Pausa tensa en Polonia
UNA VEZ más, el proceso de cambio de Polonia parece haberse detenido ante el borde del abismo. La huelga general prevista para hoy (un nuevo ultimátum de los sindicatos para el esclarecimiento de los sucesos del 19 de marzo, en los que fueron reprimidos y encarcelados algunos de sus manifestantes) ha sido aplazada hasta el 3 de julio. La carta de Breznev a Kania (en realidad, del PCUS al POUP) contenía advertencias -amenazas- que los grupos de Solidaridad, la Iglesia católica y el Gobierno y el partido han debido considerar lo suficientemente firmes como para llegar a un acuerdo de freno. Importa ahora, según la mayoría de todas estas fuerzas polacas, mantener lo conseguido, antes de ir más adelante en el camino de la «renovación (odnova, la palabra clave del movimiento), aunque no deja de haber una minoría partidaria de no renunciar a la conquista de nuevas posiciones.La opinión de esa minoría es que la URSS no está en condiciones objetivas de intentar una acción de fuerza, por lo precario de su situación mundial y por el miedo a que se abriera una verdadera guerra en Polonia. Otras divisiones afectan a los renovadores polacos: los hay que pretenden todavía mantener el régimen del país dentro de un socialismo avanzado, aunque independiente de la URSS, pero los hay también que predican un cambio total de sociedad y un modelo occidentalizado. Probablemente si, por un milagro, la URSS abandonara súbitamente Polonia a su propio destino, la euforia de los primeros momentos sería sucedida por una tensión política interna bastante grave.
Mientras, avanza implacablemente la deterioración económica. Es un factor que generalmente se olvida al hablar de Polonia: pero la realidad es que sus ciudadanos viven cada vez más difícilmente, y este es uno de los grandes motores de cualquier forma de subversión. El Gobierno se ve imposibilitado de pedir ayuda a la URSS, porque no ayudaría: compraría, impondría sus condiciones. Peto tampoco puede pedirla a Occidente, por miedo a la reacción soviética. Por otra parte, parece que la solidaridad occidental se ha contenido, lo que podría ser interpretado como una estrategia política: la de que la escasez y la carestía agudicen la fuerza de protesta de los polacos.
El aplazamiento de la huelga, la contención del proceso momentáneamente, no deben ser tomados como soluciones, ni siquiera como salidas. El riesgo está continuamente presente, y resulta difícil predecir las formas, los ritmos y la orientación del desarrollo futuro de una crisis sobre la que pesan los ominosos precedentes de la Hungría de 1956 y la Checoslovaquia de 1968.
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