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RELIGION

La voluntad de diálogo de Arrupe con el marxismo se enfrenta a la postura vaticana

«¿Se puede aceptar el conjunto de las explicaciones que constituyen el análisis social marxista sin adherirse a la filosofía, a la ideología y a la política marxista?» Esta pregunta sirve de hilo conductor a la carta sobre Cristianismo y análisis político, que el general de los jesuitas, Pedro Arrupe, ha escrito a los superiores latinoamericanos y que acaba de aparecer en la revista Civilta Cattolica.

La carta es el resultado de un estudio iniciado hace un año en base a una encuesta formulada por el francés Ives Calvez, y enviada a diferentes especialistas de la Compañía de Jesús. Según ha podido saber EL PAIS, las respuestas fueron de lo más variado, desde posturas claramente marxistas a otras que aceptaban relativamente el marxismo, sin faltar las netamente antimarxistas. La polémica subyacente es la afirmación, tan frecuente entre crisitanos comprometidos de América Latina, según la cual un cristiano puede compaginar su fe con una aceptación del análisis marxista, al margen del materialismo dialéctico.Existe, según Pedro Arrupe, elementos aceptables en el análisis marxista, tales como la atención a los factores económicos, el papel de las estructuras de propiedad, la sensibilidad ante la explotación del hombre, la importancia de la lucha de clases en la historia y la crítica del papel enmascarador de las ideologías. La dificultad, sin embargo, reside en que método y contenido van unidos. Y dando por supuesto que estos cristianos no hacen suyo el materialismo dialéctico, no pueden por menos de identificarse con el materialismo histórico, en virtud del cual, señala el general de los jesuitas, «todo lo social, incluido. lo político, lo cultural, lo religioso y la conciencia, se entienden como determinados por lo económico». Este determinismo «es perjudicial para la fe cristiana», puesto que lleva consigo una crítica de la religión y del cristianismo desde las meras relaciones de producción, una «crítica radical de la Iglesia que va mucho más allá de la sana corrección fraterna; tampoco se puede evitar, en el caso del materialismo histórico, una generalización indebida del concepto de lucha de clases, «aún cuando tenemos que reconocer la existencia de antagonismos y de lucha de clases con entero realismo». El mismo punto de partida lleva consigo una estrategia política, envuelta en el mesianismo proletario, y que privilegia sistemáticamente el método revolucionario, aunque también reconoce la carta que el cristianismo «no excluye la revolución en situaciones extremas de tiranía que no tienen otro remedio».

Tras este análisis concluye la carta que «aunque el análisis marxista no incluye directamente la adhesión a la filosofía marxista, sin embargo, implica de hecho un concepto de la historia humana que no concuerda con la visión cristiana del hombre y de la sociedad». Por eso, añade el escrito, «la adopción no sólo de algunos elementos o de algunos enfoques metodológicos, sino del análisis marxista en su conjunto, no es aceptable para nosotros».

Respeto y conocimiento

La carta del general de los jesuitas se mueve entre, por un lado, la afirmación de la incompatibilidad entre cristianismo y marxismo, entendido éste como un todo en el que el análisis de la realidad lleva necesariamente consigo la adopción de la ideología, filosofía y praxis política marxistas y, por otro, la voluntad de dejar las puertas abiertas, sobre todo en lo práctico. Por eso, concluye la carta con cuatro consideraciones: que pese a las reservas formuladas, «no desanimemos a nadie en la búsqueda perseverante de esas metas que tienen una afinidad directa con la caridad». Que no sólo el análisis marxista, también el mundo liberal, está mezclado con presupuestos filosóficos discutibles. En este sentido, dice, «¿damos suficiente atención a los libros de texto que se usan, por ejemplo, en nuestros colegios?». Que «respecto a los marxistas, debemos mantenernos siempre dispuestos al diálogo». Y, finalmente, que «debemos también oponernos con firmeza a los intentos de quienes quisieran aprovechar las reservas que tenemos frente al análisis marxista, para estimar menos o aun condenar como marxismo o comunismo el compromiso por la justicia y por la causa de los pobres».En la trastera de este documento sobre Cristianismo y análisis político laten los conflictos entre Juan Pablo II y la Compañía de Jesús. El papa Wojtyla no ve con buenos ojos la presencia de los jesuitas en los puestos de avanzadilla social y política de países como El Salvador, Nicaragua, Brasil o Guatemala, que cuentan, en buena parte, con el apoyo de Pedro Arrupe. Este ha presentado su dimisión, pero el Papa se niega a conceder permiso para convocar una congregación general que nombraría su sucesor.

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