_
_
_
_
Reportaje:Madrid se encoge en verano / y 6

200.000 turistas nacionales y extranjeros eligen la capital de España para sus vacaciones

A media mañana, Eugenio, el encargado de la sala de máquinas del Centro Cultural Villa de Madrid, activa en las profundidades el tablero automático de mandos. Cuatro de los siete motores-bomba zumban progresivamente bajo las cubiertas verdes. Arriba, en la plaza de Colón, los desagües de las dos fuentes superiores y de la cascada comienzan a expulsar 3.600 litros de agua por segundo. Agrupados en dos Filas a lo largo del vestíbulo-marquesina, los compradores de entradas para las funciones de hoy, sábado, oyen a sus espaldas lo que parece ser un estallido o, mejor, un derrumbamiento Es en realidad el ruido de la cascada artificial de cien metros. Cuando vuelven la cabeza, una cortina de agua verdosa oculta las torres gemelas de Génova, el Ministerio del Interior y los edificios bancarios de Recoletos y de la Castellana.Abajo, Eugenio recorre con la vista los manojos de cables, cuidadosamente forrados de goma. Un fuerte olor a bodega de barco invade los sótanos del edificio; en el techo se descubren pequeñas goteras disimuladas por las ampollas de cal, pero todo marcha bien. El tablero automático mantendrá tres motores en reserva. Los otros entrarán en acción y descansarán por un sistema rotatorio con arreglo al programa electrónico.

Cerca de la entrada principal, Manuel Ruenes, el mantenedor del edificio, comprueba que, como siempre durante el. verano, casi la mitad de los compradores de entradas son turistas extranjeros. Antes de regresar a la puerta recorre lentamente la sala de conferencias, la de exposiciones, la zona de obras destinada a la cafetería, y se detiene por fin en el gran teatro auditorio, de planta cuartocircular. Las ochocientas butacas color cuero están ahora desocupadas; el local parece el molde vacío de una gigantesca porción de queso. Pero allí hay movimiento. En el proscenio, carpinteros y tramoyistas desenfundan sus herramientas, los iluminadores calculan los ángulos correctos para sus focos a las órdenes del director artístico, que está en mitad del escenario curvo, y atrás, por encima de la última fila de butacas del teatro, en la cabina de maridos acristalada, los técnicos de sonido ajustan con delicadeza las regletas y palancas de sus tableros, mientras enfrente, otra vez en el escenario, bajan y suben, entre voces campanudas, las piezas de tela de los decorados. Esta noche, la compañía Ases Líricos interpretará la zarzuela Los claveles, de Sevilla y Carreño. Todo marcha bien.

Ciudad de hoteles

Afuera, los compradores de billetes tienen que gritar "¡no he dicho entradas, he dicho centradas!". para que la taquillera Pueda entenderles sobre el estruendo de la cascada. Abajo, en las profundidades. Eugenio piensa que él nunca le ha tenido miedo al reúma. En el jardín exterior, los gorriones, que habían huido un minuto antes, al oír la explosión, vuelven a los paseos de la plaza. Todo va bien en Colón.

Muy pocos de los 100.000 turistas extranjeros que pasan el mes de agosto en Madrid alteran sus itinerarios de agencia, pero son muchos los que deciden completarlos por iniciativa propia, asistiendo, sobre todo, a representaciones teatrales, líricas y folklóricas; por eso adelantan sus horarios y dedican unos minutos extra a comprar entradas en el Centro Cultural Villa de Madrid y en las taquillas de los teatros con programas de verano. Catorce horas después, de madrugada, desaparecen en los vestíbulos de la .llamada red hotelera madrileña, en cuyo censo están inscritos trece hoteles de cinco estrellas; 35, de cuatro; 46, de tres; veintiuno, de dos, y también veintiuno, de una.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Museos, verbenas, magia de "la nuit"

