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"Nuestro verdadero temor en los úItimos momentos fue que los GEO nos disparasen"

«Hacia las siete de la tarde», cuenta Pedro Sánchez, «un grupo de voluntarios fuimos conducidos hacia la planta quinta del edificio. Al llegar a la puerta de acceso a la terraza nos dimos cuenta de que estaba cerrada con llave. El Número Uno y el Número Dos venían con nosotros. Mientras uno de los asaltantes bajaba por la llave, el número uno se sentó en uno de los escalones, dejó la metralleta en el suelo, se quitó la capucha y, por primera vez, vimos su cara».

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«Sí, es el mismo que aparece en todas las fotografías. Estaba nervioso y cansado. Hundió la cara entre las manos y los asaltantes que nos acompañaban nos dijeron que no le miráramos. Poco después, cuando se abrió la puerta y pasamos a la terraza, alguien informó al Número Uno que tenía una llamada del delegado del Gobierno. No se apresuró, dijo, «que espere».«Nosotros estábamos encargados de vigilar y contarles a los pistoleros, que estaban ocultos, si había movimiento de policías. Al principio no observé nada, pero en un momento determinado, en fracciones de segundo, vi en la puerta de la terraza del Banco Garriga Nogués un rostro con bigote grande. No comuniqué nada a los secuestradores por miedo a que se pusieran nerviosos, pero muy poco después empezó el tiroteo y un asaltante cayó desplomado como un saco. Enseguida los secuestradores nos volvieron a coger como escudo y se escondieron en los rincones. Después escaparon por la puerta de la terraza hacia dentro, mientras nosotros pasábamos a la terraza del Garriga Nogués y nos encontramos a los GEO. Lo primero que me preguntaron era si había guardias civiles entre los asaltantes».

«Escuchamos los disparos desde la primera planta», cuenta otro de los rehenes. «El Número Uno hablaba por teléfono con el delegado del Gobierno a quien decía que no cumplía ninguna de las condiciones acordadas y que el desalojo no podría realizarse antes de las once o doce de la noche porque tenía aún que hablar con los más duros de sus compañeros. Sin embargo poco después comenzaron a ponerse nerviosos, y en ese momento se rompió completamente la distensión que había desde que se marcharon Rovira Tarazona y Fernández Dopico. Ellos empezaron a decirnos que se iban a quitar las capuchas, arrojar sus armas y salir entre nosotros, que si algún policía nos preguntaba por ellos les dijéramos que aún estaban dentro. Fuimos agrupados frente a la puerta principal, pero cuando pidieron la llave, que tenía el cajero, Ramón Rollán no apareció, ya que se había ocultado. Entonces, algunos empleados dijeron que había que salir por la puerta secundaria que da a la rambla y allí nos agolpamos. Me habían colocado una capucha que me quité antes de salir y arrojaron sus armas al suelo. En esos momentos temíamos más que nada los disparos de los GEO, que rompían cristales sobre nuestras cabezas. Creo que salí el primero o el segundo en la avalancha final. Junto a mí había dos secuestradores y, entre ellos, el Número Uno, que fue luego detenido en el autobús».

Otro de los rehenes, que llegó arrastrándose hasta la boca de metro, presenció la detención de uno de los asaltantes. «Cuando bajamos hasta la rotonda de la estación nos identificamos unos a otros. El secuestrador que estaba entre nosotros no fue identificado porque él mismo se delató y se puso de rodillas. Uno de los GEO le apuntó con su pistola y le disparó un cartucho de fogueo a pocos centímetros de la cabeza. En ese mismo lugar capturaron a otros».

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