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Tribuna:TEMAS PARA DEBATELa liberación femenina
Tribuna
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Un largo camino

Desde el derecho al sufragio hasta la posibilidad de acceso a todo tipo de trabajo y el reconocimiento como derecho fundamental a la no discriminación por razón de sexo, las mujeres en lucha por su liberación han recorrido un largo camino.En la década de los sesenta, coincidiendo con los planteamientos de la nueva izquierda, las mujeres como grupo revolucionario homogéneo e independiente inician, desde su particularismo cultural, tímidamente, una lucha contra el sistema que en primer lugar rechaza el modelo de revolución que se consume, en la que no han participado sino marginalmente y en la que no se reconocen como sujetos.

El feminismo, hasta entonces considerado como doctrina social basada en la consecución para la mujer de los derechos reservados a los hombres, cambia de signo de una forma radical y se enfrenta directamente con el patriarcado, no cuestionado en la práctica por la revolución socialista, ya para entonces dotada de prestigio y transmisora a su vez de verdades con garantía simbólica.

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De ahí que surgiera en la década de los sesenta y en España en el quinquenio 75-80 la gran polémica socialismo-feminismo, doble militancia- militancia única, mujer-clase social.... términos traicionados por su propia utilización inconsciente. El incipiente feminismo antipatriarcal precisó para su puesta en circulación arrebatar sus símbolos a la izquierda tradicional. Si no escuchado, al menos se hizo oír por la irritación que produjo, especialmente entre las filas de la izquierda. Este enfrentamiento directo con la cultura y el sistema patriarcal generó un análisis crítico de las instituciones básicas de lo patriarcal: el matrimonio y la familia, donde específicamente la mujer es una función ligada a su capacidad de reproductora de la especie y de productora de bienes domésticos. Función de madre y esposa cuidadosamente sublimada en la transmisión ideológica, que impide que se haga manifiesto lo más burdo de la sumisión del lugar asignado a la función-mujer en la institución matrimonio-familia.

La institución familiar se basa en la aceptación simbólica de la ley del padre. «El padre sólo está presente por su ley, que es la Palabra, y únicamente en la medida en que su Palabra es reconocida por la madre cobra valor de ley» (J. Lacan, «Le formations de I'Inconsciente», Bulletin de Psychologie, 1956-1957). La aceptación de la ley del padre introduce al sujeto en el orden del simbolismo social, de la cultura, de la civilización y del lenguaje. El sujeto, al insertarse en las estructuras socioculturales, resultará modelado de acuerdo con las mismas, y de su adaptación dependerá su acceso a la sociedad y al orden del simbolismo social y cultural.

La estructura familiar y su dimensión simbólica es arquetipo de las relaciones sociales en una cultura patriarcal. No en vano se ha dicho que la familia es la célula básica de la sociedad, donde se prepara y domestica al individuo para que acepte con amor las estructuras sociales jerárquicas basadas en relaciones de dominación. La verdad transmitida, aceptada simbólicamente por la mujer y asegurada por las condiciones materiales que tradicionalmente se le han impuesto, no es ajena a los sistemas jurídicos que bajo la prebenda de la legalidad disponen del aparato coercitivo preciso para disuadir a sus transgresores, asegurando en los sujetos la comunicación de las prohibiciones.

El lugar de la mujer como símbolo de intercambio en las relaciones de parentesco resulta determinante para el análisis de la estructura familiar patriarcal y de las instituciones jurídicas morales y sociales que hacen posible su mantenimiento y reproducción. La mujer, aceptando su función en tal orden, constituye la pieza clave del mismo y ha sido insustituible como mantenedora y transmisora del sistema de valores patriarcal.

Un somero repaso normativo puede resultar muy ilustrativo. Instituciones jurídico-sociales como el cabeza de familia, la licencia marital-obediencia al marido, potestad del padre sobre los hijos, filiación legítima-matrimonial, ílegítima-no matrimonial, por citar sólo las más llamativas, resultan reveladoras de los valores protegidos en el patriarcado, y ello sin entrar en los controles de tipo penal sobre la capacidad reproductora de la mujer, de los que el discurso canónico ha sido maestro, consiguiendo el milagro de equiparar el pecado al delito, haciéndonos acreedoras de la penitencia-pena.