A la vista del inventarlo general de 29.297 camas hoteleras y de su distribución, los expertos municipales en turismo hacen una crítica unánime: Madrid está bien equipado de grandes hoteles, pero carece de los de tipo medio. En un escalón inferior, 695 hostales, dotados con 16.000 camas, acogen, sobre todo, a los 117.000 turistas españoles que completan el cupo de visitantes; las curvas de frecuencia denuncian siempre una distribución desigual de viajeros y plazas. La red se completa con infinidad de pensiones modestas, ruidosas y mal iluminadas, casi siempre pisos de construcción antigua, cuya clientela empieza en los estudiantes y termina en los jubilados. Huelen a jabón en polvo al amanecer, a perfume ambientador por las mañanas, a potaje de legumbres por las tardes y, a tomate frito por las noches. Se abandonan sólo para ir de vacaciones o para ir al, asilo; son como pequeños clubes repletos de socios Sin ningún punto común, de gentes que jamás habrían podido soñar que llegarían a conocerse.

Como cualquiera de sus 249 compañeros, María Dolores Virto, presidenta de la Asociación Profesional de Guías Turísticos, revisa poco antes de las nueve de la mañana el plan de trabajo del día, que ineludiblemente empieza con el nombre de un hotel. A la hora prevista recoge al grupo de dieciocho viajeros. Unos minutos después, rodeada por todos ellos, está en el Palacio Real haciendo un recorrido tan familiar que, cuando mira a su alrededor, tiene la sensación de que todas las joyas y sitios de reyes, príncipes, infantes y mayordomos empiezan a ser algo suyo. Pasa como un manual a través de la sala de alabarderos, al salón de las columnas, las tres. salas de Gasparini, la sala de Carlos III, el comedor de gala, la basílica, el comedor de diario, la sala de embajadores y el salón del trono, y descubre una especial predilección por determinadas cosas, quizá porque van apoderándose de ella en la misma medida en que empiezan a pertenecerle. Por eso siempre hace una larga parada ante el reloj de mesa de la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, y repasa lentamente la numeración, sustituida por los signos del Zodiaco, o mira el abanico del año 1906 que conmemora la boda de Alfonso XIII con la reina Victoria Eugenia, y explica ante los asombrados Ojos de los japoneses y ante los Ojos fríos de los alemanes las vicisitudes históricas de la par "a real, mientras los norteamericanos buscan la cartera con propósitos no muy claros. A la salida, todos permanecen pensativos.

Más tarde llega con ellos al Museo del Prado, y repasa mentalmente un recorrido por la selección de 925 cuadros actualmente expuesta, porque los restantes 1.609 siguen en los almacenes, en previsión del final de las largas obras de acondicionamiento del edificio. Junto a la iglesia de los Jerónimos, varios conductores vestidos de azul esperan la salida de sus jefes; hablan de bielas, aceites multigrado para el verano y neumáticos. A veces interrumpen la conversación, miran hacia arriba y, con una sonrisa, descubren que el ruido de hojas de cuaderno era en realidad un vuelo de palomas que, como ellos mismos, hacen siempre un itinerario rijo, de paso hacia el Retiro. Más allá se percibe el olor fresco de algún árbol tronchado en el Jardín Botánico, y hacia la calle de las Huertas se oye un ruido de vasos que viene de los pubs y chiringuitos de la zona y algunos acordes musicales demasiado bajos para ser reconocidos.

En el interior del museo, María Dolores comprueba un día más que todos los japoneses prefieren a Goya y mantienen, como siempre, una cierta independencia con respecto a sus compañeros de viaje; casi podría decirse que pretenden traerse Japón a Madrid. En algún momento se quedan mirando con una total atención Los fusilamientos del tres de mayo, sin duda con el propósito de copiar el aire de las balas de los franceses. Los alemanes prefieren Las lanzas, tal vez porque son un principio de cuadrícula, y los norteamericanos que siempre acaban de echar cuentas ante Las inuninas, le preguntan simplemente cuánto vale un lote con el Palacio Real y los cuadros del museo.

