Una política decidida de reconversión industrial / y 2
La política de reconversión que de ahora en adelante haya de seguirse, ha de poderse ejecutar de forma más flexible en cuanto a su posible nivel de aplicación -de sector o de empresa-, estar más conectada con la política económica general del país en todos sus aspectos financiero, fiscal, comercial y tecnológico; discurrir por vías mucho menos conservadoras y orientarse de forma decidida, más hacía la prevención que hacia la curación de los grandes males estructurales que pueden dar al traste con muchos de los sectores de nuestra industria.En particular es necesario afirmar que cualquiera que sea la capacidad, esfuerzo e imaginación de las autoridades económicas, éstas no van a poder diseñar una política efectiva de reconversión industrial para el conjunto de la economía, ni en el presente ni en el futuro, sin acrecentar substancialmente el grado de movilidad actualmente existente en el mercado de trabajo, y que resulta, por otra parte, necesario que se perfilen cuanto antes las áreas posibles de aplicación que aseguren el eficaz aprovechamiento de toda una ingente cantidad de recursos, que, de otra forma, resultarían ociosos.
En otras palabras, se impone el reforzamiento de aquellos sectores con más viabilidad de futuro, al tiempo que se reestructuran muchos otros sectores, en un intento de equilibrio entre demandas y capacidades, presidido por la aplicación del principio de la movilidad de cuantos recursos entran en juego. Naturalmente que el mercado, con sus claras e implacables leyes, sin duda acabaría señalándonos los sectores a promocionar, pero es obvio que en el clima de atonía inversora en que nuestras economías hoy se mueven, el proceso sería singularmente largo y los peligros de estrangulamiento en el camino, evidentes. En este sentido, hay que admitir la presencia de un sector público que, en tanto formula sus grandes directrices de reconversión industrial y gradúa en lo posible los efectos traumáticos sobre el empleo que la reconversión necesariamente comporta, incentiva de alguna manera los sectores más productivos -los que, sin duda, tienen futuro-, articulando adecuadamente a tal fin todas sus políticas horizontales de alcance financiero, fiscal, comercial y de investigación y desarrollo tecnológico, para estímulo de la iniciativa privada, y también, por qué no, asumiendo la cuota de iniciativa pública que supone la puesta en marcha de grandes programas de equipamiento social que sirvan de guía y motivación, cara al despegue de actividades sectoriales deseables y necesarias.
Libre empresa, productividad y exportación
Se mencionan, por otra parte, con insistencia tres enunciados básicos de política industrial, de cuya conveniencia nadie duda: la necesidad de apoyar la libre instalación de nuevas empresas, la de situar en el nivel de importancia que le corresponde el concepto de productividad, y el hacer crecer las exportaciones de nuestra industria. Todo cuanto se diga resulta poco a la hora de subrayar debidamente la importancia de esas tres líneas de actuación. Pero hay que entender, correctamente, el compromiso claro de saneamiento industrial a que todo ello nos obliga. Y este compromiso no es otro, no puede serlo, que el de afianzarnos más y más en la idea de la necesidad de acometer sin vacilaciones nuestro programa decidido de reconversión. En efecto, difícilmente podría imaginarse una situación de mayor injusticia social que la que se derivaría de admitir el libre establecimiento de nuevas industrias -racionalmente proyectadas, tecnológicamente actualizadas-, en tanto se les niega el pan y la sal de la reestructuración a las existentes, que con ellas han de competir en el mercado, y que no han cometido otro pecado que el de haber nacido en otras épocas y haber venido aplicando recursos en base a las tecnologías y procesos en cada momento vigentes.
Por otra parte, y en lo que a la productividad se refiere, tengamos bien en cuenta que sectores con un claro exceso de plantillas y con fuertes desequilibrios entre cartera de pedidos y capacidad instalada, no serán nunca sectores, hágase lo que se haga, en los que cualquier intento serio de mejora de productividad pueda razonablemente prender. Y, por último, cada vez que le exijamos a nuestra industria un mayor esfuerzo exportador, no olvidemos que todo sector exportador es, en esencia, un sector que absorbe debidamente sus costes fijos de estructura, que ha sabido -y que le han permitido- dimensionarse debidamente. No es un sector que arrastra el lastre de la reestructuración pendiente.
Y dejo para el final algo que, creo, es fundamental: la esperanza de que cuanto ha quedado expuesto pueda, asimismo, ser comprendido en sus justos términos por las fuerzas sindicales que operan en nuestro país. Porque, a medio y largo plazo, sirve precisamente a los intereses que ellas están llamadas a defender; porque, en definitiva, en el diseño de las políticas de actuación correspondientes, no se busca otra finalidad que la de hacer de nuestra industria el instrumento de competitividad y empleo, sin el que ninguna meta de bienestar social puede ser alcanzada.
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