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El ingreso de España puede paralizar a la Comunidad Económica Europea, según Jacques Chirac

Jacques Chirac, alcalde de París candidato de la Agrupación y para la República (RPR), gaullista, a la Presidencia de Francia, afirma que la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE) plantea difíciles problemas, y que la inserción de nuestro país y la de Portugal puede provocar la parálisis de un Mercado Común que tiene actualmente graves problemas. En la entrevista con nuestro corresponsal en París, Chirac mantiene que la herencia de De Gaulle pertenece a «todo el pueblo de Francia» y se manifiesta partidario de un poder fuerte, porque "la libertad exige autoridad y es incompatible con un poder débil».

Pregunta. ¿Qué quiere decir ser gaullista en la Francia y en la Europa de 1981?Respuesta. El gaullismo, en 1981, representa la capacidad y la voluntad de responder a los desafíos del mundo de hoy; es el rechazo de la fatalidad. El general De Gaulle encarnó esta voluntad y este rechazo en horas dramáticas de nuestra historia. La palabra gaullismo nació del encuentro entre el hombre y el acontecimiento; pero la idea que entraña no es de 1940. Desde siempre, nuestro pueblo encontró en él mismo la fuerza de un soplo colectivo para cambiar el curso de su destino. El gaullismo no es una ideología, sino un comportamiento. Hoy, ser gaullista es rechazar la fatalidad del paro, es rechazar el inclinarse ante las superpotencias, es abrirse a los países en vías de desarrollo. Por ello soy gaullista, sin reclamar la exclusiva de esa palabra, porque la herencia gaullista pertenece a todo el pueblo de Francia».

P. Para muchos españoles, cuando se habla de Giscard d'Estaing y de Chirac, el presidente es el liberal y usted el autoritario. Con motivo del fallido golpe de Estado en España, se anotó que su reacción inmediata concluía que la garantía de la democracia es un poder fuerte. ¿Cuál es la diferencia esencial entre usted y Giscard d'Estaing y la existente entre las políticas que ustedes proponen?

R. La diferencia esencial entre nosotros consiste en que él es partidario del liberalismo, y que yo prefiero la libertad. El liberalismo se conforma fácilmente con un Poder político sin autoridad y con una burocracia, que es la que ejerce el poder real. La libertad exige autoridad. La libertad es incompatible con un poder débil que deja imponer su ley a las castas y a los clanes. El poder débil, fatalmente, desemboca en la tiranía o en la anarquía. Por ello, yo no me conformo con el liberalismo, incluso avanzado, que nunca ha triunfado en Francia, y propongo que se le devuelva al poder político (Gobierno y Parlamento) la dirección de los asuntos públicos, que le han sido confiscados por la burocracia y por los intereses privados.

P. ¿Qué va a cambiar en Francia si usted es elegido presidente?

R. En primer lugar, como acabo de decirle, el retorno al ejercicio normal del poder, y después, el compromiso de todas las fuerzas vivas del país en la lucha contra el paro. En vez de repartir el paro creamos trabajo, y, en consecuencia, los franceses se repartirán las riquezas.

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P. Ultimamente, a Chirac se le apellida, con facilidad «el Reagan francés», y por lo demás, el reaganismo sopla más o menos en Europa occidental. ¿Qué opina usted?

R. Este tipo de comparaciones nunca son muy exactas, y tampoco creo que el presidente Reagan y yo hayamos seguido los mismos caminos. Pero si usted llama reaganismo a la voluntad de apelar a su pueblo al sobresalto, al gusto de la iniciativa, al amor de la libertad, entonces, en efecto, quiero ser reaganista. Y, en todo caso, existe un parecido con el presidente Reagan que acepto encantado: la victoria en la elección presidencial. Y permítame, por favor, en estos momentos, expresar mis mejores deseos para que cure rápidamente.

P. Se habla de convergencias entre los socialistas y gaullistas. Una parte de los giscardianos también se acomodaría con los socialistas, y lo contrario también. Mitterrand, por su lado, da la impresión de separarse de los comunistas. En resumen, la división tradicional de derechas e izquierdas parece haber perdido su especificidad en Francia. ¿Qué piensa usted?

