Violencia y sociedad democratica
Los profesores de filosofía del Derecho no podemos permanecer al margen de un debate sobre la violencia, mucho más si llevamos tiempo reflexionando, trabajando y actuando en los temas de los derechos humanos, que son la otra cara de la violencia, y tampoco si las circunstancias de la vida española nos han llevado, como es mi caso, a la actividad política concreta desde el Parlamento. Con ese bagaje intervengo, con buena voluntad y con intención de aportar luz a la barricada, y lo que, desde mi punto de vista se puede decir de razonable sobre un tema difícil, sobre él que hay poco acuerdo, incluso respecto a lo que es la violencia.La violencia supone destrucción y coacción. Supone violación de derechos humanos. Supone, por fin, utilización de la fuerza. Es una realidad humana. La violencia propia es sólo del hombre y de la sociedad humana, aunque el lenguaje se extiende a los fenómenos físicos -así se habla de «un violento terremoto»- o a la conducta violenta de los animales. Es un fenómeno ético, desgraciadamente muy presente, o, dicho más propiamente, antiético, en tanto en cuanto fuerza la libertad del hombre e impide su desarrollo integral, por medios brutales, o insidiosos y escondidos. Con la violencia se pretende intencionadamente, o se produce de hecho, la desviación de la libre voluntad humana Regando a fines, metas o situaciones, que el hombre no hubiera realizado libremente. Incluso se llega a la destrucción de la vida o de la integridad física. Desde la víctima es un daño moral a su libertad y a su vida. Desde el verdugo o autor de la violencia, puede tener raíces biológicas o sociológicas, vinculadas a patologías individuales o sociales. La violencia, por fin, como fenómeno objeto de estudio, es un concepto histórico moderno. En efecto, aunque su realidad se pierde con la historia y se pueden encontrar fragmentos sobre la violencia desde los presocráticos, es el pensamiento moderno quien sistemáticamente toma conciencia del tema en sus dimensiones científicas, éticas o religiosas. Una reciente aportación de la Unesco, La violence et ses causes, con trabajos de Alain Joxe, Domenach Henri Laborit, Johan Galtung, Dieter Senghaas, Pierre Mertens y otros, es quizá uno de los últimos ejemplos de esa preocupación moderna que pasa por Hegel, por Marx, por Nietzsche, por Sorel, por Sartre, por Merleau Ponty, por Fromm, por Malraux o por Camus.
La cultura modernata tomado, pues, conciencia del hecho de la violencia omnipresente a todos los niveles: interindividuales, familiares, entre grupos sociales, entre ideologías politicas y entre naciones. Es también multiforme desde la violencia brutal (torturas, violaciones, exterminación de razas, secuestros, asesinatos, guerras y levantamientos), hasta la violencia insidiosa. y culta, racionalizada y plagificada, la violencia de las estructuras injustas y desiguales que favorecen la opresión y la- esclavitud, -la violencia de la mentira institucionalizada a través de la utilización de las técnicas de envilecimiento de que habla Marcel, la violencia de la deshumanización y de la cosificación del consumismo -que hace al hombre propiedad de sus propiedades-, y un lugar para el consumo. Comprende también la violencia en el plano intelectual, con las interpretaciones excluyentes o dogmáticas, con el terrorismo intelectual y perseguidor que han utilizado algunas ideologías, como el fascismo o el leninismo, con la lucha entre los sistemas o con el sistema del vacío.
La cuestión se complica cuando la descripción del hecho se convierte en problema y cuando se pasa a su valoración. Lo hemos visto en los artículos que ya han aparecido en estas páginas. Me parece que con la aparición de la idea democrática, de la cultura democrática y de las instituciones democráticas se puede encontrar un punto de integración de las diversas valoraciones y, por consiguiente, un camino más - adecuado para abordar el problema. No podemos decir que la sociedad democrática suprime la violencia ni que hace a los hombres buenos. gería una ingenuidad, pero sí podemos decir que incorpora elementos de racionalidad y seguridad como ningún otro sistema para afrontar con rigor los problemas de la violencia.
Así, desde el punto de vista de los fundamentos antropológicos. de la democracia, frente al pesimismo d e los totalitarismos que desconfían del hombre, el realismo, apoyado a veces en un optimismo que sirva de horizonte utópico, sabe que no se puede eliminar radicalmente la violencia, porque hay una doble corriente de progreso y de degradación en las energías de la historia, pero -que se puede luchar y hay que luchar contra ella en varios frentes:
a) Luchando contra los fariseísmos y las retóricas de los que tienen la buena conciencia de predicar la paz, la libertad y la igualdad sin poner los medios para hacerlas efectivas. En ese sentido, grandes generadores de violencia pueden ser las traiciones a los ideales de la democracia de quienes dicen defenderla.
b) Defendiendo los derechos humanos de libertad y de igualdad y convirtiéndolos en derecho efectivo, que pueda ser alegado por los ciudadanos, y que sean barrera frente a toda violencia.
c) Organizando las reglas del juego que permitan la, expresión pacífica de todas las opiniones, y el efectivo acceso al poder de todas las fuerzas políticas que representen realmente a la mayoría en un momento determinado, con respeto a las minorías. Por la vía de esas reglas del juego constitucionales y profundizando en los derechos fundamentales la democracia puede ir eliminando las raíces de cualquier violencia justificada, con el Estado de Derecho y con la seguridad jurídica, con la igualdad real económica, social y cultural. Es necesario, sin embargo, entender que ese planteamiento supone un proceso largo, no carente de altibajos y de retrocesos, pero siempre infinitamente mejor que cualquier interrupción autoritaria o dictatorial, que no resuelve nada y que engendra más violencia. En ese proceso lento, mucho más lento que nuestros sueños y puestros deseos, de ahí las impaciencias que genera y los deseos imposibles de ir más deprisa, la violencia disminuirá en la medida en que se vaya acabando con todos los monopolios: de la riqueza, de la verdad, de las razas, de las naciones, de las clases y del poder político.
Así, desde esa perspectiva, se podrá decir que una sociedad es más democrática cuanto más avanzado lleve su proceso de lucha contra los monopolios y cuanta más pacificación haya conseguido por esa vía. Y serán progresivas las fuerzas que, en la democracia, renuncien a esos monopolios y Contribuyan a su superación. Nunca estará concluido en la historia ese proceso de progreso y de reforma en que consiste la sociedad democrática, pero sí se puede afirmar que, en su ámbito, la violencia carece de toda justificación moral, lo cual no quiere decir que desaparezca efectivamente, porque siempre existen fuerzas interesadas en mantenerla artificialmente. El terrorismo es un ejemplo evidente de esa afirmación, sean cuales sean las justificaciones que se busque, como lo es el golpismo antidemocrático.
Asimismo, hay que afrontar la existencia de elementos retardatarios en el aparato administrativo y político que pretenden interferir y evitar en lo posible ese proceso de avance democrático, que es el único camino serio para disminuir la violencia como fenómeno social. Nuestro país, España, en esta andadura democrática es un ejemplo práctico de esos problemas, aunque sólo con el convencimiento enraizado de que la democracia es el único camino, con todos los defectos que puede tener, es posible afrontarlos y superarlos positivamente. La esperanza, frente al odio o al desinterés de los que se encogen de hombros, en la lucha contra la violencia, está en el desarrollo y en la profundización de la democracia.
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