La teja sigue luchando contra el hormigón.
Es como si la construcción del Madrid antiguo se quisiera mantener contra viento y marea. Pero parece también que el hormigón de la nueva construcción está dispuesto a acabar con la teja del casticismo. Pero hoy, Madrid, a vista de pájaro, es así. En él conviven lo nuevo y lo viejo, el castizo y el ejecutivo agresivo que, por lo menos en teoría, habita esa ciudad de hormigón hecha inmensa oficina. Los grandes edificios, las grandes concentraciones arquitectónicas, se nos aparecen por todas partes. Es como si quisieran demostrarnos, queramos oírles o no, que ellos son la ciudad del futuro. Pero los edificios del Madrid antiguo, de ese Madrid de nuestros abuelos, que superaron a duras penas agresión tras agresión, siguen ahí. Los planes urbanísticos de Bidagor o los más recientes de Coplaco no parecen concebir la ciudad más que como un inmenso solar en el que hay que plantearse qué hacer. Por si fuera poco que la plaza de Colón haya visto desaparecer, en aras del desarrollismo, su Fábrica de la Moneda y nacer en su lugar un centro cultural subterráneo y unos jardines del Descubrimiento, a su lado se construyó un centro, el Colón, con lo que ello comporta de sobresaturación de la zona. Un poco más al norte, el complejo Azca -en la foto de arriba- parece darle a esa parte de la ciudad un aspecto de cosmopolitismo que los antiguos edificios de teja y adobe le quitan. En ese Madrid que conocieron nuestros abuelos y que, a poco que nos lo propongamos, conocerán nuestros hijos. Eso, claro, a no ser que llegue alguien con un proyecto de centro comercial debajo del brazo y nos convenza de lo positivo que puede ser para todos nosotros su existencia aunque haya comercio y no casas.
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