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Reportaje:La financiación de la vida cultural / 7

Las grandes multinacionales asumen en Estados Unidos la promoción, del arte

La participación gubernamental norteamericana en el mundo del arte es casi simbólica. Sin embargo, Estados Unidos es quizá uno de los países, del mundo con mayor actividad cultural y dinamismo creativo en múltiples sectores. Las finanzas para las artes proceden en gran parte del sutil mecanismo gubernamental que permite a personas, empresas o entidades una amplia deducción de impuestos gracias a las cantidades destinadas al mundo artístico y cultural.

Los grandes mecenas del arte se llaman hoy IBM, American Express, Philips Morris, Mobil y un sinfín de potentes sociedades comerciales, que, se calcula, destinan cuatro veces más dinero que el propio Gobierno a la cultura.En realidad es una hipocresía protestante, comentó un observador del mundo cultural estadounidense, al recordar que el erario público gasta poco en arte, pero deja de cobrar parte del dinero que se desvía hacia el arte por el circuito le la empresa privada.

La historia norteamericana, siempre celosa de mantener el sacrosanto principio de la libre empresa, evitó subvencionar actividades artísticas, en el pasado, paradefenderse de toda crítica de manipulación o arma política a través de la cultura. De ahí nacen ciertas paradojas como el que no exista una biblioteca nacional, pero sí una biblioteca del Congreso, creada inicialmente con fondos privados, que agrupa a unos 74 millones de ejemplares, siendo hoy quizá la más importante del mundo.

No hay un Ministerio de la Cultura en EE UU. Sólo la Fundación Nacional para Artes y Humanidades, agencia independiente, pero vinculada al gasto público, al recibir unos 150 millones de dólares anuales (15.000 millones de pesetas) del presupuesto federal, sin escapar tampoco en la actualidad a los recortes presupuestarios de la nueva Administración del presidente Ronald Reagan.

« El Gobierno de Estados Unidos gasta menos en artes que la ciudad de Viena», comentó, con amargura, el directivo de una de las 1.400 orquestas sinfónícas norteamericanas, que verá reducir la contribución anual pública para sus conciertos debido a las restricciones del presupuesto. Pero confió en seguir recibiendo las tradicionales subvenciones privadas y, sin sorpresas, el lleno diario que reúnen casi todas las funciones artísticas en EE UU, donde lo difícil es conseguir entradas, sobre todo cuando actúan los grandes, como las filarmónicas de Nueva York, Boston, Chicago o Cleveland.

Con su peculiar sistema de financiación cultural, Estados Unidos cuenta, para unos 226 millones de habitantes, con casi ochocientas compañías de ópera, más de 14.000 bibliotecas y unos 2.500 museos y galerías de arte, que reciben a unos cien millones de visitantes al año.

Sensibilidad cultural

La sensibilidad artística y cultural es grande en un país donde se editan 20.000 nuevos libros anuales. Donde las grandes exposiciones monográficas en los museos deben visitarse, muchas veces, con entradas adquiridas meses antes para poder contemplar exposiciones financiadas por multinacionales privadas.

Una reciente exposición de grabados de Pablo Picasso, celebrada en la Meridian House, en Washington, estaba patrocinada por los cigarrillos Marlboro y por la compañía de aviación TWA, que llevó gratuitamente los cuadros. Para el visitante, el contenido de la muestra de arte del célebre pintor malagueño no cambiaba nada. Para las multinacionales cóntribuía a una operación de prestigio y relaciones públicas, al tiempo que ahorraban impuestos. Para el Gobierno evitaba aumentar la burocracia ocupándose de nuevos sectores o ser objeto de críticas por favorecer a unos y discriminar a otros. En resumen, satisfacción para todos en el singular, pero efectivo, circuito del arte norteamericano. «Good art is good business» («El buen arte es un buen negocio»), opina la mayoría de dirigentes de las grandes compañías norteamericanas, conscientes de que sin su apoyo financiero hoy no sería posible en Estados Unidos la organización de grandes actividades artísticas-, sobre todo en materia de exposiciones en museos.

Según sondeos de opinión, el 65% de los norteamericanos son grandes defensores de la cooperación de las empresas en la cultura, política defendida como «una responsabilidad común, porque un elevado nivel cultural repercute en el interés propio del mundo de los negocios», como citaba en uno de sus informes anuales la Fundación Rockefeller.

Han sido escasos los artistas que, por discrepancias con la multinacional que subvenciona una exposición, hayan decidido retirar sus obras. En realidad, las críticas proceden, más bien, del escaso interés general de los padrinos por apoyar muestras de arte de pintores o escultores jóvenes poco conocidos e público. Los valores seguros, los artistas célebres, que atraen al gran público, reciben la preferencia de los financieros del arte.

Grandes series de programas culturales en televisión, difundidas por el canal de la televisión pública, de menor audiencia que las televisiones comerciales, son también financiadas por-empresas privadas en el mosaico norteamericano de la promoción de las artes.

El modelo estadounidense en el capítulo de las artes funciona sin grandes problemas. Su exportación, sin embargo, tropezaría con una dificultad de primer orden, el dinero, en otras sociedades económicamente más débiles.

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