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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Un nuevo modelo organizativo sindical

Se habla, con razón, de un cierto alejamiento de los trabajadores en relación al sindicalismo. Aunque solamente fuera por la baja tasa afiliativa existente, en comparación a la de otros países, es imprescindible reconocer que hay un determinado distanciamiento de los asalariados en relación a dichas organizaciones. Existen fundadas razones que explican este deterioro: de un lado, el constante asedio de la derecha económica e institucional, pero también el hecho de que los sindicatos no han desbloqueado todavía la fuerte conciencia asistencial que existe en numerosas franjas asalariadas. Todo ello, en un momento de trágica crisis económica que distorsiona todo tipo de valores societarios. Sin embargo, es imprescindible, en aras al rigor, analizar qué responsabilidades específicas hemos contraído las organizaciones sindicales en este alejamiento de los trabajadores. Es importante este último elemento, porque generalmente las organizaciones civiles tenemos la tendencia a explicar las cosas mediante un método exculpatorio, esto es: «Nosotros lo hacemos bien, no tenemos la culpa de...». Y en otras ocasiones se tiende a cargar la romana exclusivamente en las relaciones de fuerza, olvidando que la acción sindical (sobre todo si es unitaria) va modificando o puede ir modificando esas mismas relaciones de fuerza. Pero en esta ocasión no pretendo analizar si la acción sindical llevada a cabo ha sido justa o no, si ha emanado de los trabajadores (de abajo hacia arriba) o ha sido pura alquimia de los estados mayores. Esto lo dejaré para otro momento.Voy a intentar una serie de reflexiones en torno a una cuestión de capital importancia para el sindicalismo español: el modelo organizativo. Creo necesario afirmar que la organización es el instrumento colectivo (y no sólo de los estados mayores) de todo el sindicalismo, que, primero, está en concordancia con la propuesta sindical, y, segundo, lleva a la práctica toda la decisión que, por supuesto, tendría que ser colectiva. Quiere decirse que la línea organizativa no tiene autonomía en sí misma. Por ello es legítimo afirmar que no hay un modelo organizativo válido para siempre, y que, en otro orden de cosas, hay serias diferencias entre el modelo organizativo del sindicalismo y del que existe en los partidos obreros.

Calcomanía de los partidos obreros

Esto último viene a cuento porque da la impresión de que la cultura organizativa del sindicalismo es una vulgar calcomanía de la de los partidos obreros. Puede que sea porque todavía existen ciertos tics de correa de transmisión, aunque sea involuntariamente; quizá porque se considere (para mí es un error) que el método del centralismo democrático, aunque públicamente no se reconozca, es válido para la práctica sindical. No se comprende, con estos esquemas obsoletos e ineficaces, que los trabajadores se afilien a sus organizaciones sindicales a través de un vínculo que es de tipo social. De seguir con estas prácticas en ciertas franjas del sindicalismo, se consolidan lógicamente prácticas alejadas de los trabajadores, que atentan a la democracia e independencia sindicales y vulneran la razón de ser del sindicalismo.

El centro de trabajo, matriz del sindicalismo

La organización sindical (entendida como el instrumento para intervenir todos los afiliados, y no sólo las superestructuras), o'está hecha a imagen y semejanza de la organización de los trabajadores en fábrica, o es una organización desnaturalizada. El corolario es bien sencillo: la gran matriz del sindicalismo es el centro de trabajo. Y de aquí, lógicamente, se desprende que la línea sindical -de tipo global-, para ser válida tiene que ser la resultante de la cultura de fábrica, y no de la abstracción genérica que viene de las nubes. Nace en el centro de trabajo. Lo que de ahí dimana son los instrumentos sindicales irrenunciables que los trabajadores, coaligados y organizados, se van dotando. O sea, la filosofía, como puede verse, es diferente a la del partido político, que tiende, por autodefinición, a considerar a los organismos inferiores como sus instrumentos.. En el sindicalismo la cosa tiene, debe ser al revés: la dirección, a cualquier nivel, es el instrumento de los trabajadores, encuadrados mayoritariamente en los centros de trabajo. Es así como la dirección cumple con su altísimo e irrenunciable papel dirigente. Pero hay otra cuestión: es en los centros de trabajo donde se da la mayor participación colectiva y donde la confrontación asalariada alcanza su mayor concreción, y es la suma dialéctica, que no mecánica, de toda esa conflictividad la que da origen a la existencia del sindicato en su globalidad.

