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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Viaje a México

EL RESTABLECIMIENTO en 1977 de las relaciones diplomáticas entre España y México, interrumpidas durante más de tres décadas en una estela de continuidad, con apoyo dado por el presidente Cárdenas a la II República y al exilio español, ha dado un enorme impulso a los intercambios económicos entre ambos países. Las visitas respectivas del Rey y del presidente López Portillo, además de fortalecer esos vínculos comerciales, han hecho desaparecer en poco más de tres años los recelos y los resquemores acumulados en el pasado por las esferas oficiales. En este sentido, el viaje de don Juan Carlos sirvió para simbolizar el reconocimiento español por la ayuda prestada por México al exilio republicano.Las relaciones económicas hispano-mexicanas han crecido de manera espectacular desde los cien millones de dólares de intercambios de 1976 a los 2.000 millones de 1980. La modestia de las antiguas cifras reflejaba principalmente la escasa complementariedad de ambas economías, pero también la negativa influencia de la falta de contactos políticos, que mantuvo a España al margen de los grandes proyectos mexicanos de desarrollo, en los que participaban, sin embargo, otros países europeos.

Las importaciones españolas de productos mexicanos en 1980 han ascendido a 1.500 millones de dólares, de los cuales el petróleo ha ocupado las cuatro quintas partes. La diversificación de nuestras compras de crudos, eludiendo la peligrosa concentración en el Oriente Próximo, ha sido una excelente estrategia para impulsar esos intercambios. En 1980, la exportación de libros, que sigue siendo un renglón importante, tanto por razones económicas -unos 73 millones de dólares- como culturales, ha sido superada por la venta de productos siderúrgicos, material de transporte terrestre y barcos.

México se encuentra en estos momentos en una delicada situación, caracterizada por un rápido crecimiento, asociado a la explotación intensiva del petróleo, y por los cambios producidos en los últimos meses en el mercado internacional de crudos. La destitución del director de Pemex por su decisión de bajar el precio del barril para no perder clientela en el exterior y la posterior rectificación de esa medida han significado el triunfo de la política económica de la Secretaría de Patrimonio y Fomento Industrial, según la cual México no debe ser un país petrolero, sino un país con petróleo que utilice su riqueza de crudos para conseguir un desarrollo más diversificado y seguro. La cancelación parcial de los pedidos por Francia, motivada por la vuelta a los antiguos precios, ha tenido una rápida respuesta disuasoria por parte de México, que tiene importantes bazas que jugar en esa partida. Ahora bien, la eventual caída de la demanda de crudos mexicanos por sus altos precios relativos podría ensombrecer a la larga la realización de unos programas de desarrollo articulados sobre la perspectiva de unos ingresos constantemente crecientes procedentes de la exportación de crudos.

España podría colaborar, en mucha mayor medida que la actual, a esos planes de diversificación de la economía mexicana. En bastantes proyectos e instalaciones, la experiencia y la tecnología españolas podrían resultar apropiadas para un país con grandes excedentes de mano de obra. Que las empresas privadas y públicas españolas están apostando fuertemente por el mercado mexicano lo demuestra que el 20% de nuestras inversiones hacia el exterior durante 1979 se dirigió hacia México.

La importancia indudable de los intercambios comerciales, del aprovisionamiento de petróleo y de los proyectos de inversión industrial y de cooperación tecnológica no agotan las dimensiones de las relaciones de España con México. La circunstancia de que el viaje de Leopoldo Calvo Sotelo haya sido programado en vísperas de la campaña para designar al sucesor de López-Portillo, el tapado que será desvelado en el último trimestre, revela la escasa atención que presta nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores hacia las peculiaridades de la política latinoamericana. En este sentido, la ausencia española en la cumbre de Cancún sobre las relaciones Norte Sur en el próximo octubre parece también más producto de la negligencia y el olvido de nuestra errática política exterior, obsesionada, sobre todo, por la política interior, que una decisión fría y previsoramente calculada. Resulta igualmente lamentable la escasa atención que nuestra diplomacia presta al reforzamiento de los vínculos culturales no sólo con México, sino con el resto de esa proyectada comunidad latinoamericana de naciones.

México, por lo demás, es un excelente ejemplo de las grandes posibilidades de acción exterior que tiene una potencia media cuando planea con inteligencia sus; estrategias a medio y largo plazo y sabe elegir los instrumentos necesarios para su realización. Pese a los nexos económicos y a los 3.000 kilómetros de frontera común con Estados Unidos, la diplomacia mexicana ha tratado siempre de aprovechar al máximo las oportunidades que su situación geopolítica le brinda y se ha esforzado por buscar salidas negociadas y sensatas a los graves conflictos en Centroamérica y el Caribe. Por esa razón, probablemente resultaría conveniente que nuestra acción exterior en Latinoamérica tuviera la modestia suficiente como para extraer enseñanzas de la estrategia diseñada con realismo y con perseverancia por un país con iguales o mayores hipotecas geopolíticas que las nuestras y situado en la misma zona media de influencia posible en los problemas internacionales.

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