Adiós, Suárez, adiós
SI LA actitud del presidente saliente del Gobierno debe ser tomada como paradigma de las de sus más directos colaboradores, hay motivos más que suficientes para preocuparse. La definición del voto de censura constructivo en la Constitución española tiende a evitar -según el propio Suárez lo explicó en su día- los vacíos de poder: que no se pueda quitar un presidente sin poner otro, para que el país no quede así en ningún momento desgobernado. Idéntico sentido tiene el mantenimiento en funciones del Gobierno cesante cuando el presidente dimite. Pero Adolfo Suárez González, ex ministro secretario general del Movimiento y hoy ya ex presidente del Gobierno español, ha demostrado en las dos últimas semanas la exacta medida de su personalidad. No ha explicado al país, ni a su partido, los motivos de su dimisión. No ha actuado de presidente en funciones con motivo del viaje del Rey a Euskadi. Estuvo ausente de la ejecutiva de UCD en momentos de grave tensión política, motivados por la muerte por torturas de un etarra. Se había antes esfumado cuando ETAm asesinó de forma vil al ingeniero Ryan. No dio la cara ayer en el Congreso mientras los mandos de la policía organizaban lo más parecido a un motín. Suárez parece querer demostrar que el diluvio vendrá después que él, pero el diluvio estaba ya siendo ocasionado desde antes. Han sido los ministros de Suárez quienes se han mostrado incapaces de controlar y depurar a algunos altos mandos de las fuerzas de seguridad, tan ineficaces en sus tareas como capacitados para crear problemas a la transición democrática. Han sido los Gobiernos de Suárez los que ampararon a funcionarios que elaboraron expedientes calumniosos y delictivos contra ciudadanos de éste país, que el propio presidente del, Gobierno paseaba bajo el brazo en algunos significativos despachos. Ha sido el líder honorario de UCD, partido cuya última inicial significa democrático, el que ha mantenido todo un aparato de secretisino y corruptelas en la Administración. Suárez cumplía, no obstante, algunos. buenos servicios a este país: facilitaba y fagocitaba la identificación de los fracasos de UCD por querer dar una respuesta democrática, cuando ésta estaba nucleada, sufraga, alimenta da y dirigida por colaboradores de la dictadura, y parecía un general De la Rovere convencido y transmutado en su papel de defensor de la democracia. La estabilidad del régimen y la normalización política española le necesitaban al frente del Gobierno mientras durara la actual legislatura, como necesitaban que ésta durara lo más posible. El general De la Rovere murió, sin embargo, fusilado, y Suárez se ha ido deprisa y corriendo, con un sinfín de amarguras y muy pocas agallas. No es suya toda la culpa, claro. Ahí están los sectores crítico y oficialista de UCD; ahí está todo el tinglado ucedista sometido a la conspiración y la intriga de un puñado de personas que ponen en peligro con sus juegos la estabilidad de todo el país.Al fin y al cabo, la mayoría de los miembros del Gobierno, la gran cantidad de los dirigentes de UCD, saben que el proceso involutivo no va en absoluto contra ellos. Ellos estaban instalados antes de la democracia, lo están en la democracia y lo estarían después si fuera preciso. La imagen del Suárez fugitivo y desdeñoso es la imagen de su partido en esta hora de incapacidades. Todo había fundonado muy bien con el consenso. Cuando la oposición se vuelve oposición, el poder histórico de este país sólo parece tener dos respuestas: el miedo y la violencia. Suárez ha elegido el miedo. Adiós, Suárez, adiós.
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