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Tribuna:
Tribuna
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¡Va por usted, señor Rey!

Algún día, cuando esté menos presionado por la cantidad de problemas a los que tengo que hacer frente diariamente en tantos y variados frentes, como son la lucha por la defensa de mis hermanos gitanos en toda España y mis obligaciones parlamentarias como diputado almeriense, escribiré, con reposo y rigor, todo lo que sentí, pensé y, temí el tristemente célebre 23 de febrero.No descubro nada nuevo al manifestar que gitanos y, guardias civiles no hemos sido, a lo largo de la Historia, lo que se puede denominar colectivos muy afines. Literatura de novelistas y folletines aparte, lo cierto es que un pueblo como el nuestro, tan apegado a los campos, no teniendo por suelo más que el verde de los campos y por techo el azul del ciclo, forzosamente tenía que chocar con aquella Guardia Civil caminera que con tanto acierto describiera Federico.

Aquella tarde aciaga de febrero, cuando acurrucado intentaba refugiarme junto a mis compañeros en la estrechez de nuestros escaños parlamentarios, mientras resonaba sobre nuestras cabezas el restallar de las metralletas, muchas imágenes, con velocidad de vértigo, pasaron por mi mente. Allí estaban ellos.

Eran unos guardias mandados por un civil con bigotes, «Josú, qué mieo, chavó». Hay cosas que no se pueden contar si no se han vivido, y hay sentimientos que no se pueden expresar si no se han sentido en lo más profundo de nuestros ancestros. Recuerdo que una de las primeras cosas que hice. todavía tirado en el suelo, fue quitarme mi llamativo pañuelo que llevaba anudado al cuello. Fue un movimiento inconsciente, pero fulminante. ¡Aquellos hombres podían identificarme fácilmente por el pañuelo como el diputado gitano!

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Luego pensé que mi preocupación no tenía ninguna lógica. ¿Qué les podía importar yo a ellos? Evidentemente, nada. Sin embargo, actuó el subconsciente, el cliché de tantos años de antagonismo y falta de entendimiento. En aquel momento sólo había una realidad incuestionable: ellos eran unos guardias civiles y yo era un gitano. Cuento todo esto, que, insisto, algún día escribiré con mayor detenimiento, porque la actuación decidida del Jefe del Estado, el Rey de España, en favor del orden constitucional me ha traído a la memoria una sabrosa anécdota que protagonizaron Carmen Amaya y el abuelo de don Juan Carlos, Alfonso XIII.

En Granada se anunciaba la celebración de unos festivales flamencos. La Faraona, tía de Carmen Amaya, la llama para que desde la Ciudad Condal acuda a este acontecimiento. Es la primera vez que la gitanilla sale de su Somorrostro barcelonés. Hasta que salta la noticia. El rey Alfonso XIII quiere asistir a un espectáculo gitano. Los calorrós del Sacromonte no terminan de creérselo. Pero era verdad. Antes de la llegada del Rey, una embajada de altos cargos de la Casa Real se entrevista con los gitanos para darles instrucciones de cómo deben comportarse ante Su Majestad. Ensayan mil veces los movimientos y tratan de aprenderse de memoria las palabras que les repitió hasta la saciedad el jefe de protocolo del Rey.

- Sobre todo, mucho respeto. Ya sabéis que nadie puede dirigirse al Rey. Tan sólo a empezar vuestros bailes y cantes. debéis decir en tono serio y solemne: ¡Por Su Majestad!

Y llegó el día anunciado. La gitanería granadina estaba de fiesta. Decenas y decenas de hombres importantes habían llegado a Granada. con sus trajes negros de larga cola partida en dos y lustrosas chisteras. Todos parecían a un tiempo sorprendidos por el espectáculo y maravillados de los caprichos del Rey. Hasta que llegó la hora de la actuación de Carmen. La niña, con sus pies descalzos, convertida en un junco tenso y vibrante, se colocó ante el Rey. Hubo un momento de angustioso silencio. Los señores de los cuellos tiesos carraspeaban y se miraban unos a otros, indecisos. Se veía que la gitanilla intentaba recordar algo Al fin tomó con sus pequeñas manos su bata de volantes, inclinó ligeramente su cuerpo presto asaltar como una flecha en un arco tenso al máximo, y mirando fijamente al Rey dijo:

- ¡Va por usted, señor Rey!

Se produce un nuevo silencio. de segundos, pero interminable, hasta que las guítarras rompieron el aire de la noche granadina y la voz de Ana la de Ronda rasea el aire cantando por soleá, mientras Carmen se deshace dibujando con sus manos y con su cuerpo gitano las mejores filigranas que jamás ojos reales hubieran visto en la vida.

El Rey aplaudió entusiasmado y los serios hombres de la chistera y el cuello almidonado se desmelenaron, olvidándose del protocolo y de la rigurosidad de las acartonadas formas sociales.

Por eso, cuando desde el Conareso de los Diputados un oltano puede hoy, todavía, sentarse para defender lo que es justo, sólo se me ocurre decir:

¡Va por usted, señor Rey!

Y mientras el Rey esté junto a la Constitución, que es lo mismo que decir junto al pueblo, todo el pueblo, gitano y no gitano, que sabe muy poco de protocolos -Y ni falta que le hace-, brindará con entusiasmo y sinceridad ante el Jefe del Estado, diciendo sin empacho:

-¡Vapor usted, señor Rey!

Juan de Dios Ramírez Heredia es gitano y diputado del PSOE por Almería.

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