A las dos de la tarde todos piden paella. Casi siempre van a L Barraca. Luego, al atardecer, se reencuentran en El Corral de la Pacheca, Torres Bermejas o en El Corral de la Morería: los alemanes miran los carteles; los japoneses las guitarras, y los norteamericanos, a las flamencas. En un despacho de hotel, un administrado confirma que en 1981 la estancia media de los extranjeros en Madrid es de 2,75 noches. Dando el resultado por exacto, quiere decirse que a la tercera siempre madrugan. El administrador se rasca la cabeza.

Magia en agosto

A medianoche, en la plaza del Campillo del Mundo Nuevo, las escamas de las sardinas, arrastradas por el agua desde el Mercado Central, se confunden con las monedas de níquel abandonadas por uno de los vendedores. Las plazas del Dos de Mayo y de Chueca empiezan a llenarse de músicos y cantantes a media voz, conversadores y luces de cigarrillos. Van los chicos de la New wave hacia Rock-Ola y Markee, junto a Torres Blancas. Los rockeros de centro piden cubatas y whiski, español en El Sol, de la calle de Jardines. Se llenan las barras de los top-less, y los trasnochadores vocacionales se reúnen en Pachá.

Bajan los vecinos de Lavapiés hacia la plaza, camino del cine Olimpia, donde reponen King-Kong. Las viejas se asustan, los viejos sonríen. Angeles, una de las espectadoras, se sorprende por las buenas relaciones entre ángeles y monstruos, decide salir una noche más y repasa de nuevo la cartelera de fiestas de agosto en La Corrala, donde ofrecen El santo de la Isidra y El amigo Melquíades, dos sainetes de Arniches; el programa en el templo de Debod, donde han reestrenado la comedia de Aristófanes Los carboneros y el de La Paloma, en la plaza Mayor.

A primeras horas de la madrugada, Joaquín Ocio y Victorino del Pozo hablan de extraterrestres, miran también hacia el cielo y organizan una expedición a la finca de Ventura Muñoz, cerca de Galapagar, donde hay, dicen, un récord de avistamientos. En el programa Medianoche, de la Cadena SER, un madrileño le cuenta a Antonio José Alés el caso del fantasma de Manoteras; una figura brillante o fosforescente que parece surgir de la tierra, a veces de zanjas, a veces de casetas abandonadas, y que, según los expertos en asuntos del barrio, puede ser el espectro de un peón que murió electrocutado en una de las tomas del tendido. No se sabe si el resplandor es el aura o un residuo del fogonazo.

La agencia Efe despacha una noticia, procedente de El Escorial, en la que se recuerda que a la vecina Amparo Cuevas le brotó sangre de la frente, un viernes, en la panadería de Félix Muñoz, después de haber pedido, como siempre, cinco pistolas. Los estigmas de Amparo se le extienden en todos los primeros viernes de mes a las manos a los pies, a las rodillas y a un costado. Al lado izquierdo, la esposa del panadero llegó a ver, como otros escurialenses, la marca de un corazón atravesado por una flecha.

No han vuelto a oírse, en cambio, respiraciones profundas en la iglesia derruida de Las Navas del Marqués, pero se han oído en casa de siete enfermos de neumonía tóxica, por lo que el falso prodigio del verano pasado se ha transformado en una académica premonición. Los quiromantes salen de noche y pasean por la plaza del Descubrimiento, donde Eugenio, el encargado de la sala de máquinas del Centro Cultural Villa de Madrid, ha hecho un día más el milagro de detener las aguas de las dos fuentes y de la cascada de cien metros con sólo tocar un botón. Cantan los extranjeros "Por el humo se sabe / dónde está el fuego. / De humo del cariño / nacen los celos" con un esotérico acento de Ohio.

Y, milagrosamente, no se ha licuado o derretido la sangre de san Pantaleón, a pesar de los treinta grados a la sombra. No obstante, aún quedan incrédulos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_