R. Todo depende de lo que se llama socialistas, porque los hay de todas las especies. Los dirigentes de ese partido aún están impregnados de marxismo, y aunque François Mitterrand lo descubrió tarde ya, emplea su lenguaje, al menos, a partir del momento en que habla de organización de la sociedad. Con estos socialistas que quieren nacionalizar las empresas y suprimir la enseñanza libre, no existe entendimiento posible. Pero en Francia existe otra tradición del socialismo: la humanista, la de una izquierda generosa. Muchos de estos se unieron al general De Gaulle o apoyaron su acción en algunos momentos. Entre los movimientos que me sostienen, una decena pertenecen a esa tradición. El movimiento gaullista nunca se ha inscrito en la división tradicional derecha-izquierda, porque su vocación ha sido siempre la de agrupar, y porque no se refiere a ninguna de las ideologías dominantes. Sin embargo, para gobernar en una democracia hace falta una mayoría. La elección presidencial, por definición, es creadora de una mayoría que se agrupa en torno a un hombre y partir de sus proposiciones. Ya veremos tras el escrutinio cuál será la naturaleza de la mayoría que se creará.

R. Eso que usted llama las divisiones de los gaullistas, es decir, las «disidencias» de Michel Debré y de Marie France Garaud, ¿cree usted que el gaullismo resistirá siete años más en el caso de que Giscard d'Estaing fuera reelegido?

R. Eso que usted llama «las divisiones de los gaullistas» no me inquieta. Incluso en tiempos del general De Gaulle ya existieron. Pero nuestra vocación es la unidad: los gaullistas nos reencontramos siempre. Y esto último lo necesitaremos, porque, ocurra lo que ocurra en esta elección presidencial, la empresa destinada a laminar y a marginalizar el gaullismo continuará, pero nunca triunfará, porque el gaullismo es una fuerza que viene del fondo de la historia, y en él se reconoce siempre el pueblo de Francia en los momentos de peligro.

P. Las relaciones franco-españolas no son fáciles, y su actitud, Chirac, respecto a la adhesión de España a la CEE, no es muy apreciada. ¿Va a cambiar algo en este dominio si usted es elegido?

R. Yo pienso que España forma parte de Europa y no puede quedar fuera de su organización política. Su inserción en la Comunidad Económica plantea problemas muy diferentes y muy difíciles. El funcionamiento de una Comunidad de diez miembros ya es complicada y patina constantemente. La única verdadera realidad europea, la política agrícola común, vive con dificultad. Por esto, yo no juzgo ni realista ni fructuoso para nadie correr el riesgo de una parálisis total de la Comunidad al admitir en las condiciones actuales a España y a Portugal. Yo he propuesto una renegociación del Tratado de Roma para dotar a la Comunidad de mecanismos institucionales coherentes. Si mi iniciativa se realiza, el problema de la ampliación se planteará en términos diferentes.

P. Por favor, una pregunta aún sobre el panorama interior francés. A la vista de las dificultades con las que tropieza en su propio seno el Partido Comunista francés (PCF), ¿qué futuro le prevé usted al partido de Marcháis en la sociedad francesa?

R. A pesar de todas sus dificultades, habría que olvidar todas las dificultades internas que ha vivido en sus sesenta años de existencia para especular sobre el recorte de su influencia en el panorama político francés. Tiene una organización y una implantación en profundidad que le ofrecen gran capacidad de resistencia y que le permiten a la dirección dar las volteretas más increíbles. Su única y verdadera debilidad es que su lenguaje se vacía poco a poco de su contenido. Cada día se adapta peor a las realidades sociológicas actuales. En definitiva, el futuro del PCF depende menos de él mismo que de la política que se haga. Si esta última continúa en la línea del liberalismo conservador del poder actual, con su cortejo de parados y con su acompañamiento de desigualdades sociales, el partido comunista aún tiene vida por delante. Por el contrario, si nosotros conseguimos realizar la participación gaullista, es decir, la transformación de la condición obrera, el lenguaje comunista perderá toda su significación.

P. Chirac, si el día 10 de mayo fuese usted elegido presidente de la República, ¿con qué hecho significaría su septenato desde el primer momento?.

R. Iría a recogerme ante la tumba del general De Gaulle y ante la de Georges Pompidou. Los dos me enseñaron la historia de Francia.

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