Separémonos, amor
Los/las divorcistas me aprietan por un lado: « ' Divorcio por mutuo acuerdo», «No exigencia de separación como requisito previo», «Garantía estatal para el pago puntual de las pensiones».Las/los antidivorcistas me aprietan por el otro lado: « Católico español: Dios quiso el matrimonio indisoluble para toda la humanidad», «Todo el que repudie a su mujer y se case con otra comete adulterio», «Sólo la muerte puede romper el vínculo» (San Pablo). Y así mucho rato. Le he pasado el material a mi señora:
Separémonos, amor.
¿Y el tresillo que acabamos de encargar en Artespaña?
Tiene razón mi señora. Unos hijos podrían valerse por sí mismos, como bien prueba Joaquín Parejo en su película Gato, estrenada -anoche, pero un tresillo de Artespaña no puede valerse por sí mismo. Con las chamarilerías, puede ir a parar a una casa de citas, como los muebles de Proust, y eso sí que no. El dandismo proustiano de uno no llega a tanto. Lo cual que Luis Antonio de Villena me puntualiza en amable carta que dandy queda mejor con y griega. Yo mismo he escrito a veces que todo el dandismo y la insolencia de tal condición está en la y griega, pero tenemos que entendérnoslas, querido poeta, con el periodismo cibernético y las terminales electrónicas, que tienen sus ideas particulares sobre lo que sea un dandy. Tan colonizados como estamos por el inglés, en general se ignora aquí que el plural de las palabras inglesas terminadas en y griega se compone transformándola en latina y añadiéndole la partícula es, como me enseñara Guzmán Renshaw mi viejo y venerado maestro de inglés en la Universidad de Valladolid, cuando niño de derechas.
Aquí todo el mundo, menos este periódico, que para eso tenemos un libro de estilo, escribe dandi así y en cambio luego, el plural, lo componen peor: dandyes. Impresentable.
Otro dandy acuñado (con y j),riega por favor, oh, sí, cielos, please, por una vez), José Luis de Vilalionga al que yo recordaba que Baudelaire le prestaba a un amigo el gabán y la amante «y se iba a casa dándose la cabeza -los cuernos- contra las estrellas», en razón de haberme dejado Vilialonga un abrigo, me dice que podría contar también con su amante, si él la tuviere, que no. Vale, tío, útil.
Cuando el personal anda con esta largueza en la España, democrática, antidivorcistas y sacristanes de la teología siguen en mezquindades de mutuo o no mutuo acuerdo, sin considerar para nada la. realidad de la vida española, al margen de los debates parlamentarios sobre el rollo, que se siguen estos días en el escenario de nuestra historia parlamentaria y fáctica. En cuanto a los razonamientos de izquierda/derecha que he reproducido al comienzo de esta columna, queda claro que unos apelan a la razón y al sentido común, mientras otros, los inmanentistas, apelan al irracionalismo, a San Pablo que escribió para corintios (y aquí no somos corintios) y a una «moral natural» que el mestro Aranguren y sus abajofirmantes consideran entredudosa, pues que ninguna filosofía la ha puesto en claro Aranguren ha llegado a escribir artículos con otros catorce articulistas, que es como cuando Arp y Ernst ipintaban cuadros dada a cuatro manos: ya la confección del texto es rupturista, innovadora, revolucionaria.
El otro día he defendido aquí la familia, pero la familia espontánea y voluntaria, no reclusiva. En Barcelona me preguntan por la pareja transgresional: Verlaine/ Rimbaud me parecen la más transgresional de todas. Se divorciaron a tiros. Munárriz presenta en Manuela una nueva colección de poesía. Es difícil, señores épicos, extinguir a los poetas. «Separémonos, amor» «¿Y el tresillo de Artespaña?: Uno puede aguantar por un tresillo, pero no por un obispo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.