Cela, y en los tiempos democráticos actuales la abstención electoral son ejemplos del no importa nacional elevado a la enésima potencia.

El desdén por la ignorancia, es detcir, el no importar ser ignorante, va paralelo entre nosotros con el desdén por la moral auténtica; interesa más la ética ficticia. El no importa prolifera con características palpables en las encrucijadas históricas y en las crisis políticas profundas, pues interesan más las crisis superficiales, quizá porque de ellas deriven beneficios personales o de clan, o por lo que tengan de chismorreo, o por lo que aporten a la chistografía pública, que es un gran reducto del no importa.

En los últimos 45 años, tan saturados de oropeles y sofismas vacuos, ese no importa estaba en la misma raíz de las aquiescencias dialécticas y en el fondo de las conciencias que ignoraban lo que debían hacer. Ocurría eso porque España, como ente, no les importaba a los taifas de la ruina nacional. Las francachelas de epígonos y de aduladores satisfechos predominaban en ese complicado mundo que, con un mínimo de sensatez y honestidad, podría haber sido dignamente rectificado o descomplicado. Pero el denominador común era el no importa. Derrumbado aquel castillo de naipes e instaurada la monarquía, el no importa hizo un llamativo mutis, produciendo la impresión de que ocurría lo contrario; es decir, que todo, absolutamente todo, hasta las nimiedades, empezaba a importar a todos.

Pero en la bruma del paisaje político actual parece advertirse ya una clara recaída en el no importa. Con politiquerías ingenuas y ridículas, parece como si a muchos de los novatos políticos actuantes les interesara más hacer una carrera política en su partido que lograr un bien definitivo para el país. Con ello hacen -y tampoco les importa- más arduo, espinoso y empinado el camino a un Rey que es la mejor personificación del abanderado de las libertades en orden. Desde hace dos o tres años (los del tránsito político no deben contar, pues fueron infantilmente buenos) las noticias nos muestran a diario cómo van reapareciendo o son consentidos los contubernios, las corrupciones, las tapaderas a los negocios sucios, las incompetencias (¡qué vergüenza el ambiente sanitario de los últimos ocho o diez meses, con huelgas médicas denigrantes y con argucias tan ridículas como unas recientes explicaciones telefónicas que recordaron el baño de Fraga en las aguas de Vera!), las veleidades más tendentes a sostener las sinecuras que a encauzar el país y el dejarse llevar a la buena de Dios hasta donde Dios quiera. Y lo más triste no es que al español medio le interesen poco las cosas que pasan en esos patios de monipodio, sino que se da cuenta de que el no importa está empapando las entretelas de los gobernantes y perjudicando con ello a quien, desde que está en el trono, ha mostrado ser el único dirigente español al que más de verdad le importa España. He leído y releído todos sus discursos; y hasta los pronunciados en circunstancias muy delicadas o adversas son, justipreciadamente, los de todo un Jefe de Estado contemporáneo.

Los republicanos que hemos visto tambalearse a nuestra República en los meses que siguieron a las elecciones de 1936 por un desgobierno similar al de estos años, y a los Gobiernos republicanos aguantar, abandonados del mundo, durante tres años de tragedia bélica, y tras de ella, vivido y contemplado con amargura las persecuciones exterminantes y los dolores sin límite de quienes legal y honradamente la habían defendido (a pesar de haberles prometido buena acogida a quienes no tuvieran delitos de sangre), podemos decir, sin que ninguna afonía vele nuestras voces, que gracias a este Rey (alguien le ha llamado, con razón, presidente de una república coronada), con quien el no importa no reza, no hemos echado de menos la República; no solamente por las circunstancias que se han dado en España, sino también a juzgar por los materiales y el ambiente con que hoy la habríamos tenido que construir...

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