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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La peste terrorista

EL PAPA, tiroteado en la audiencia general de los miércoles. Una noticia amarga propia del Renacimiento, y en la que las redomas dé veneno o las dagas florentinas se sustituyen por pistoletazos. Acaso el magnicida sea un loco o termine reputado de tal, como aquel que hace escasos años la emprendió a martillazos con la Pietá, de Miguel Angel, o como el que se abalanzó con un cuchillo filipino sobre el antecesor de Wojtyla, Pablo VI.Las lindes entre locura y terrorismo acaban siempre siendo indescifrables. Se afirma que la locura es una deformación exacerbada de la inteligencia y que el terrorismo es una degeneración de la lógica política. Las conexiones, en cualquier caso, son evidentes, y es un hecho constatable que este mundo de ahora -aún está reciente el tiroteo sobre el presidente Reagan- padece la fiebre de la locura del terror. Y esto al margen de cual sea el significado de las actividades políticas o ideológicas de las víctimas de tan ciega violencia.

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Quienes por ignorancia o interés partidario pretenden monopolizar el sufrimiento que originan los terroristas pueden ahora encontrar en las heridas del obispo de Cracovia y de Roma y heredero de Pedro el carácter apostólico, general, universal, del azote terrorista.

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No se aprieta un gatillo contra un juez, contra un Policía, contra un general, contra el príncipe de la Iglesia; se intenta asesinar a la justicia, la salvaguardia del orden público, la milicia, y -en un alarde definitivo- la encarnación de las creencias más íntimas de millones de fieles.

Al margen de la pluralidad de creencias religiosas, el papado recoge una magna corriente de la civilización cristiano-occidental que edificó Europa y trascendió a otros continentes. Disparar contra el Papa es poner una pistola en el pecho a una de las grandes tradiciones de nuestra civilización.

La locura del terrorismo o el terrorismo de la locura es la reedición de las pestes medievales. Nadie está libre de ella. Todos pagan su precio, como los coetáneos de las plagas egipcias. Y como en las maldiciones bíblicas, sólo cabe el antídoto de la fe contra este nuevo jinete del apocalipsis: fe en los principios contrarios a los que defienden los terroristas; la defensa de la vida, de la inteligencia, de la tolerancia, contra los que enarbolan la muerte, el fanatismo y la barbarie.

Caben contra la peste terrorista medidas políciales, cauciones excepcionales a nivel de Estado; pero ninguna de estas opciones acabará con esta plaga. El Occidente europeo necesita de un rearme moral que supere la depresión cívica que nos depara tanta barbarie y tanta sinrazón. Las sociedades occidentales industrializadas pueden verse impelidas hacia soluciones de fuerza, tan irracionales como las propugnadas por los terroristas, contraponiendo la muerte contra la muerte, y yendo tan allá en la injusticia como alcanzan los alabarderos del terror. Los países occidentales tienen algo más que levantar contra el terrorismo que medidas cautelares o represivas: una filosofía de la historia, de las relaciones políticas y económicas, y toda una cultura que permite a los ciudadanos convivir en discrepancia sin asesinarse los unos a los otros.

Todos debemos entender -incluidos los más disgustados con la situación presente de cada país en concreto que el terrorismo que acaba por intentar asesinar a un Papa no busca si no arrumbar los más preciados bienes morales de una determinada sociedad. De un modelo de sociedad que sólo perderá su razón de ser cuando pierda los nervios y arrumbe sus mejores creencias por mor de unos estúpidos provistos de pistolas. Sólo esta puede ser la oración de hoy.

No sólo los católicos, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, defensores de la convivencia y el diálogo, suplican ahora por esta vida en peligro que simboliza hoy la lucha universal contra la peste terrorista.

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