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El socialista François Mitterrand toma posesión hoy del palacio del Elíseo

François Mitterrand, el presidente socialista que eligieron los franceses el pasado 10 de mayo, entrará en funciones hoy a las 9.30 horas. El ex presidente Valery Giscard d'Estaing le transmitirá los poderes en el palacio del Elíseo. El ex presidente presidió ayer el último Consejo de Ministros de su septenio para presentarle a Francia un balance de su gestión. A última hora de hoy, jueves, debiera conocerse el nombre del nuevo primer ministro, Pierre Mauroy según los pronósticos más insistentes. A lo largo de toda la jornada, el pueblo de París está convidado a honrar al nuevo presidente a través de las ceremonias múltiples que se sucederán en los monumentos y lugares históricos de la capital.

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Mitterrand, para empezar, tendrá que afrontar las presiones crecientes sobre el franco francés, cuya paridad respecto a las divisas fuertes, como el marco alemán, empieza a correr peligro.Se acabó el «estado de gracia» que había previsto Mitterrand con tino en sus tiempos, cercanos aún, de candidato a la Presidencia, y que los franceses le han ofrecido generosamente. Hoy, a las 9.30 horas, su antecesor Giscard le recibirá en el palacio de, Elíseo, sonarán los veintiún cañonazos de rigor y después, durante véinte minutos, los dos hombres se encerrarán en el despacho presidencial. Sólo la historia, o las memorias de alguno de ellos, cotilleará algo sobre su conversación. Pero una cosa es cierta: durante esa entrevista protocolaria, y escalofriante para dos seres humanos tan dispares, Giscard le confiará a Mitterrand el secreto atómico de la República: la clave destinada a desencadenar una eventual y futura guerra atómica. Miterrand, desde ese momento, se convertirá en el jefe de todos los Ejércitos franceses de aire, mar y tierra, uno de los poderes que le confirman como uno de los jefes de Estado con más mando de todos los países industrializados. Y el que, teóricamente, lo conserva más tiempo: siete años.

Después, los dos hombres se despedirán. Y solo ya, Mitterrand iniciará su jornada triunfal, la que posiblemente había soñado desde que, hace más de 35 años, se lanzó por los ensortijados senderos de la política. Hace pocos años aún se quejaba amargamente de sus conciudadanos:«Los franceses hacen huelga los lunes porque suben el pan, los martes se manifiestan porque ganan poco, los miércoles protestan por falta de libertades, etcétera, y los domingos votan por la derecha». Por una vez, el pasado día 10 se rompió la tradición, y en su favor. Esa victoria íntima es la que les hará vivir a sus invitados, franceses y extranjeros, en el banquete del Elíseo, en la ceremonia del arco del Triunfo, en la marcha triunfal a través de los Campos Elíseos, en el panteón, en la Alcaldía de París (la tradición quiere que el presidente sea recibido por el edil número uno de la villa) y, para terminar, en la fiesta popular que organizarán los socialistas en la plaza de la Concordia.

Giscard, al final de su último Consejo de Ministros, no se declaró satisfecho, pero tampoco insatisfecho de su septenio: «Hemos hecho lo que debíamos. Y lo hemos hecho lo mejor que hemos podido. Un día como hoy, la voz de la conciencia es más fuerte que la voz del favor momentáneo». La Prensa lo ha despedido con dignidad. Cada francés sabe que Giscard, por primera vez en su vida, lo ha pasado mal. «Sin duda, Giscard aún no había sufrido bastante en la vida», sentenció ayer uno de sus más íntimos amigos, el escritor Arthur Conte. Con la desaparición de Giscard en todo caso el giscardismo parece haberse derretido como un azucarillo en un café. Un alto funcionario del Ministerio de Exteriores, fiel hasta pocas horas antes, en una copa de adiós a la Prensa, murmuró: «Nunca volveré a ser nada políticamente».

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