Tras el acto voluntario de afiliarse a tal o cual organización desde los centros de trabajo, el asalariado se vincu-la a dos grandes aspectos: a su vertiente categorial (que le une a la de sus compañeros de ramo) y a la vertiente que le enlaza con todos los asalariados de los distintos oficios y profesiones, que están en tal o cual territorio, y, por extensión, a toda España. En nuestra jerga llamamos sindicato a la organización categorial y unión a la que engloba a todas las ramas de la producción y los servicios. Esto quiere decir, que nuestra estructura única es de tipo dual: sindicato y territorio. Hemos hablado de la imperiosa necesidad de que los trabajadores empiecen su organización, su casa, desde los cimientos, situados en los centros de trabajo. El siguiente peldaño organizativo debe estar situado lo más cercano posible a donde están las fábricas, esto es, a las ciudades. De aquí se infiere que el próximo eslabón debe ser la organización local (en el sentido categorial y en el territorial, lógicamente). Por eso la afirmación de que la clave de bóveda de la organización debe ser el sindicato local, además de justa, es imprescindible. Es fundamental en pura lógica que podríamos llamar confederal. Si se quiere ser consecuente con la mayor cercanía (base-estructura), si se quiere mayor participación, si es necesario el mayor entramado sindical posible, no hay otro camino que la organización local, sobre todo lo que denominamos sindicato local, o sea, realmente, la piedra de toque organizativa. Cualquier formulación que «aleje» de los trabajadores su nivel particípativo consigue justamente lo que no se quiere, esto es, alejar a los asalariados de la participación activa. Pero es en el denominado sindicato local dónde se soluciona el peligroso contencioso que tienen todas las organizaciones sindicales españolas. Efectivamente, todas ellas conocen litigios entre la estructura territorial y la categorial, de tipo sindical-organizativo-administrativo. Esta conflictividad interna no tiene explicación alguna en «cuestiones de poder», sino en la práctica inexistencia de sindicatos locales. sindicatos locales, expresión auténtica de los trabajadores, se fortalecen las estructuras federativas que, hoy por hoy, son desgraciadamente la cenicienta del sindicalismo.

Existencia de clases obreras nacionales

España es una realidad multinacional y plurirregional. Esta es la lectura objetiva que debe hacerse de la Constitución. Ello comporta dos grandes cuestiones: que la clase obrera tiene los mismos objetivos, a nivel de España, de un lado, y la existencia de clases obreras nacionales (vasca, gallega, catalana...).

Esto tiene sus componentes, digamos orgánicos, en una organización sindical, a nivel del Estado, y -también- en una organización en tal o cual nacionalidad. Sería erróneo que, desde las nacionalidades, se hiciera abstracción o -peor aún, contraposición- de lo «nacional» frente, a lo «general» (hay que decir que en las organizaciones nacionales más responsables eso no ha ocurrido). Pero igualmente nefasto sería pretender recortar, limar las prerrogativas nacionales que tienen las clases obreras nacionales. En esto podría haber, por motivos diversos, mil y una tentaciones. Cualquier repliegue conservador, en esta última dirección, significaría -a la corta- dejar a las clases obreras nacionales expuestas a cualquier tipo de aventuras. Se trataría, en suma, de establecer un «pacto confederal global» que, grosso modo, parta de los mismos objetivos que tienen los trabajadores españoles y de los que se desprenden de aquellos específicos de las clases obreras nacionales. Esto quiere decir, que la organización sindical española debe tener una inmensa autoridad moral, marcando unas líneas generales de dirección, y no rozando el sentir nacional de las atribuciones de las organizaciones, o de la organización nacional. Entre otras, por definir algo fundamental, su propia juridicidad nacional, su compromiso a protagonizar la elaboración de un marco de relaciones laborales autónomas, etcétera. En el bien entendido de que esto es, en sí mismo, una aportación solidaria al acervo común de la lucha de los trabajadores españoles, como la acción del resto de los asalariados españoles es una contribución fundamental a la acción de las clases obreras nacionales.

Josep Lluis López Bulla es secretario general de la Comisión Obrera Nacional de Cataluña (CC OO de Cataluña).

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