Cualquier Código Penal está estructurado en forma canónica y la mujer inscrita en los mismos por su conducta sexual, la honra que puede hacer perder a todas las personas ligadas a ella por vínculos de parentesco, la virginidad entregada para la procreación legítima, la prohibición hasta épocas recientes de los métodos anticonceptivos o la interrupción voluntaria del embarazo, reflejan la coherencia interna del sistema penal del patriarcado.

Aunque parcialmente reformadas las manifestaciones institucionales más groseras de las normas que configuran lo patriarcal, los valores que se transmiten siguen siendo los mismos por más que las interpretaciones quieran ser más afables. Sin embargo, hemos de convenir en que el tan criticado reformismo (reivindicación de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres), al menos ha provocado que la técnica del hacer-creer tenga que ser otra. Nos llegan los ecos que emiten y repiten la igualdad' de derechos y la no discriminación por razón de sexo y que, empero, aluden sin rubor a la específica condición femenina. Nos suplican que no dejemos de ser

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femeninas, que no perdamos nuestros modales sumisos, coquetos, encantadores, que no cesemos de sublimar las funciones que el patriarcado nos asignó. El orden fálico se siente con razón amenazado.

Desde posturas feministas, surge en Europa en el momento actual el denominado feminismo de la diferencia que propone recuperar los valores llamados femeninos como alternativa social de afirmación de lo no masculino, aun reconociendo la alternativa crítica que tal postura representa para el patriarcado, parecen olvidar sus promotoras la mascarada interiorizada en la representación que universaliza o pretende universalizar los rasgos propios de la femineidad. Juego, al fin y al cabo, muy femenino, y que el patriarcado saluda ya gozoso. El mito arcaico de la diferencia revive una vez más.

Por su parte, las mujeres rechazan las pautas de comportamiento anteriores imponiendo en lo cotidiano un tipo de relaciones personales distintas, que al romper con el modelo de conducta sexual y laboral que de ellas se espera, ataca directamente el entramado de las instituciones patriarcales.

También en el campo de lo social abstracto, al incorporarse a tareas políticas y de responsabilidad hasta ahora reservadas a los hombres, recrean imágenes en las que se mirarán las generaciones futuras.

Sin embargo, la capacidad del patriarcado para absorber las reformas y perpetuarse a sí mismo es innegable mientras subsistan las instituciones que son su base, matrimonio y familia.

Con todo, el movimiento feminista ya ha conseguido influir en la colectividad y, en cierta medida, está generando un cambio que, por lo cuantitativo, es ya sustancial. Entiendo que hombres y mujeres, antagónicos simbólicamente, precisan un cambio en sus actitudes, tics colectivos, rituales de sumisión, gestos, lenguaje y modelos de conducta. También el hombre en el sistema patriarcal es víctima de su propia preeminencia, que interioriza desde el primer aprendizaje y que siente amenazada por cualquier cambio de actitud que no responda modélicamente al ritual que hace posible el prodigio. De ahí el constante miedo real de pérdida. Sin embargo, el colectivo masculino, en su mayoría, se encuentra desorientado ante la seducción de lo femenino cuya representación se le brinda, y cuya actuación comienza a no estarle vedada.

El reconocimiento generalizado hacia estos tradicionalmente considerados femeninos protagonizados por hombres sólo contrasta con actitudes netamente autoritarias y fascistas que siguen primando el arrojo la valentía, por citar un ejemplo. como valores simbólicos del orden fálico. Es claro que el fascismo, sea de un signo u otro, se encuentra en dependencia directa con el patriarcado.

Por último, quiero referirme a la llamada crisis del Movimiento Feminista, en la que no creo en absoluto. No conocer el feminismo actual y la riqueza y variedad de sus planteamientos es lo que ha llevado a muchos a hablar de crisis del feminismo aplicando además a un movimiento tan distinto de los anteriores los patrones caducos de lo que entienden por crisis. El feminismo no es escolástico, no pretende transmitir dogmas, no pretende organizarse en plan militante con el mayor número de afiliadas posible. El feminismo intenta conseguir algo mucho más complejo, como es acabar con el sistema patriarcal, modificando la vida cotidiana, las relaciones interpersonales y las instituciones que lo conforman, así como y fundamentalmente, con las relaciones jerárquicas y de dominación, con el miedo a la libertad, que no es sino el miedo al error en esa lógica colectiva que anuncia la sumisión y en la que el poder es deseado como salvación y que hace posible el mantenimiento de la infraestructura económica que perpetúa la dominación.

Cristina Alberdi es abogada feminista especializada en derecho de familia.

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