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Tribuna:TEMAS PARA DEBATELa liberación femenina
Tribuna
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Es mi sueño, ¿sabe usted?

En la mesa de el lado, en el pequeño restaurante, el cincuentón -perfecto funcionario, ciudadano honesto- lleva ya un buen rato repartiendo consejos entre su compañera de mesa y la taza vacía de café. «,Cómo podríamos ser iguales los hombres y las mujeres?, se pregunta finalmente, inclinándose hacia atrás y dejando resbalar su vista hacia la uve del escote vecino. Y con una sonrisa de maliciosa complicidad: «Nunca podremos ser iguales... Y por fortuna».¡Oh, no!; nunca. No sólo no podremos, sino que ni siquiera lo vamos a intentar. No quisiéramos acceder al derecho de pontificar estupideces desde el reino del vacíe) mental enciclopédico. No desearíamos, por nada del mundo, compartir un asiento en el imperio de las miradas sebosas, de los piropos ininteligibles dejados caer entre dientes al socaire de todos los pasillos.

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"Ustedes, las feministas..."

«Ustedes, las feministas, no son lógicas: dicen que odian a los hombres, pero a la vez reclaman la igualdad con ellos».

Verá usted, eso está mal planteado. En primer lugar, nosotras no practicamos el deporte del odio abstracto, genérico y vacío. No nos dedicamos a odiar hechos biológico-naturales, por más que seamos partidarias de que la humanidad haga mayores esfuerzos por modificar algunos. Lo que nosotras odiamos es, de manera muy concreta, la división social de tareas en función del sexo. Esa división no procede de la naturaleza. Es un fenómeno histórico-social que ya ha sufrido diversos cambios a lo largo de los tiempos y que no tiene nada de inmutable.

Nosotras queremos acabar con esa realidad, que es histórica y que es profundísimamente actual. Y queremos acabar con ella, sabe usted porque nos perjudica.

Nuestro problema como mujeres empieza así desde la cunita. Usted, señor mío, no se hace cargo de la cantidad de cosas que la sociedad supone de nosotras apenas acabamos de nacer. As¡ que se comprueba empíricamente que entre las piernas tenemos un agujerito, se procede rápidamente a vestirnos de rosa con puntillas. Conviene no menospreciar la trascendencia de esa rosa con puntillas: es toda una bandera. Significa que se espera de nosotras que seamos suaves, delicadas y pasivas. A partir de ahí vendrá todo el proceso de doma -también llamado educación-, a lo largo del cual aprenderemos que nuestro destino fundamental es la maternidad y el hogar, componentes de esa célula social básica que es la familia. El mundo, la vida social, la producción..., ese es el terreno de los hombres, que nosotras no habremos de pisar sino, todo lo más, como elementos auxiliares.

La sociedad actual -ahorrémonos matices: todas se parecen lo suficiente en esto- consagra la división del trabajo en razón del sexo. A partir de esa división, las mujeres quedamos condenadas a la marginación y a la dependencia hacia el hombre. Quedamos aisladas de la vida social, en cuyo escenario principal no tenemos asignado papel alguno. Se nos empuja a la reclusión en el hogar, en el que nuestras vidas han de amoldarse a las necesidades del varón. El libre desarrollo y disfrute de nuestra personalidad queda vedado. Incluso se veda el libre disfrute del propio cuerpo: una moral sexual que ignora nuestra sexualidad y la reprime, porque ha sido forjada por hombres y para hombres, predomina y aplasta nuestras vidas.

Lo que nosotras odiamos es esta división del mundo entre masculino y femenino, entre lo que es propio de hombres y lo que espropio de mujeres en la vida social. Claro que, si usted asume gozoso esa división y se empeña en perpetuarla, pues también usted nos resultará cargante. Eso parece bastante lógico, ¿no?

Hablemos ahora de la igualdad. Porque usted nos reprocha que critiquemos tanto el mundo actual y que luego reclamemos ser iguales. ¿No es eso una contradicción?

Pero usted es hombre de cultura, y debería saberlo: todas las causas emancipadoras que ha conocido la historia han levantado de uno u otro modo la bandera de la igualdad. Los esclavos gritaban sus deseos de igualdad a sus amos y señores. ¿Quería decir eso que su aspiración profunda era convertirse en dueños de esclavos; que no deseaban la abolición de la esclavitud misma? Los habitantes de los burgos medievales escribieron en su estandarte. « Libertad, igualdad, fraternidad», y lo enarbolaron frente a la nobleza y el clero. ¿Hay que entender que deseaban convertirse en nobles y curas? El movimiento obrero lleva siglo y pico denunciando las desigualdades fundamentales que se ocultan bajo los pliegues de las proclamas de igualdad del sistema capitalista. ¿Querrá decir que en el fondo de cada militante obrero hay un aspirante a capitalista?

No, las mujeres no as piramos a una igualdad así. Luchamos por la igualdad jurídica, por la igualdad de derechos, pero sabemos que, aunque la alcanzáramos plenamente -cosa que dista de haber ocurrido- aunque consiguiéramos el permiso de los hombres para entrar en su mundo -algunas mujeres lo han logrado- el fondo del problema subsistiría. Podemos reclamar, como etapas del camino, una redistribución de los papeles masculino y 1'cmenino en la sociedad. Pero sabernos que con ello seguiremos retenidas dentro del corsé de la Mininidad que nos ha sido impuesto y en el que hemos estado obligadas a chapotear durante siglos. Por eso decimos que nuestra meta reside en la destrucción de la base misma de todo el tinglado: la estructura social que clasifica a las personas y les asigna funciones diferentes en razón del sexo. A la igualdad que aspiramos, la igualdad de la que hablamos es aquella que ha de nacer tras la destrucción de los modelos sexuales, masculino y femenino, actualmente existentes.

Yo no sé si usted entiende hasta dónde lleva esto. Le estoy hablando de acabar con una sociedad que, heredera de siglos de cientos de formas de explotación y opresión, está viciada de raíz. Acabar con una sociedad en la que los valores predominantes son la agresividad, la fuerza, la competitividad, el poder de destrucción, la ambición de poder y de riqueza. Acabar con una sociedad en la que el trabajo creativo, la solidaridad, la amistad, el cariño, la sensibilidad y el amor a la naturaleza son patrimonio de la marginación. Le estoy hablando a usted, si me entiende, de hacer una revolución. Le hablo de subversión,

Le hablo de una revolución social, en el genuino y más amplio sentido de la expresión. Porque es una revolución en la que pueden y deben unirse las energías de cuantas y cuantos estamos interesados en la transformación de la sociedad actual. La explotación capitalista existe. El movimiento obrero trata de acabar con ella. ¡Eso nos concierne también a nosotras! Pero a cuantos tratan de cambiar la sociedad y nos miran a nosotras, feministas, con desconfianza, les decimos: «La persona que oprime otras no puede ser libre», Mientras no se logre la plena emancipación de las mujeres, la humanidad no podrá declararse emancipada.

Bueno, ya lo sé; no me lo diga. Todo esto no es tan sencillo. Se lo he dicho para que vea usted únicamente en qué sueño cuando lucho por la liberación de las mujeres. Se puede y se debe hablar más. Hay que concretar, acotar, matizar, precisar. Lo que le he dicho es muy elemental. Ocurre que no estaba segura de que usted lo supiera ya. O de que lo entendiera. O de que se diera por enterado.

Empar Pineda feminista, es miembro del Comité Federal del Movimiento Comunista.

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